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Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA
Tribuna
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Las fronteras de la manipulación de la vida

Desde hace poco más de seis años, las vicisitudes en torno a los impropiamente llamados bebés probeta mantienen un alto nivel de interés, tanto en círculos especializados como en los medios de comunicación. Las noticias en torno a los sucesivos logros nacionales -primero el Reino Unido, luego Australia, más tarde Estados Unidos, Austria, Suecia...; cinco años más tarde España- contribuyen a crear un clima de competición internacional muy similar en la forma a otras carreras tecnológicas tales como la espacial, la informática o la telemática. Por otra parte, como no podía ser menos en una tecnología que se sitúa en las fronteras de la manipulación de la vida, la fertilización externa con implantación uterina abre una larga, serie de interrogantes de carácter científico, ético y legal que es necesario ir analizando con la perspectiva y visión de futuro que el caso requiere.El feliz alumbramiento de Louise Brown en 1978 culmina más de 15 años de investigación sobre problemas de la reproducción humana por parte del profesor Robert Edwards y colaboradores, del laboratorio de fisiología de la universidad de Cambridge. Con anterioridad, en 1959-1960, los equipos de M. C. Chang, en Estados Unidos, y de Charles Thibault, en Francia, habían conseguido la reproducción de conejos por la técnica de la fertilización externa. Veinte años, pues, trascurrieron entre la experimentación animal y su aplicación a los humanos. últimamente, sin embargo, los avances tecnológicos en este terreno se han sucedido a un ritmo acelerado. Así, hace tres años el propio Robert Edwards fijaba en nueve días la capacidad de sobrevivencia de embriones viables cultivados in vitro y vaticinaba como muy distante la posibilidad de la críoconservación de embriones humanos. En la actualidad ya se han superado los 17 días de sobrevivencia de embriones cultivados y la conservación de embriones humanos congelados ha pasado a ser una técnica viable a partir del nacimiento de la pequeña Zoe en Australia (El País Semanal, 13 de mayo de 1984).

La comercialización de la fecundación externa

Las razones de este impetuoso avance hay que buscarlas, sin duda, en la laboriosidad y abnegada dedicación de los científicos, pero sería absolutamente ingenuo dejar de lado los mecanismos de mercado que operan en todo desarrollo tecnológico. Sólo en Estados Unidos se calcula en una cifra próxima al millón el número de mujeres infértiles que podrían beneficiarse de la fecundación externa, a unos precios medios de 3.000 a 4.000 dólares (entre 350.000 y 500.000 pesetas en 1983) por intento. Con los debidos ajustes, ésta debe ser la tendencia previsible del mercado en Europa occidental, Canadá y Australia.

Teniendo en cuenta que la mayoría de los buenos centros de fertilización externa operan con una probabilidad de éxito del 15% al 20%, resulta que se necesitan tres intentos -esto es, alrededor de un millón y medio de pesetas a los precios corrientes de mercado norteamericano- para tener un 50% de probabilidad de quedar embarazada. Por eso, Joseph Schulman, de la facultad de Medicina de la universidad George Washington, suele mentalizar a sus clientes advirtiéndoles que el embarazo por fecundación externa les resultará poco más o menos "como comprarse un coche nuevo" (Science, 16 de septiembre de 1983).

Ante esta perspectiva no pueden sorprender las predicciones más conservadoras de los analistas de la fertilización externa, que fijan entre 100 y 200 el número de nuevos centros médicos estadounidenses que estarán a finales de 1985 en condiciones de atender a tan sabroso mercado. Un mercado que, sin duda, se consolida y acrecienta en virtud del eco desusado que despiertan en los medios de comunicación todas las noticias relativas a los bebés probeta.

Las razones de una demanda creciente

¿A qué se debe esta creciente demanda de fertilización externa que parece desbordar la capacidad de la mayoría de los centros, con largas listas de espera? El doctor Duval, director de investigación del INSERM, señala (Mundo Científico, abril de 1982) cómo después de recorrer un largo camino médico-quirúrgico las parejas estériles acuden a probar el nuevo método con la angustia de abordar la última esperanza y el temor a la decepción. En muchos casos la motivación última parece obedecer a la satisfacción de un auténtico deseo de tener hijos. En otros, sin embargo, se trata de un deseo de quedar embarazada, en un anhelo subconsciente de recuperar la identidad femenina, puesta en entredicho por la esterilidad. Aquí puede fácilmente apreciarse el peso del culto secular a la maternidad y la misoginia de nuestra tradición cultural judeocristiana, que sitúan a la mujer estéril en la frontera de la marginalidad y el anatema social.

