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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una suma de tres mitos

Llegó Leonard Bernstein, el divo, el mito. Y llegó con la Orquesta Filarmónica de Viena y con el pianista Krystian Zimerman. Así, se trató de la juntura de tres mitos.Pocas veces se ha producido en Madrid un fenómeno sociológico como el del concierto que acaba de terminar. Quien no tenía entradas para oír a Bernstein se sentía infeliz porque pensaba: "Si no estoy allí, quiere decirse que no soy nadie". Es una mecánica que funciona en todos los grandes acontecimientos, sean culturales o de cualquier otro orden, tanto en España como fuera de ella.

Pero vayamos a lo meramente musical. El Real ha dado de sí el máximo de su capacidad. Con asistencia de la Reina de España, el concierto comenzó con la interpretación de los himnos nacionales de España y Austria, dirigidos por Leonard Bernstein. Después, la Sinfonía número 35 de Mozart, la famosa Haffner. La naturalidad, la transparencia, el fraseo, la exacta afinación y la cantabilidad, siempre flexible, con que los filarmónicos vieneses interpretan Mozart es algo único. Quizá en el planteamiento interpretativo por parte del célebre director cabría una mayor hondura, un cierto acercamiento a quien será heredero directísimo de Mozart: Beethowen, e inmediatamente, Schubert.

Dadas las escasas visitas a Madrid de la Orquesta Filarmónica de Viena, no deja de ser un poco triste que parte del programa se nos fuera para atender un trivial, aunque excelentemente escrito, divertimento del propio Bernstein. Creado en 1980, repite, con menos gracias, el repertorio explotado 60 años antes por los más conspicuos compositores del grupo de Los Seis de París. Por otra parte, se me antoja falta de humildad el hecho de situar esa página entre la Sinfonía 35 de Mozart y el Segundo concierto de Brahms.

Aquí residía lo más importante de la jornada, por la actuación de un pianista verdaderamente insólito, como es el polaco Zimerman. Exagerando un poco las cosas, podríamos decir que el público fue al Real para escuchar a Bernstein y volvió del Real de escuchar a Zimerman. Es verdad que la colaboración del director y de los filarmónicos vieneses fue espléndida. Pero lo que hace Zimerman hay que verlo y oírlo para poder creelo.

No es que posea una técnica asombrosa, que la posee, ni que alardee de un virtuosismo personalista y una potencia avasalladoras. Todo eso está ahí, pero por encima de ello se alza un pensamiento musical inexplicable en un muchacho de 28 años. No hay diferencia de madurez entre el Brahms que sirve la orquesta de Viena, con toda su carga histórica a la espalda, y el que nos descubre Zimerman. Un Brahms dominado por un sentido poético admirable, en el que cada pasaje encuentra nítida y bellísima explicación. Quizá por ello recibimos la sensación de que el Segundo concierto de Brahms es una pieza fácil cuando bien se sabe que cuenta entre las verdaderamente difíciles de la literatura pianística.

Magnífica la parte solista del violoncelo y en general toda la colaboración -en realidad coprotagonismo- de Bernstein y la orquesta. El Real se convirtió al final de la versión en un inmenso clamor que duró varios minutos y que solo cesó al ponerse la orquesta en pie para interpretar el himno nacional. Esta jornada, llena de valores musicales y también rodeada de sensacionalismo, ha sido un espléndido punto final del primer festival de Otoño de Madrid. Tiempo habrá de hacer el resumen y valorar los resultados. Bien podemos avanzar que darán un saldo positivo.

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