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Sobre algunos heterodoxos valencianos

Cuando los valencianos iban a la greña civil por el asunto del azulete de la bandera, Ricardo Muñoz Suay, valenciano de nacimiento y vocación, pronunció una solemne e irónica explicación geogenética: "Es que somos líbicos", y lo decía uno de los cardenales Mazarino de la cultura resistente española, más fino que una corriente de aire en una habitación cerrada. Ex carnicero de oficio, Andreu Alfaro se convierte en uno de los escultores más especulativos y elegantes del mundo, e insisto en la palabra elegancia como "...forma bella de expresar los pensamientos". Ralmon grita verdades y matiza sutilezas del espíritu mientras lee Orlando furioso y La Viena de Wittgenstein. Joan Fuster se permite sornas volterianas o montaignianas, según la ocasión, aunque la ocasión sea pronunciar el discurso de investidura como doctor honoris causa de las dos universidades catalanas. Pérez Casado, alcalde de Valencia, está empeñado en reconvertir el Mediterráneo al socialismo de rostro crítico. Y Valencia, como comunidad de lectores en lo universal, es un caso atípico en la España del posfranquismo, donde la pluralidad informativa es más legal que nunca y menos posible de lo deseable.A lo largo de la transición, la progresía valenciana ha demostrado una tozudez ejemplar en la búsqueda de un medio informativo local con el que identificarse.

Dos revistas y dos periódicos han sido empeños civiles, y casi siempre independientes, que suman cuatro fracasos, pero también cuatro intentos en una democracia que intenta poco. Los centenares de licenciados que salen de las facultades de Ciencias de la Información tendrán materia de investigación en el porqué del agostamiento de la Prensa de izquierda en España, precisamente cuando el marco democrático parecía venir en ayuda de la Prensa resistente. Por qué EL PAÍS cubre un espectro ideológico receptivo tan amplio. Por qué a Liberación le ha costado años, Dios y ayuda materializarse y nacer con la fragilidad de un huérfano o de una soltera y sola en la vida. Hay respuestas fácilmente inmediatas, pero de una investigación a fondo de esta cuestión pueden surgir constataciones muy interesantes sobre la conciencia social realmente existente en la España de la transición.

Y sin embargo, la progresía valenciana no sólo ha realizado cuatro intentos de Prensa de izquierda, sino que mantiene la única revista superviviente de la resistencia informativa elíptica de los años sesenta, Cartelera Turia, y además ha lanzado a la calle una nueva revista en el catalán que se habla y escribe en Valencia, El Temps. Recuerden aquellos nombres mejor o peor gloriosos que fueron engullidos por las fauces del sistema político o por las del sistema económico o por las de la desidia de una izquierda que sabía demasiado: Siglo 20, Signo, Cuadernos para el Diálogo, Triunfo, Hermano Lobo, Por Favor, La Calle..., por citar las revistas desaparecidas más representativas que cubrían todo el mercado nacional. Contemporánea de estas publicaciones es Cartelera Turia, publicación semanal inicialmente destinada a cartelera de espectáculos, pero que ha sido a lo largo de más de 20 años una pequeña orientadora cultural del gusto de los valencianos. Crítica cinematográfica, de libros, de espectáculos, de la sociedad y aplicada por igual a los valores locales, como a los estatales o universales. Redactada desde la información cultural y desde la pasión civil, Cartelera Turia es la decana de la Prensa progresista independiente y merecería el reconocimiento de un premio nacional de periodismo, aunque fuera un premio nuevo, un premio a la nostalgia de la Prensa que pudo haber sido y no fue.

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En cuanto a El Temps, es el heredero de ese curioso empeño valenciano, y al parecer intransferible, de practicar el policentrismo informativo, ese policentrismo al que se refería Hans Magnus Enzenberger como una condición tipificadora de una concepción revolucionaria de los mass media. El Temps es una revista de concienciación crítica, a la que nada de lo informativo le es ajeno, y conectada con la sensibilidad reivindicativa de els països catalans, heredera de ese elan nacional y cultural fusteriano sin el cual es imposible comprender la evolución de las ideas políticas en Valencia y en lo que podríamos llamar el conjunto de la catalanidad. En tiempos llanos, El Temps puede parecer un inútil esfuerzo por esdrujulizar la sociedad civil valenciana, pero ahí está, como un intento de paella auténtica, en plena era de la banalización de la paella.

Atareada como está España por saber qué es, de dónde viene y a dónde va Julio Iglesias, le queda poco espacio sensorial perceptivo para captar qué se cuece culturalmente en las autonomías del Estado. Tanto Cartelera Turia como El Temps son dos anónimos valencianos que no tienen equivalente en ninguna otra autonomía; la primera, por sus características de producto cultural mixto y por su voluntad de durar, y la segunda, como ejercicio de voluntarismo ideológico esperanzado. Ambas publicaciones están escritas en parte con la tinta invisible de lo que los andaluces llaman cachondeo, que no es exactamente igual que el cachondeo madrileño y que se parece algo más al concepto de sorna. Pero, de cuando en cuando, no podría ser de otra manera viniendo de donde viene, se insinúa la estridencia fallera, el sentido escatológico del humor y la pasión, incluso de la agresión pasional; en fin, ese conjunto de arrebatos agrícolas que Muñoz Suay calificó de "líbicos" y que en el pasado sirvieron a Blasco Ibáñez para hacer parte de su literatura. Y viene a cuento el caso Blasco, porque la temible crítica monosabia de este país se ha empeñado en valorar exclusivamente su literatura agraria y en menospreciar ese delicioso cosmopolitismo de souvenir hectacrom que ha hecho de Blasco lo que internacionalmente es: el fallero de honor de las letras universales. El único novelista bueno y español que ha dado la vuelta al mundo, el inventor de la españolada mucho antes que los americanos y pionero del boom latinoamericano con ese tango largo y tendido titulado Los cuatro jinetes del Apocalipsis, sólo podría ser heterodoxo y valenciano.

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