El ocio neurótico
Leo en The Economist que la reciente introducción de la semana laboral de cinco días es responsable del aumento de los desórdenes neuróticos en la población japonesa, patología que los trabajadores allí achacan a no saber en qué emplear el nuevo tiempo libre de los sábados. El problema no es nuevo, pues hace más de medio siglo que Karl Abraham lo trató en un texto clásico acerca de lo que denominó neurosis del fin de semana. Y Sartre, consciente de la tremenda significación psicosocial del fenómeno, escribió en 1938, en La náusea: "Un formidable acontecimiento social agonizaba: era el final de un domingo". Después de la II Guerra Mundial, el fenómeno del ocio del fin de semana ha sido mejor estudiado, en parte debido a la extensión de este período de vacaciones exportado a países no anglosajones. Así, hace un par de años se publicó una estadística que demostraba que la mayor parte de decisiones de divorcio en la República Federal de Alemania se formalizaba los lunes, tras dos días de forzada convivencia de la pareja cara a cara, con poco que decirse y nada que hacerse. Mientras que el suicidio dominical es una institución perfectamente conocida por la psiquiatría en las sociedades industrializadas.Con el aumento del desempleo crónico, la reducción de la jornada laboral y el adelanto de la edad de jubilación, como consecuencia de la revolución tecnológica contemporánea, el fenómeno del ocio forzoso y sufragado aparece como un parámetro central en la vida social. De tal modo que para la vida económica y para la dinámica política de la sociedad automatizada e "informatizada empieza a resultar mucho más relevante el tiempo de ocio que el de ocupación laboral, fenómeno que jamás había ocurrido antes en la historia humana, salvo para las minorías dirigentes en las sociedades esclavista y feudal. Italia, país que no figura en la vanguardia puntera de la sociedad posindustrial, ha dado la voz de alarma acerca del futuro del Estado asistencial. De cada 10 italianos, en efecto, cuatro son pensionistas (tres, jubilados, y uno, inválido). Si se descuentan los niños y las mujeres no asalariadas, no quedan demasiados trabajadores en activo para financiar el 17% del producto nacional bruto que cuesta su mantenimiento. En algunas sociedades avanzadas se ha atacado el problema del ocio forzoso con fórmulas imaginativas. A los daneses que lleven 18 meses de paro se les ofrece, a partir de 1986, la oportunidad de regresar a la escuela para estudiar cualquier materia durante otro período de 18 meses y recibiendo la totalidad del subsidio de desempleo. El Gobierno danés confía que para unos 10.000 parados la oferta resulte atractiva. Pero la propuesta ha levantado cierta polémica, puesto que aquellos que no consigan un empleo después del período de estudio perderán el beneficio del desempleo y deberán recurrir así al de la asistencia social, que es notablemente inferior. Nada se nos dice, en cambio, de las técnicas para desculpabilizar a las víctimas del ocio forzoso, que han sido educadas en un sistema severo basado en la ética puritana de la productividad, fundamento también del modelo del socialismo real, que entroniza las virtudes del homo faber a expensas del homo ludens.
La literatura sociológica sobre el ocio, a partir de la formulación pionera de Veblen, ha sido bastante escasa. Luis Racionero, que postula el otium cum dignitate, no examina, en cambio, el tema crucial de la desculpabilización y de la educación generalizada para el ocio en nuestra sociedad posindustrial y automatizada. Se olvida hoy demasiado el concepto original de ocio, que para los griegos era el período de incubación que precede a la creación intelectual. Era, por tanto, una forma de ebullición creativa. En cualquier diccionario de latín pueden leerse las siguientes acepciones de la palabra otium: apartamiento de los negocios públicos y políticos; tiempo libre consagrado a las letras; las obras de mi reposo; mis poesías o composiciones;paz, sosiego, tranquilidad.
El ocio en la sociedad posindustrial es, en cambio, un ocio de pánico neurótico y de fuga compulsiva, como lo ilustran las elocuentes estadísticas acerca del alcoholismo crónico y de drogadicción en la sociedad euroyanqui. Existe una fuga todavía más llamativa, porque es la fuga fisica del week-end, en la que los automóviles taponan las autopistas como escapando desesperadamente de una catástrofe. Escapan, en efecto, de la catástrofe de la vida urbana, asimilada a la gran fábrica, odiada por los ecologistas y exaltada ahora por algunos posmodernos. La hipertrofia de la civilización urbana, que tanto mareó a Godard a final de los sesenta, ha generado su antinomia en la seducción ecologista, manifestada en ese week-end migratorio y masivo, que supone una fuga ilusoria y nostálgica desde la prisión urbana al hábitat genético de la especie, aromatizado por la clorofila o las sales marinas. Convertido en fantasía neurótica, el week-end en el campo o junto al mar, así como actividades deportivas tales como la caza, la pesca o la navegación, retrotrae ilusoriamente al hombre urbano a los orígenes de su especie, haciendo que lo que fueron duras tareas para la supervivencia fisica se conviertan ahora en actividades lúdicas y relajantes, en compensaciones naturalistas (¿y en simulacros filogenéticamente nostálgicos?) de los artificios agobiantes del mundo industrial.
Todo esto está muy claro. Pero ¿qué ocurrirá cuando antes de finales de esta década nos llegue, de la mano de la semana laboral de 35 horas, la semana de 133 horas de ocio? Nuestro rígido armazón ideológico judeocristiano hace difícil presumir que la ética puritana y productivista del homo faber ceda el paso a la nueva ética del homo ludens, sin lo cual es imposible el otium cum dignitate. La sociedad posindustrial será entonces la gran partera de la sociedad del ocio neurótico.
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