Nueva York
Uno viene ahora a Nueva York desde España como un sirio de las colonias iba a Roma hace 2.000 años. De acuerdo, esta es la metrópoli del imperio occidental. Aquí están las termas de Caracalla, el Coliseo, los patricios con un racimo de moscatel colgado de la oreja y por las calles discurre una cantidad impresionante de morralla que en apariencia también tiene alma. En Nueva York los deseos más secretos se consiguen instantáneamente a cambio de algunas monedas, y toda la producción que va desde Dios a Satanás, pasando por las zanahorias, se vende en las tiendas del ramo. Cualquiera puede convertirse en Horacio o en Nerón durante un cuarto de hora, y esta ciudad expide títulos de todas las universidades de Norteamérica firmados en las camisetas de algodón.Estoy dentro del gran brasero de Broadway a altas horas de la noche, cuando en Castilla el amanecer comienza en este momento a dorar las solanas de los paredones románicos y corralizas de mampostería. A media mañana allí se sentarán viejos labriegos jubilados de boina racial, pantalón de pana lleno de moscas y una punta de tagarnina en la boca. Algunos de ellos llevan ya una prenda muy moderna donde se lee, estampado, el nombre de Harvard University. También existen tractoristas, torneros y descargadores de muelle repartidos por todo Occidente que exhiben en la camiseta la matrícula o licenciatura en Yale, Wisconsin o Berkeley. La explosión gigantesca de títulos universitarios se ha producido aquí en Nueva York y la onda expansiva ha despedido igualmente hacía todos los puntos de moda del imperio, junto con la chusma divina que adorna la calle, grandes ráfagas de zapatillas, cultura al minuto, sectas místicas, cinchos de policía, dietas adegalzantes y potros de tortura.
Como un sirio de la colonia romana arrastro los zapatos por la vía sacra bajo el arco de Trajano en dirección a Times Square. Uno podría admirar algunas cosas, pero nunca hasta el punto de abrir la boca. Alguien echaría en ella un envase usado de yogur. Por lo demás, aquí está la Quinta Avenida, el negrito de la escoba y los patricios que sustituyen el racimo de uva en la oreja por un fajo de dólares.
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