La India y la paz mundial
El retorno de Indira Gandhi al poder en 1980 y su gran proyecto de recuperación de¡ pasado protagonismo, alimentado por la imagen de la figura paterna de Nehru, pone al descubierto la fragilidad de la base sobre la que tal designio descansaba. El primer artificio es la proclamación permanente de su carácter de única democracia existente del mundo subdesarrollado; democracia lacerada por la miseria, las injusticias sociales y la práctica diaria de la corrupción. La segunda articulación, innegable y real, es su capacidad de superpoder continental, posibilitada por su demografía galopante, su excepcionalidad geográfica y su irracional capacidad nuclear. El tercer elemento, en la constitución de tan insegura base, es posiblemente más un deseo que una realidad: su pretendido equilibrio entre los dos grandes bloques militares e ideológicos. El conjunto debe completarse con la inestabilidad de un Estado fragmentado, contenedor de disturbios y revueltas, en un marco fronterizo permanentemente hostil.Durante el mandato de Indira, la política exterior de la India ha experimentado escasas modificaciones. Las aproximaciones a Pakistán han sido extremadamente cautelosas; en el pasado mes de abril, Nueva Delhi acusaba a su vecino de fomentar las revueltas de los sijs. Sin olvidar que, desde la invasión soviética de Afganistán, Pakistán ha sido febrilmente rearmado por Washington y ha sido elevado al siniestro rango de país nuclear. Con Pekín, las relaciones nunca han mejorado desde la guerra de 1962; la condición de Pekín de aliado preferente de Estados Unidos no ha favorecido precisamente la distensión entre los dos países asiáticos; por lo demás, aún queda pendiente un viejo contencioso territorial en el que están pendientes más de 150.000 kilómetros cuadrados.
Frente a los dos superpoderes, Indira Gandhi trató por todos los medios de conservar las distancias y no propiciar alejamientos ni rupturas. En el verano de 1982, Indira visitó Washington, primero, y Moscú, después. En las dos capitales del mundo se multiplicaron los gestos devotos y amistosos hacia la primera ministra. La estrategia de Reagan, cuya transparencia nunca será suficientemente reconocida, explicitada por la presencia de Bush en Nueva Delhi el pasado mes de abril, consiste en alejar paulatinamente a la India de la órbita soviética; y ya que los tiempos aún no eran favorables a una aproximación directa, Washington, por medio de sus aliados, ha decidido jugar su base en la política armamentista india: venta de Jaguar británicos y de Mirage franceses, así como el envío de uranio enriquecido para las centrales nucleares de la India.
Frente a la Unión Soviética, Indira ha cuidado la posición de amigo en disfrute de un trato excepcional. Frente al cerco chino-paquistaní, Moscú desempeña el papel de protector de la India. Así lo confirmó, en Nueva Delhi, el pasado mes de marzo, Dimitri Ustinov, en visita consolidadora del tratado de amistad y cooperación firmado en 1971. La URSS es el gran proveedor de armas de la India: su aviación cuenta con centenares de Mig (27, 31 y 29), submarinos y navíos de guerra soviéticos y, recientemente, el suministro de misiles y de sofisticados sistemas de vigilancia electrónica. Durante el decenio de los setenta, las compras militares de la India al bloque socialista superaron los 20.000 millones de rupias. Pero Moscú también ha sido generoso en otro tipo de ayuda: sus créditos para la industrialización de la India, de magnitudes muy considerables, han sido dispensados en condiciones dignas de la mejor ayuda al desarrollo; se trata de créditos reintegrables en 20 años y pagaderos en rupias no convertibles, es decir, utilizables solamente para la compra de productos indios. Prácticamente, el 35% del acero, el 50% del petróleo, el 30% de productos refinados y el 30% de la producción eléctrica de la India provienen de industrias que han sido instaladas con la ayuda soviética; sin olvidar el suministro de uranio natural.
Tan frágil equilibrio se completaba, en fecha todavía reciente, con la ocupación, durante un período de tres años, por la India de la presidencia del Movimiento de Países no Alineados. Para Indira Gandhi, era la posibilidad soñada de conducir tan precario movimiento a sus fuentes originales. A los tiempos del neutralismo activo, magistralmente diseñados en el tratado de Pekín (1954), proclamados en la declaración final de la conferencia de Bandung (1955) y materializados en los siempre válidos cinco principios de la coexistencia pacífica. El retorno al instante cenital del pensamiento afroasiático, liderado por el recuerdo de los tres grandes padres fundadores del movimiento (Nehru, Tito y Nasser), que condujo al llamado Tercer Mundo a unas cotas insospechadas de protagonismo mundial.
Tan delicado equilibrio, tan arriesgada y difícil vocación pacifista y neutral, diseñada sobre una delirante realidad macroestatal y una galopante injusticia en el mosaico nacional, cercada por una permanente hostilidad fronteriza y asediada por los intereses de los dos superpoderes, es el legado que deja Indira Gandhi a su país. Desgraciadamente, las circunstancias no parecen las más propicias para su mantenimiento y su continuidad. En el mejor de los casos, la India se encuentra ante una situación de espera ante el desarrollo de unos acontecimientos internos imprevisibles y en un medio internacional que no favorece precisamente la distensión o el entendimiento.
El observador occidental, encerrado en las antiparras de su miope egoísmo y enfrentado además a la siembra demencial de misiles de Europa, olvida o ignora que su tranquilidad y placidez han descansado, desde 1945, en la guerra y en la tragedia para los demás. No sabe o no quiere saber que el juego real del poder hace ya años que se desplazó al Próximo Oriente y al continente asiático, donde los superpoderes buscan su mejor acomodo frente al poderío de China Popular, de Japón y de la India. Más de un analista internacional y algún que otro pensador vienen afirmando incansablemente que el futuro de la humanidad se juega actualmente en Asia y que Europa no es más que un escenario para divertimientos y para fingir enfrentamientos que se dilucidan en otros escenarios.
Parece evidente que, en el porvenir inmediato, la apuesta consistirá en saber si, junto al amenazador polvorín centroamericano, la inacabable guerra irano-iraquí, el suicida juego belícista centroeuropeo y la tensión rampante en Filipinas y en el sureste asiático, el mundo (es decir, el binomio Washington-Moscú) podrá asimilar y digerir un foco de tensión más, sumable a los anteriores, en el subcontinente indio. Aunque haya todavía quien piense que la historia es lo único que nunca se repite, el dramatismo actual está conformado por la existencia de focos de tensión que no se resuelven y que, además, se multiplican incesantemente. En estas circunstancias, el punto de no retorno, el pórtico de la tragedia, consistiría sencillamente en que la India basculase, voluntaria u obligadamente, hacia la órbita de cualquiera de los dos bloques. Con todas sus imperfecciones, es absolutamente indispensable para la estabilidad y la paz mundiales que los poderosos de la Tierra respeten e incluso apoyen activamente el frágil equilibrio indio y el delicado no alineamiento de su diplomacia.
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