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Una ráfaga mortal de aire frió recorrió la galería

JAVIER VALENZUELA, ENVIADO ESPECIAL Apenas había llegado al piso 18 del pozo Río cuando José García Alvarez, de 23 años, soltero, sintió una tremenda ráfaga de aire frío procedente del piso anterior, el 17. José y sus compañeros supieron enseguida lo que había pasado: una explosión de gas acababa de sacudir la mina. José y los otros retrocedieron unos pasos y se encontraron con algunos compañeros que corrían con las ropas prendidas y lanzaban gritos de dolor y miedo. José se incorporó de inmediato a las tareas de rescate desde el interior de la galería. Ayudó a salir a los heridos, 800 metros arriba en dirección a la luz. Una vez fuera quiso volver a la oscuridad en busca de su hermano Manuel, cinco años mayor que él, casado y con un hijo, pero no le dejaron. Manuel era ya un carbón y su cuerpo fue de los últimos en ser rescatados.

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Los momentos que siguieron al accidente fueron tremendos. Uno de los heridos decía: "Matadme, matadme, que así ¿cómo voy a vivir?", según relató en la tarde de ayer José García Álvarez. El herido estaba completamente desnudo. Su piel era negra y sólo podían distinguírsele las botas, que, paradójicamente, conservaba casi intactas. José hizo este relato de los hechos en el velatorio de su hermano Manuel, en el número tres de la calle de José Antonio, en el llamado Polígono del Estado de la localidad de Fabero.

Adoración, la mujer de Manuel, presidía el acto al fondo de una habitación empapelada y con muebles baratos de formica, en cuyo centro había un ataúd con una corona de claveles blancos. La viuda era la única que en ese momento expresaba sus sentimientos con claridad: "¿Por qué les dejaron entrar si sabían que la mina estaba mal?", decía una y otra vez. Enlutada, llorosa, sufriendo constantes desmayos, la viuda del minero muerto era consolada por su suegro, también llamado Manuel, retirado de la mina a los cuarenta y pocos años por padecer de silicosis. Manuel decía de su hijo que era un muchacho alto, fuerte y honrado, y se consolaba pensando que José, el único hijo que le queda, había sobrevivido sólo por una casualidad. José estaba ayer destinado en principio a trabajar en el piso 17, pero en el último momento, la empresa decidió que lo hiciera en el 18.

Fabero es una población situada en lo hondo de un valle rodeado por montañas de formas suaves y redondeadas, en la parte alta de la comarca de El Bierzo.

El pueblo, de unos 8.000 habitantes, vive prácticamente en exclusiva de la antracita, del mineral que se extrae de los numerosos pozos que le rodean. Aproximadamente unos 2.000 de los vecinos de este pueblo berciano trabajan en las minas. Se calcula que 1.300.000 toneladas de carbón se producen al año en esta cuenca.

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