En otros muy contados casos puede tratarse del deseo caprichoso de participar en una aventura científica precursora o de lograr lo que otros en peor situación económica no se pueden permitir. Dada la prodigiosa capacidad humana para la ostentación, existe un riesgo permanente de frivolización de la fertilización in vitro en establecimientos lujuriosos en los que la bella gente afluente se permita la predeterminación del sexo mediante la selección de espermatozoides, con una tecnología que ya se está utilizando en la industria agropecuaria.

Tampoco habría ningún obstáculo, en esta línea frívola, para la selección de espermatozoides en virtud de cualidades del donante, tales como belleza física, inteligencia o cualquier otro atributo que se suele considerar genéticamente determinado. Esto ya se venía practicando con ciertos bancos de esperma para la inseminación artificial en humanos.

En este sentido conviene recordar que hace poco más de dos años nacía en Estados Unidos el primer bebé fruto de la fecundación externa con el semen de un donante superdotado. El acontecimiento, que fue ampliamente recogido por todos los medios de comunicación internacionales, forma parte de los delirios cientifistas de un multimillonario californiano empeñado en demostrar la heredabilidad de la inteligencia (EL PAIS, 14 de junio de 1982).

Este capricho del multimillonario pone de manifiesto el riesgo de utilización de la tecnología reproductora para unos fines eugenésicos discutibles cuanto menos. Un riesgo que los comités éticos y las regulaciones legales no podrán evitar, puesto que siempre se podrá recurrir a estratagemas clandestinas o a la utilización de países de regulación más laxa como base de operaciones. Así lo demuestra la historia de la no proliferación nuclear, la ubicación de industrias peligrosas para la salud o la experimentación de fármacos en cobayas humanos.

En estos últimos años se aprecia un pujante y sostenido avance del movimiento eugenésico, especialmente en sociedades como la norteamericana, dota das de un sistema social con fuertes resonancias meritocráticas y racistas. La mafia de la heredabilidad de la inteligencia cuenta allí con importantes mentores de prestigio, como los psicómetras Jensen y Herrstein y el premio Nobel Stockley, empeñados des de hace más de una década en una campaña contra la igualdad de oportunidades en el sistema educativo norteamericano. Según ellos habría que eliminar del presupuesto los gastos de una educación proteccionista hacia los negros y otras minorías raciales consideradas por estos sabios como "congénitamente infradotadas".

En esta misma dirección resuenan las ideas de otro venerable premio Nobel, el médico australiano Mac Farlane Burnet, haciendo campaña eugénica para proteger a la humanidad de los individuos inferiores. El problema estriba en que éstos son más prolíficos que las elites, de forma que la manada de mediocres y tarados puede llegar con el tiempo a rebasar a los humanos más perfectos. Para contrarrestar esta tendencia y preservar el patrimonio genético humano, nuestro sabio recomienda eliminar a los desviados, limitar la reproducción de los deficientes y promover la multiplicación de los mejor dotados.

Nada mejor para esta empresa que las nuevas tecnologías reproductoras hoy en continua evolución. Efectivamente, la fertilización externa con implantación uterina es sólo el comienzo de lo que puede devenir, en un lapso de tiempo relativamente corto, en virtud del ya mencionado efecto multiplicador de los mecanismos de mercado sobre el proceso de la inventiva.

La partenogénesis, esto es, el desarrollo de un embrión sin el concurso del esperma, se consigue con manipulaciones muy sencillas de los oocitos de anfibios, y nada hace pensar que no pueda realizarse con óvulos humanos ahora que ya se domina la técnica de cultivo de embriones. Con este sistema se podría conseguir un buen número de réplicas idénticas a una hipotética superhembra dadora de los ovulos, aunque es dudoso que el aroma misógino del pensamiento eugenésico estuviera interesado en un sistema exclusivamente multiplicador de mujeres bellas, fuertes y sabias.

El clonaje de varones se podría conseguir con la eliminación del núcleo del óvulo y su sustitución por el núcleo de alguna célula de embrión temprano, del sexo apropiado. Esta técnica de trasplante nuclear, que se sustenta en una gran habilidad para la micromanipulación de células, se viene realizando desde hace años con huevos y embriones de anfibios. Recientemente, el profesor Karl Illmensee, de la universidad de Ginebra, ha comunicado la reproducción de ratones mediante la implantación uterina de óvulos a los que se efectuó un trasplante de núcleo de células embrionarias. Y aunque existen dudas razonables acerca de si Illmensee realizó realmente los experimentos que describe en sus artículos, ningún experto duda que la metodología para el clonaje de embriones de mamíferos llegará a desarrollarse pronto o tarde.

