La pobreza del diseño industrial
ESPAÑA ESTÁ pagando cantidades muy elevadas al extranjero por la adquisición de algo que no necesita otra materia prima que la inteligencia: el diseño industrial. Sucede esto en un país que tiene una rica tradición en el cariño formal al objeto: desde la espada hasta el botijo, desde la capa hasta la guitarra, o la gualdrapa, nuestros antepasados han sabido matrimoniar la eficacia con la belleza. Artesanos y artistas se fundían fácilmente con fabricantes y comerciantes. Pero hoy no somos competitivos en Europa.El divorcio del diseño es una manifestación más de la separación de la sociedad española dominante respecto de la ciencia y la técnica hasta llegar al "que inventen ellos"; es también un reflejo del divorcio total entre el artista de toda índole y el industrial: se desprecian mutuamente. Hoy todavía se da en muchos creadores españoles -hasta podría decirse que en una mayoría grande- una especie de condenación falsamente humanística hacia la electrónica, amparada en la sospecha de que está "desplazando al hombre" y suplantando su talento, lo cual termina en una incapacidad de uso por su parte de esa facilidad; al mismo tiempo, hay muchos industriales y comerciantes que se apartan horrorizados de la lectura o de la música, y si se aproximan a la pintura es por sus posibilidades de inversión. Es una peculiaridad española que no se da en otros países: no sólo en Italia, que ha alcanzado una cumbre en el diseño industrial, sino en Escandinavia, en Estados Unidos o en Japón. Muchas veces se reconoce la nacionalidad de un objeto técnico solamente por su forma: por el estilo.
Como en otros aspectos de nuestra vida social, surgen fenómenos aislados, genialidades o aciertos. Pero no llegan a formar una escuela, una coherencia. La Agrupación del Diseño Industrial del Fomento de las Artes Decorativas de Barcelona ha mostrado obras de gran valía de sus afiliados, algunas adoptadas internacionalmente; la Escuela Experimental de Diseño de Madrid sólo funciona desde este año, aunque haya asumido algunas de las asignaturas de las antiguas escuelas de artes y oficios, y la palabra experimental parece mostrar que no se considera todavía capaz de una aplicación práctica inmediata. El diseño está fuera de la Universidad y de las academias, la intelectualidad oficial lo mira receloso, la empresa no le da la importancia que tiene y le atribuye caracteres de lujo, los propios profesionales se califican de oportunistas, de aficionados y de buscadores de subvenciones.
Los artistas españoles que puedan intentar hoy el diseño industrial, no sólo como salida para una época de crisis, sino como verdadera vocación para el desarrollo real de su sentido estético, no pueden conformarse con la espontaneidad, la improvisación o la genialidad que pueden bastar para otros aspectos del arte: tienen que profundizar en el conocimiento del objeto técnico y familiarizarse con su uso, para lo cual no es lo mismo diseñar una silla que una carcasa de ordenador personal. Es decir, tienen que vencer un rechazo ancestral por la industria y el comercio y una sobreestimación profesional por su propia sublimidad. Pero no saldrán de ello si los industriales tienden a la facilidad de la importación del objeto enteramente terminado y hasta envasado, si no hay un estímulo de adquisición de patentes de diseño nacional.
En algunos puntos de todo este ciclo, España ha adquirido alguna maestría interna: en la creación publicitaria sobre todo, y también en la de portadas de libros o diseños de impresión. Se está ahora dando una incipiente y voluntariosa batalla en el terreno textil y la moda española se abrirá difícilmente paso frente al monstruo competidor de Italia. Industrias tan importantes como la del mueble y las auxiliares de la construcción van a verse seriamente afectadas con el ingreso en la CEE si no somos capaces de competir en calidad de producto, y el diseño es básico para ello. Al mismo tiempo, un importantísimo ahorro de divisas y la creación de puestos de trabajo serían el premio de ese esfuerzo contra la pereza que conlleva la adopción de modelos extranjeros por el hecho de que están ya así. La creación de una escuela de diseño española es más que posible. Este país es rico en creadores y en ideas estéticas. Sólo necesita limpiarse de una ganga psicológica ancestral.
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