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Por qué las feministas apoyamos a Ferraro

A pocas semanas de las elecciones estadounidenses, parece que todavía debe aclararse una extraña polémica que se ha desatado en España y Latinoamérica, entre las feministas, sobre la designación de Geraldine Ferraro para la vicepresidencia de EE UU por el Partido Demócrata. En Estados Unidos, no; allí, donde el movimiento feminista sabe muy bien lo que quiere, todas las tendencias y grupos están trabajando por la victoria de Ferraro. Porque sólo ellas saben también, a juzgar por los comentarlos que he leído de doctas y enteradas feministas españolas, lo que les ha costado alcanzar ese éxito.Desde 1860, en que Lucy B. Stanton escribiera la célebre declaración de Séneca Falls, las feministas estadounidenses no se han equivocado al valorar su lucha, sus éxitos y sus enemigos.

En un camino de 120 años, plagado de hostilidad, de golpes bajos y de más fracasos que victorias, han ido alcanzando unas cotas de respeto para las mujeres como no podemos imaginar ni en España ni en Latinoamérica. Del voto a la igualdad de salario, a la protección económica después del divorcio y el aborto, las feministas estadounidenses han conseguido, con sus manifestaciones, sus asambleas y hasta sus prisiones, que el Gobierno de su país y los dirigentes de sus partidos entiendan que el 52% de la población es femenina, que como ciudadanas de su país tienen derecho a escoger a su presidente y que con su voluntad decidida a alcanzar la igualdad con el hombre no cejarán de luchar por conseguirlo. Con estas premisas, y no otras, es como hay que enjuiciar la designación de Ferraro para estas próximas elecciones.

Pero yo me pregunto: ¿por qué la candidatura de Jesse Jackson es un triunfo del movimiento negro y la de Ferraro no lo es del movimiento feminista? ¿Por qué la lucha de Martin Lutero era legítima y admirable para la izquierda española y la de Ferraro no? Solamente se me ocurren dos respuestas: o se ignoran los planteamientos del programa de Geraldine Ferraro o se pretenden tergiversar por aquello de que las mujeres debemos estar siempre esperando una lejana e inalcanzable revolución que harán, dirigirán y gobernarán los hombres, por supuesto.

Para los que siempre lo ignoran todo, aclararé que el movimiento feminista estadounidense apoya a Geraldine porque ésta presenta un programa de igualdad entre la mujer y el hombre, con la aprobación inmediata de una enmienda a la Constitución que explicite esa condición. La Equal Rights Amendment (ERA), por la que han luchado las mujeres de EE UU durante 120 años y a la que se oponen sistemáticamente las fuerzas derechistas del país, y Reagan en especial; que se perdió en el verano

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de 1982, después de 20 años de trabajo por ella, gracias a la oposición republicana, y por cuya consecución organizaciones como NOW y otras que la apoyan han gastado miles de dólares y millones de horas de trabajo de sus militantes; la enmienda que simboliza el largo camino por la igualdad política, social, económica, laboral, que el feminismo estadounidense ha recorrido, con tanto esfuerzo, a partir de la declaración de guerra de Séneca Falls. Sólo por ello ya sería legítimo que el feminismo internacional y el español también apoyasen la candidatura de Ferraro. Porque la consecución de un triunfo de las mujeres en cualquier parte del mundo es un triunfo de todas nosotras, y si esa parte del mundo es EE UU, no creo que merezca más comentarios. Pero no sólo la ERA es el objetivo de la señora Ferraro. El mantenimiento del derecho al aborto, que el Tribunal Supremo señaló como un derecho constitucional de las mujeres estadounidenses en una célebre sentencia de hace 11 años, y que los republicanos quieren abolir, es otro de los puntos importantes del programa que defiende Geraldine. Y lo hace a pesar del escándalo y de la oposición de la Iglesia católica, a la que pertenece. Tal postura merece, cuando menos, respeto. El mismo respeto que la de los obispos latinoamericanos que se manifiestán a favor del pueblo, y no del Papa. ¿Por qué Gutiérrez será, un hombre digno y Geraldine no merecerá más que frases despectivas por su condición de católica y burguesa? ¿No será más de admirar que, precisamente porque no necesita resolver problemas personales, haya escogido un camino, un partido y un programa que no le traerán más que complicaciones, cuando podría haberse embarcado en la nave republicana, más segura, más tradicional y más aparentemente acorde con su ideología y su papel social?

Concluir la guerra en Centroamérica, impedir las agresiones contra Nicaragua, y El Salvador, detener la carrera de armamentos, apoyar a las clases más desfavorecidas, establecer y afianzar el sistema de financiamiento de programas de ayuda a los más pobres y al Tercer Mundo son otros de los objetivos de Geraldine Ferraro. ¿Y por qué no vamos a votarla? ¿Preferiremos los discursos imperialistas y alienados del señor Reagan?

Con aquellos que, conociendo bien los objetivos de la señora Ferraro, se muestran, sin embargo, escépticos y despreciativos de toda política reformista, apostando sólo por las transformaciones revolucionarias, me gustaría poder comentar cómo casa con tan radical ideología el apoyo que les mereció la reconciliación nacional, la plataforma democrática, el Gobierno de concentración nacional y ahora el AES, por poner sólo algunos de los ejemplos que se me vienen a las mientes de un tirón. ¿Cómo a la muerte del dictador votaron por la reforma, apartando de su imaginación el pensamiento insensato de la ruptura democrática, y cómo se plantean entonces el socialismo en libertad?

Cuando los obreros alcanzan alguna pequeña mejora en su vida gracias a huelgas, asambleas y acuerdos, nadie los descalifica por pactistas. Cuando los negros avanzan un paso en el camino de sus reivindicaciones, nadie los desprecia por reformistas. Cuando los partidos de izquierdas alcanzan algún escaño en los Parlamentos o colocan a sus hombres en puestos de gobierno, nadie los desprecia por colaboracionistas. ¿Por qué será que cuando las mujeres juegan a la política de los hombres, planteando serias y moderadas reivindicaciones, actuando en forma semejante a todos los políticos del mundo y concitando el apoyo de amplias masas, de dirigentes de partidos y de medios de opinión, se las descalifica con una sonrisa irónica que viene más o menos a decir: tonterías para mujercitas con dinero y sin preocupaciones? ¿No será porque son mujeres?

Para las mujeres, dicen todos, queda reservada únicamente -además de la cocina y de la nursery- la calle donde desmelenarse y ser apaleadas, los guetos de lesbianas, las revistas minoritarias y las sempiternas quejas, porque nadie les hace caso. Es decir, la marginación del poder. Cuando una mujer, en representación de los intereses de otras muchas, puede alcanzar un trozo de ese poder, la izquierda se estremece y la repudia. Y muchas veces las mismas mujeres se confunden y aplauden los denuestos de sus hombres, convirtiéndose en esquiroles de machistas y reaccionarios.

¿Cuando crecerá entre las mujeres españolas la conciencia de clase que necesitan para saber dónde está el enemigo?

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