La construcción de un organismo humano perfeccionado mediante una combinación de las técnicas de ingeniería genética y fertilización externa es otro posible logro que puede contemplarse para un futuro no muy lejano. En esta técnica se sustentan las esperanzas de algunos para lograr eliminar o compensar en la progenie algunas de las anomalías congénitas conocidas como causa de enfermedad, retraso mental o muerte precoz, de las que sus padres son portadores. Sin embargo, existe el riesgo de su utilización irresponsable para la fabricación de monstruos perfectos por algún apacible doctor Frankestein.

Alquiler de úteros y feminismo cibernético

Todas estas posibilidades de reproducción clónica reposan en última instancia en la disponibilidad de úteros receptores para los embriones obtenidos por manipulación in vitro. Y no parece que esto pueda plantear ningún problema, a juzgar por la reciente oleada de publicidad en el Reino

Sacramento Martí es escritora y feminista. Ángel Pestaña es investigador de carrera del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

Las fronteras de la manipulación de la vida

Unido y la previsible operatividad de las leyes de oferta y demanda en sociedades caracterizadas por el subempleo femenino. El resultado puede ser la aparición de una nueva profesión de madres adoptivas ofreciendo hospitalidad uterina a cambio de dinero.Esta cuestión evoca inmediatamente las ideas salvadoras preconizadas por un feminismo que se pretende radicalmente vanguardista, haciendo de la reproducción artificial el eje de la liberación de las mujeres. Las teorizaciones de Shulamith Firestone, al final de la década de los sesenta, alimentaron y aún alimentan un feminismo marxista-cientifista en el que las ideas leninistas de partido se combinan en una ensalada indigesta con el sexo y la ficción científica de los bebé probeta. Curiosamente, las más ardientes defensoras de la causa han enmudecido ahora que las tecnologías de la reproducción artificial que preconizaban empiezan a dar su fruto.

Las dificultades de una regulación

La contradicción fundamental de tales planteamientos estriba en que su viabilidad reside precisamente en la disponibilidad de úteros realquilados, lo que en última instancia llevaría a la liberación de las privilegiadas, sobre las espaldas de una casta de reproductoras. En lugar de alentar tales desaguisados, el feminismo con secuente debiera alertar a la sociedad acerca de los riesgos que ello supone para la dignidad de la persona, tratando de evitar en lo posible el mercado de reproductoras por cuenta ajena. Aunque inevitablemente esta actitud entraña el enfrentamiento con aquellas mujeres estériles por insuficiencia uterina que aspiran a beneficiarse de la tecnología reproductora para disponer de un hijo genético.

Esta colusión de intereses ilustra los problemas inherentes a toda regulación. Porque es evidente que cualquier intento rrezonable por limitar o detener el desarrollo de la reproducción artificial puede ser considerado como un atentado contra la Convención Europea de los Derechos Humanos o la Constitución de la mayoría de países, en los que se garantiza el derecho de toda mujer a tener hijos y los derechos de cualquiera a fundar una familia.

Esto se ha puesto recientemente de manifiesto al hacerse pública la resolución del Comité Warnock, puesto en marcha por el Parlamento británico para establecer las líneas maestras de una legislación reguladora de la fertilización in vitro (Nature, 26 de julio de 1984). Efectivamente, al recomendar la penalización de toda forma de hospitalidad uterina se priva a la mujer infértil histerectomizada de la posibilidad de tener un hijo propio con la ayuda de otra mujer, quizá su propia hermana. Aunque el énfasis del comité estaba en la prevención de cualquier forma de comercio de úteros adoptivos y en la evitación del drama afectivo para la mujer que tiene que ceder el hijo gestado.

Otro problema legislativo lo constituye la regulación de la experimentación con embriones humanos, que hoy ya es posible merced a la puesta a punto de métodos para su cultivo y conservación criogénica. Aquí las líneas de fuerza se establecen entre el rendimiento positivo que puedan aportar para el conocimiento de la fisiología reproductora, así como para el tratamiento o prevención de anomalías congénitas, de una parte, y de otra los riesgos de su utilización para el desarrollo y puesta en marcha de técnicas eugénicas destinadas a la mejora de la raza, en la línea de lo discutido con anterioridad.

Otras líneas de tensión confrontan la experimentación y el mantenimiento de embriones humanos en cultivo o congelados con las posturas ideológicas en tomo al cuándo comienza la vida. En este punto el mencionado Comité Warnock ha actuado con exquisita delicadeza, planteándose exclusivamente la cuestión ética y legal de cómo debe tratarse el embrión humano. Su resolución acerca de que el embrión humano debe tratarse con mayor respeto que el dispensado a los embriones animales, sometiendo a escrutinio especial los protocolos experimentales y limitando su utilización más allá del día 14 tras la fertilización (edad en la que se inician los rudimentos del sistema nervioso central), sólo debe encontrar el rechazo de la minoría más intransigente.

