Bombardeos en el Golfo
EL BOMBARDEO de un superpetrolero español en las aguas del Golfo se ha saldado con un incendio menor en cubierta y la busca de refugio en un puerto de Arabia Saudí: podía haber sido una catástrofe. En días anteriores habían sido atacados petroleros con bandera india, liberiana y noruega, todos ellos por proyectiles iraníes. Se ignora si el ataque por los aviones no identificados al buque español tiene la misma procedencia. Irán no reivindica nunca directamente estos ataques, pero mantiene que está en derecho de realizarlos como respuesta a las incursiones aéreas de Irak y como parte de su guerra económica. Las responsabilidades de Irán se complican por sus negativas a estudiar cualquier fórmula que lleve al apaciguamiento en una guerra que se caracteriza, a estas alturas, como un conflicto en el que ninguna de las dos partes puede ganar ni perder y que la conferencia de la Organización Islámica -que terminó el sábado pasa do en Sanaa- ha considerado como un desafío trágico contra la inmensa comunidad coránica de 800 millones de personas. Ha dejado constancia la conferencia de que mientras Irak mantiene continuamente el contacto, e incluso la cooperación, con la comisión mediadora de la organización, Irán se mantiene en silencio. La posición iraní es conocida desde que empezó el conflicto (aunque convenga recordar que lo comenzó Irak, a partir de la suposición errónea de que desestabilizaría el, régimen de Jomeini): es la de no prestarse a ninguna clase de negociación mientras continúe en el poder Sadam Hussein. Rodeada por la modernidad, por el petróleo y la gran panoplia de los misiles y los aviones de combate actuales, la guerra conserva el carácter medieval del enfrentamiento entre dos caudillos árabes: Sadam Hussein y Jomeini. Los observadores creen que, en lugar de haber debilitado a Jomeini, esta guerra le está sirviendo para mantenerse en un poder frente al cual hay cada vez opiniones, más contrarias en el seno del país, esquilmado y diezmado por una dictadura moralista y espiritual que ha arrasado las posibilidades materiales y las esperanzas que suscitó la rebelión contra el sha. La posibilidad de que la causa nacional contra Irak le sostenga puede ser hasta una parte del pensamiento de Jomeini, cuya fuente principal de inspiración reside en su convencimiento de que representa la voluntad de Dios, y que el principio de expansión de esa voluntad está en eliminar a Sadam Hussein, considerable hereje desde su punto de vista.
La decisión de su ministro de Asuntos Exteriores de no hablar otra lengua que el farsi en la conferencia, negándose a hacerlo en árabe y pidiendo la traducción directa al inglés, expresa algo más que estucia: un orgullo divino, si se puede decir, y, por tanto, un rechazo a toda solución y, desde luego, al arreglo honorable que pedía el acta final.
Pero más allá que la entraña misma de esta guerra está la cuestión del tráfico internacional por aguas consideradas abiertas a él y lo que puede suponer en la economía general de Occidente (incluyendo a Japón, que recibe de allí la mayoría de suministros). La subida astronómica de los seguros y, por tanto, de los fletes puede tener una repercusión en la del petróleo, en momentos en que su precio parece estabilizarse o ir a la baja. Si, hablando cínicamente, para la política general de Occidente el conflicto Irak-Irán resulta no enteramente desagradable, para su economía es un factor preocupante el mantenimiento de las vías de suministro. La aceleración de los ataques aéreos en la última semana puede precipitar alguna acción occidental tendente a garantizar esas vías.
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