_
_
_
_
Tribuna:TRIBUNA LIBRE / EL DEBATE SOBRE 'TINTÍN'.
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mar de fondo en el tebeo español

En los últimos meses ha venido desatándose una polémica sobre algunos aspectos del tebeo español que, al margen de la desmesurada importancia que ha cobrado, resulta imposible de comprender para un buen número de lectores de los diarios que se han hecho eco de ella, no sólo por los nombres y las referencias barajadas, sino, fundamentalmente, porque el interés por los tebeos sigue siendo minoritario entre la población adulta española.El que dicha polémica aparezca, sin embargo, relacionada con una exposición dedicada a Tintín en la Fundación Miró no debería servir para pensar que ésa es la verdadera raíz del tema. Porque, y pongo sólo un ejemplo, el que se intente descalificar al creador de dicho personaje sobre la base del contenido ideológico de sus publicaciones y su propia actitud personal bien podría aplicarse a algunos de los autores -citaré a Milton Caniff y su Steve Canyon- que varios detractores de Tintín han defendido en sus escritos y manifestaciones. Moverse, por tanto, en ese pantanoso terreno nos llevaría a caer en una esquemática discusión que dificultaría el apreciar lo que han sido innegables aportaciones a este medio de algunos autores cuyos trabajos y biografía no poseen el inmaculado barniz que sería de desear.

Por similares razones, el que se mencione un comic adulto y un tebeo neoinfantil no debería tampoco inducir a creer que los firmantes del manifiesto a favor de Tintín y los del manifiesto en contra responden luego con su propia práctica y respectivamente a una concepción inmadura y adulta de la historieta. Y en lo que a esto respecta, al quiosco me remito.

Más de fondo, por el contrario, me parece el tema de cómo y con qué ánimo irrumpe el crítico Javier Coma -alma máter de las descalificaciones contra la llamada línea clara y la obra de Hergé- en el panorama del estudio de los tebeos españoles a finales de los años setenta.

Por esas fechas, Coma, analizando la encrucijada del medio, entendía que la inexistencia de una crítica realmente especiafizada era uno de los obstáculos principales para encarar con rigor un análisis en profundidad. La labor desplegada con anterioridad a su irrupción por individuos procedentes de otros campos de la cultura -Ludolfo Paramio entre ellos- no dejaba de resultar, a su entender, insatisfactoria, por el carácter secundario que tenía respecto a sus verdaderos quehaceres profesionales.

Pues bien, hay que reconocer a Coma su capacidad para conquistar esa parcela huérfana de dedicación exclusiva, así como el derroche de energías que, desde que se fijara tal meta, ha empleado en publicar los libros y artículos que suelen acompañar su currículo. De igual manera que hay que reconocer que en esa ardua tarea ha llegado a autoconvencerse de que el único crítico es él y, en consecuencia, la voz más cualificada para sancionar nuestra historieta, tal y como hemos tenido ocasión de comprobar en numerosas ocasiones: la última, por el momento, en su juicio de que Paranuo se ha adentrado "en un terreno que no conoce a fondo".

A todo esto vino a sumarse en su momento la aparición de una nueva publicación, Cairo, que se presentaba como la alternativa a los restantes tebeos españoles. La susodicha revista y la inteligencia de Joan Navarro, su director, consiguieron conferir al producto, más allá del interés de sus jóvenes autores, el carácter de ismo con que cualquier propuesta que se reviste de un matiz de ruptura irrumpe en un mercado cultural. Y fue de esa manera como empezó a generalizarse la definición de línea clara -sobre la cual hay ya posturas encontradas-, en la que el aspecto más superficial era el reconocimiento de la labor de algunos dibujantes franco-belgas -Hergé, por su Tintín, a la cabeza- y de algunos autores españoles -Benejam o Coll, por ejemplo-, cuya recuperación, a juicio de Coma, sólo podía hacerse desde la enajenación de la nostalgia.

Lo que algunos no dejaron de entender como un sano y enriquecedor -por lo que de polémico conllevaba- acicate en un panorama excesivamente calmo, otros lo recibieron con la intolerancia propia de los inseguros. Y así, pese a que el encono principal de los cairotas parecía dirigido contra sus colegas de El Víbora, como la más antagónica propuesta de historieta joven, fueron otros editores y algunos dibujantes de mayor edad los que de peor manera respondieron a la iniciativa.

El que, en el campo específico de la crítica, Cairo asumiera como las aportaciones más valiosas los trabajos de álgunos de los críticos calificados por Coma como "no especialistas", y el que consideraran a éste demasiado encerrado en una actitud que podría traducirse en una continua recreación del pensamiento la critique c'est moi, aún contribuyó a inflamar más el reducido ambiente del tebeo español, y como resultado -tan lógico como absurdo- de todo lo antedicho surgieron las diversas banderías.

Fenómenos como éste suceden en los restantes campos de la cultura, y nadie seguro de su línea -quiero insistir en lo de seguro- pierde los estribos, pero aquí, y eso sí que dice poco en favor de la consideración adulta de la historieta, se han perdido.

La gota de agua

Lo de la exposición de Tintín, por tanto, no ha sido más que un detonante de todo lo que, de manera exclusivamente circunscrita al terreno de los directamente interesados, venía ya desarrollándose, y lo de buscar un trasfondo ideológico al asunto, un bumerán que se vuelve contra los que lo arrojan, pues tan reaccionario es el Tintín en el país de los soviets como algunas de las obras de los autores que los acusadores de Hergé defienden, e incluso como algunas de sus propias obras.

Finalmente, me consta que, con errores y aciertos, el objetivo de los autores que han dado en llamar de línea clara no está en el deseo de volver nostálgicamente a otros tiempos -que supongo es a lo que se refiere Maurice Horn, o Coma al traducirle, cuando alude a la gente que "desea volver a tiempos nostálgicos" (sic)-, sino en encarar los tiempos venideros. Y con los de la línea clara, muchos otros profesionales que siguen su andadura y a los que poco preocupa el que Maurice Horn, director de The world encyclopedia of comics, "acceda" a contestar quiénes con los mejores autores españoles, y el que el crítico italiano Franco Fossati, "autor de media docena de libros", considere que el camino en que están inmersos se halla, hablando castizamente, de capa caída.

El trasfondo de la historia, como ven, por muchos neoinfantifismos, neodespistes y otros neos que se arguyan, tiene un toque bastante rancio.

Felipe Hernádez Cava es guionista de tebeos y director artístico de la revista Madriz.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_