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Gas letal

Manuel Vicent

Y dijo Dios en el Paraíso a Adán y Eva: "Creced y multiplicaos, henchid y dominad la tierra y a los animales que habitan sobre ella, a los peces del mar y a las aves del cielo". Este Dios del Génesis parecía ya un intelectual francés. El barro del primer mono sabio aún estaba húmedo entre sus dedos y antes de meterlo en la mufla le insufló por la boca el falso orgullo de rey del mambo. De eso al escape de gas metilisocianato que acaba de producirse en la India sólo hay un paso. Con un talante de filósofo occidental o de investigador químico, el redactor bíblico situó al hombre frente a la naturaleza como algo distinto de ella, y encima le animó a que entrara a saco en su gobierno. El resultado no se hizo esperar mucho. Aquel mono comenzó a jugar con el hacha y desde entonces su análisis no ha cesado. Hoy, las inocentes magdalenas se fabrican con elementos cancerígenos, cualquiera puede levantar una industria benzol al lado de tu casa y el río Éufrates baja rizando espumarajos de detergente. Los chicos de la multinacional Union Carbide, herederos de aquella patente de corso, están capacitados para envenenarte en silencio mientras duermes a pierna suelta. Dominar la tierra equivale a destruirla. No hay más que mirar por la ventana. Los peces muertos flotan con la tripa llena de petróleo. En los restaurantes se sirven cazuelas con canarios fritos y el rey del mambo sigue disparando contra todo lo que se mueve, amasando ensaimadas con DDT y aplastándose en el interior de los cacharros. No soy nadie, pobre de mí, para enmendarle la plana a Dios. Pero yo, en su lugar, desde el instante mismo de la Creación hubiera dejado las cosas claras.

Aparte del capricho de que no me robaran las manzanas, hubiera clavado un bando con una chincheta en el tronco del árbol de la ciencia con dos órdenes muy rigurosas. Se prohíbe buscar la felicidad a través de la inteligencia. Se prohíbe hacer el idiota con los productos inflamables. Y puesto que la conciencia se inició en un jardín de Asia, hubiera aleccionado a la primera pareja de monos con este principio oriental: el ser humano también es naturaleza, y cualquier deseo de enseñorearse de ella pasa por la propia esclavitud, por la propia destrucción.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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