El funeral por las víctimas del atentado al tren, una protesta contra el Gobierno italiano
El funeral celebrado ayer en la iglesia de San Petronio, de Bolonia, fue un funeral sin muertos, porque los familiares de las víctimas del ahora llamado atentado de Navidad, perpetrado contra el tren rápido Nápoles-Milán la noche del pasado domingo, se negaron, como protesta contra el Gobierno, a que estuvieran presentes los féretros con los restos mortales de sus allegados en una ceremonia fúnebre organizada con carácter de Estado y a la que asistió el presidente de la República italiana, Sandro Pertini, pero no el del Gobierno, Bettino Craxi.
Había nevado en Bolonia y la temperatura era polar. Pero más de 50.000 personas, que no pudieron entrar en la iglesia, permanecieron firmes, de pie, mudas, en la calle, esperando el discurso, al final de la misa, del alcalde comunista de la ciudad, Renzo Imbeni.Dentro de la iglesia, en primera fila, estuvo, con otras autoridades, el jefe del Estado, Sandro Pertini, que, por temor a ser bloqueado por la niebla, había llegado a Bolonia la noche anterior. La gente aplaudió, como siempre, a él solo, mientras gritaban: "Queremos justicia".
En el altar, con el arzobispo de Bolonia, Giacomo Biffi, estuvo presente el cardenal arzobispo de Nápoles, Corrado Ursi, por deseo expreso del papa Juan Pablo II, ya que la mayoría de las víctimas eran de esta última ciudad: nueve, de las cuales cuatro eran obreros.
La Conferencia Episcopal italiana quiso que el funeral fuese concelebrado por 18 prelados para hacer más notoria la solidaridad de la Iglesia. "Esta ciudad está cansada de llorar a tantas víctimas inocentes sin que el Estado consiga descubrir a los culpables", dijo el arzobispo de Bolonia, para añadir a continuación que "esta ciudad, ejemplo de laboriosidad y de convivencia civil, está cansada, pero no derrotada".
Fuera, en la plaza, durante su discurso, el alcalde comunista Imbeni, dirigiéndose al presidente Pertini, que estaba como petrificado y no había querido siquiera hacer declaraciones a la Prensa, dijo: "Es toda Italia quien os pide justicia en este momento. Piden justicia para 140 víctimas de matanzas fascistas aún sin culpables identificados, y ésta es la demostración de que nuestro Estado está minado en algunos de sus centros más vitales". La gente gritó una sola palabra: "Justicia". Pero no hubo ningún tipo de desorden ni abucheos esta vez.
El presidente del Gobierno, el socialista Bettino Craxi, que estaba muy preocupado por el hecho de que los familiares de las víctimas se negasen a que los restos mortales de sus seres queridos estuvieran presentes en los funerales, decidió presidir en Nápoles una reunión de todas las autoridades civiles, políticas y militares de la región. Pero el alcalde de Bolonia le había convencido la víspera de que, pasara antes por Bolonia para asistir, por lo menos, a la misa. Craxi había aceptado pero, al final, quedó bloqueado por la nieve en Milán y acabó tomando el avión para Nápoles, donde tuvo palabras muy duras, anticipando lo que iba a ser su discurso, por la tarde, en Roma, ante el Senado, reunido en sesión extraordinaria.
El presidente del Gobierno se preguntó a qué guerra puede pertenecer la bomba del atentado de Navidad.
Craxi dijo que los italianos piden justicia y quieren saber la verdad y que él se asociaba a esa petición. Admitió que, en el pasado, demasiados crímenes del terrorismo negro han quedado impunes y ocultos tras una cortina de misterio. Craxi prometió que esta vez su Gobierno no se detendrá "ni ante secretos de Estado, ni ante desviaciones, ni ante nadie".
Bettino Craxi profesó su convicción de que se ha tratado de un atentado "contra el Estado democrático" y contra un país que empezaba a salir del túnel oscuro de tantos problemas y dificultades. Un país, dijo Craxi, que tiene el orgullo de ser "uno de los más pacíficos y libres del mundo".
El balance oficial definitivo del atentado en el túnel maldito del infierno es de 15 muertos y dos desaparecidos. Catorce de los quince cadáveres han podido ser identificados.
Otra persona ha sido incluida entre las víctimas. Se trata del policía ferroviario Filippo Alberghina, de 29 años de edad, que, tras haber estado toda la noche del atentado ayudando a las víctimas, se suicidó dejando una nota en la que decía: "No soy un cobarde, pero ésta es una sociedad maldita, un mundo absurdo en el que me faltan las fuerzas para seguir viviendo".
Y hay que citar también el caso de una anciana de 73 años, María Pecorara, de Piacenza, que murió de infarto ante la televisión, viendo las tremendas imágenes de la tragedia.
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