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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Dos músicos negros

Tete Montoliu, Bobby Hutcherson

Quinto Festival de Jazz de Madrid.

Teatro María Guerrero. Madrid, 25 de octubre de 1984.

A quienes creen que, en jazz, la vanguardia del vibráfono -son dos uves- se resume en los delicados paisajes que pinta Gary Burton, se les podría recordar que existen otras variedades más excitantes. De todas, la de más interés es sin duda la que representa Bobby Hutcherson.Puede decirse de Bobby Hutcherson que es el vibrafonista más parecido a Milt Jackson que menos se parece a Milt Jackson; seguidor incondicional de éste, lo principal que ha aprendido de él, sin embargo, es la voluntad de adquirir un estilo diferenciado. También, una cierta facilidad para el jazz de cámara , facilidad que Jackson ha de mostrado de sobra en sus largos años de pertenencia al Modern Jazz Quartet, y que Hutcherson saca a relucir de cuando en cuando en conciertos como el que acaba de ofrecer en el teatro María Guerrero, a dúo con Tete Montoliu.

Comenzaron ambos lanzándose a una increíble demostración de virtuosismo a velocidad de vértigo -ahora las uves son tres-, como decididos a echar el resto nada más empezar. Recordaban a esos atletas que inician una carrera a mucho tren y hacen pensar que batirán todos los récords si no se vienen abajo a la mitad. No se vinieron abajo Bobby y Tete, sino que aguantaron así hasta el final, y eso que el concierto no fue breve. Pero es que, ya se sabe, los negros tienen una rara predisposición a batir récords, y allí teníamos a dos músicos negros de verdad: a Bobby Hutcherson no hay más que verle, y Tete ha declarado mil veces de palabra y con su música eso mismo, que él también es negro. Una peculiar especie de negro catalán, pero cosas más raras se han visto.

Aparte de batir marcas, Bobby y Tete hicieron muchas más cosas: rivalizaron, dialogaron, intercambiaron bromas, jugaron a tú eres el Parker del piano y yo el Gillespie del vibráfono, desenredaron intrincados laberintos monkianos, sacaron efectos y timbres insólitos, se perdieron, se volvieron a encontrar..., todo ello entre aplausos, vítores, silbidos y hasta alaridos sobrehumanos, secuela indudable de la moda tarzanesca, que intentaron ser reprimidos por los siseos de algunos que a lo mejor creían estar en la ópera.

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