Adopción frente a fertilización

Dejando de lado las implicaciones religiosas del problema, siempre respetables pero ajenas a las pretensiones de este discurso, existe un aspecto extraordinariamente importante de la cuestión que sistemáticamente se soslaya al considerar el tema de la fertilización artificial. Es evidente que aquí, como en cualquier nuevo desarrollo tecnológico que implica necesidades humanas y riesgos para su dignidad o sobrevivencia, existe un conflicto reducible a términos de una ecuación costes-beneficios.

Sin embargo, al entrar en esta línea ortodoxa de análisis se incurre frecuentemente en la falacia de considerar que se afronta no ya una de las soluciones posibles al problema, sino la solución. El debate en tomo a la energía nuclear es un buen ejemplo de cómo una necesidad social -la crisis energética- se convierte en el argumento para una discutible solución unilateral.

La fertilización externa, ya lo hemos visto, se justifica ante todo por su capacidad para resolver los problemas de esterilidad de un buen número de mujeres. Subsidiariamente, algunos de los embriones excedentes se destinarán a los fines experimentales que han sido considerados más arriba. El resultado inevitable será una presión creciente de los grupos interesados en la investigación con embriones humanos para que se fomente la fertilización externa, presentándola como única alternativa para el tratamiento de la esterilidad, a la par que instrumento indispensable para el conocimiento, prevención o corrección de ciertas enfermedades de carácter genético.

Una actitud cautelosa hacia la fecundación artificial corre el riesgo, pues, de enfrentarse a defensores del derecho a tener hijos y la libertad para fundar una familia, a la par de ganarse la enemiga de los defensores del progreso por la ciencia. Sin embargo, existen argumentos para pensar que la fertilización in vitro no sea la mejor ni la única alternativa para los problemas que se dice va a resolver.

Además de los indeseables aspectos eugenésicos de la ingeniería reproductora antes considerada habría que tener presente que la mayor manipulación de células germinales o embriones aumenta el riesgo de inducir anomalías del desarrollo posnatal del bebé probeta. De forma que no está nada claro que el beneficio de poder corregir ciertas enfermedades genéticamente transmitidas no sea sobrepasado por los posibles costes derivados de la manipulación del embrión.

Más actual y cotidiano es el problema de la esterilidad de la pareja y su posibilidad de darle solución satisfactoria con la nueva tecnología reproductora. Aquí confluyen no sólo las legítimas aspiraciones a tener hijos como fundamento de una vida familiar, sino también, y posiblemente ante todo, las frustraciones íntimas derivadas de los arquetipos de virilidad y feminidad imperantes.

Y es precisamente aquí donde radica toda la argumentación en torno a la fertilización artificial. Porque una vez desmitificadas la maternidad o paternidad genética, así corno las nociones de feminidad o virilidad, lo unico que queda es la crianza del ser desvalido; la mezcla imprevisible de satisfacciones, afectos, frustraciones o penas que acarrea la tutela de una criatura hasta su emancipación adulta.

Y para ejercitar este permanente altruismo de la paternidad y de la maternidad responsables existen desgraciadamente más aspirantes a la adopción que fertilidades frustradas. Ciertamente esto no aplica al mercado escaso de los recién nacidos que pasan directamente, dinero por medio, de la sala de partos a los padres adoptivos. Pero fuera de este mercado negro o gris de bebés prét-à-porter está la multitud de desvalidos: huérfanos, abandonados, víctimas inocentes de las guerras genocidas o sobrevivientes de las hambrunas que todavía asolan importantes regiones de nuestro planeta. Y sobre todo la legión de niños maltratados (¡sólo 5.000 declarados al año en nuestro país!) víctimas de una patria potestad que está clamando a gritos por una urgente revisión.

Técnica y humanismo no tienen por qué estar divorciadas, aunque desgraciadamente una fatídica ley de desarrollo desigual parece condenarnos a la desventura de los más en beneficio de los menos. No hace mucho la trágica muerte de Paquirri sirvió de pretexto para una reflexión acerca de la vergonzante situación de nuestra medicina preventiva y asistencial frente al exitoso y noticiable avance de las minoritarias tecnologías de trasplantes. Sería deseable una reversión de esta tendencia, de manera que la solución -legal y moral- a la adopción de tanto desvalido precediera al desarrollo y regulación de las sofisticadas tecnologías reproductoras.

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