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Reportaje:

La guerra en el desierto

A los 10 años de su inicio se recrudece el conflicto entre el Frente Polisario y Marruecos

"Nosotros no oponemos la guerra de guerrillas a la guerra de fortificaciones. La nuestra es una guerra clásica de posiciones, con la diferencia de que los saharauis sabemos dónde están las tropas de Marruecos, y las tropas de Marruecos no saben dónde están las nuestras". Estas palabras a EL PAIS de Brahim Ghali, ministro de Defensa de la República Árabe Saharaui Democrática, pronunciadas esta semana en el enclave saharaui occidental de Tifariti, caracterizan desde su bando el estado actual de uno de los conflictos bélicos de raíz colonial más peligrosos y más largos (10 años ya) que afectan a África. En los últimos días, la guerra del desierto está cobrando nuevo impulso.

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RAFAEL FRAGUAS Los saharauis cuentan "con todo lo requerido para desplegar una guerra moderna", según el ministro de Defensa. Brahim Gali responde así a la pregunta de si el Ejército Popular de Liberación del Sáhara, que él dirige, tiene o no misiles y carros de combate. Pero no quiere ser más explícito.

El jefe militar saca de su bolsillo un pequeño papel y anuncia solemnemente, con voz profunda, que sus tropas han derribado dos aviones de reconocimiento T-6 de la Fuerza Aérea marroquí sobre Dajla, la antigua Villa Cisneros, en la costa atlántica. Atribuye a Marruecos la pérdida de 315 hombres en la ofensiva saharaui contra Mahbes, 800 kilómetros tierra adentro de Dajla, el 12 de enero, y asegura que sus combatientes han penetrado 15 kilómetros al interior de las líneas marroquíes.

El derribo de un Mirage 1 ese mismo día sobre la zona de Mahbes por parte de los combatientes saharauis, reconocido por Marruecos, parece impensable sin cohetes. Marruecos dice que fue abatido desde territorio argelino. La acusación es de peso, ya que involucra a Argelia, país donde decenas de miles de saharauis han encontrado refugio y viven en campamentos.

Ghali desmiente vivamente cualquier vinculación argelina. "Operamos desde nuestro territorío. No deseamos, ni necesitamos, operar desde terceros países. Tenemos un suelo nacional y territorios liberados bajo nuestro control, como este enclave donde ahora estamos, al cual les hemos conducido".

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Las estrellas por brújula

Tifariti. Segunda semana de enero de 1985. Cero grados centígrados. Huele a hierbabuena y a humo de leña. El páramo se halla salpicado de algunos árboles chatos, que curvan sus ramas ante el viento del desierto, incesante. La noche cae sobre una fortificación rectangular construida por los españoles hace unos quince años, donde ahora se cobija el estado mayor de los combatientes saharauis basados en esta zona.

Son más de 300 kilómetros los que separan Tifariti de la frontera argelina. Sobre el mapa parece imposible haber llegado hasta aquí. No hay carretera ni pista alguna. únicamente las estrellas alumbran las arenas del desierto. La pericia del conductor a través de las hamadas ha sido capaz de traer a esta desolada ensenada de matojos a cinco periodistas, tres franceses, un argelino y un español.

Viajamos hacia la primera línea de la guerra saharo-marroquí. El itinerario, iniciado en Have Buyema, al sur del enclave argelino de Tinduf, se hace en un jeep que avanza hacia el suroeste de noche, en la más completa obscuridad, con los faros apagados para esquivar a la aviación y a la artillería marroquíes. Pocos kilómetros más arriba, lucecitas minúsculas anuncian la presencia de soldados desplegados en vanguardia, enfrente del muro fortificado construido por Marruecos para impermeabilizar su primera línea militar a las penetraciones y a los ataques del ejército saharaui.

Una bengala lanzada casi a quemarropa muestra que los combatientes han averiguado nuestra llegada. Estamos en las inmediaciones de Sobti. Un puñado de kilómetros nos separa del lugar donde hoy mismo se ha desplegado la ofensiva de Mahbes.

Dos sombras avanzan hacia nosotros. Son el cabo Belkaid Abdelsalem, número de matrícula 21133, de la Séptima Brigada del Batallón de Infantería Mecanizada número 7 de las Fuerzas Armadas Reales de Marruecos. Y un soldado, capturado con él por los saharauis tan sólo unas pocas horas antes. El soldado tiene su muñeca derecha vendada.

Mohamed Sidati, secretario de la Presidencia, informa sobre la ofensiva del día. Había un español muy correcto, como casi todos los combatientes saharauis, que se muestran contentos de que los niños de su pueblo aprendan en la escuela, junto a su lengua árabe, el castellano. "En un área francófona como ésta, ello fortifica nuestra identidad diferencial", dice.

Un carnero acaba de ser degollado por los guías. La batería del jeep sirve para alumbrar al cocinero. Carnero con patatas es el menú. Té, para el postre.

Del hueso de una pata trasera del carnero saldrá un hanchiss, la pipa en la que luego fumarán los combatientes durante las largas vigilias en el desierto, escondidos sobre un agujero durante horas antes de emprender una acometida contra el muro de los marroquíes. Eso es lo que vamos a presenciar la mañana siguiente.

Al oído se nos dice que permanezcamos agrupados. Partimos, al volante Molu, hacia un paraje que ya no está al abrigo de la noche.

Estamos en una zona que se llama Ued Chadmia. Apenas se puede alzar la cabeza. A nuestro lado, combatientes saharauis miran con prismáticos el codiciado muro de los marroquíes que se extiende silencioso a unos cinco kilómetros de donde estamos.

El muro es un promontorio continuado de arena, electrificado y dotado con sistemas de detección, que sirve de parapeto a la primera línea marroquí, desplegada por el terreno en pequeñas unidades coordinadas en retaguardia con guarniciones de unidades operativas con cañones ligeros. Más atrás, la artillería pesada, y en retagurdia, la aviación.

La artillería saharaui, cañones de 120 milímetros, afina sus cuadrantes. Apunta. Dispara. Los primeros impactos caen dentro del muro. Al poco comienzan a dar sobre el muro mismo. Hay euforia entre los saharauis.

La respuesta marroquí no tarda en producirse. Proyectiles de obuses de 150 milímetros comienzan a caer a nuestra espalda, en busca de las piezas de artillería de los saharauis. Corrigen los disparos. Cada vez caen más cerca. El bullir

de las cámaras fotográficas, los destellos de los objetivos, nuestra proximidad, nos han delatado.

Un morterazo revienta a no más de veinte metros sobre un altillo. La boca y los oídos se llenan de arena. Un vértigo sin control lleva la mente lejos, a un limbo flotante de recuerdos. Algunas risas le traen a uno al lugar en que estaba. Ued Chadmia. Enero de 1985. Frente al muro.

10 años de guerra

Este es territorio bajo el control del Ejército Popular de Liberación del Sáhara. Con las armas en la mano, el ELPS combate a las Fuerzas Armadas Reales de Marruecos, desplegadas en la zona norte de la antigua colonia española a partir de febrero de 1976, fecha en la cual España abandonó el territorio, casi 400.000 kilómetros. Más de 120.000 soldados marroquíes están ligados al Sáhara, donde Marruecos intenta una política de asimilación con los aproximadamente 500.000 habitantes de este vasto territorio rico en fosfatos, petróleo y hierro, numerosos otros minerales y riquísimos bancos de pesca en las aguas atlánticas, frente a las islas Canarias.

Desde 1976, los combatientes saharauis desarrollan una guerra contra Marruecos que persigue la soberanía total de Seguía el Hamra y Río de Oro como Estado soberano.

La RASD cuenta ya con el reconocimiento de 60 Estados de todo el mundo. 90 Estados le apoyan en la ONU y 30 en la Organización para la Unidad Africana, OUA.

La XX Cumbre Africana de Addis Abeba, el pasado mes de noviembre, exigió a Marruecos la realización del referéndum sobre la autodeterminación del pueblo saharaui, sin coacciones políticas ni administrativas, pero Hassan II se niega a realizarlo y lo difiere sin argumentos.

Derrotado en el marco africano, donde países como Nigeria, Angola y Argelia han reconocido y apoyado la causa independentista saharaui, Marruecos, que no avanza militarmente en su estrategia de construir muros de contención sobre el Sáhara, busca deslizar el problema hacia el marco arabófono extra africano, donde los vientos le son favorables.

Lo más peligroso de la situación reside en que Marruecos plantea hoy a Argelia o bien la integración en su estrategia magrebí, con la eventual petición del cese del alojamiento y apoyo a los saharauis en los campamentos del área de Tinduf, o bien un conflicto bélico indeseado por Argel que puede poner en llamas todo el Norte de Africa.

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