Optimismo de Beckett
Hace un cuarto de siglo esta obra de Beckett era una tragedia metafisica aterradora: la disolución del hombre en la nada. Sin embargo, vista hoy, eran los happy days (título inglés, estreno en Nueva York, 1961) o los beaux jours (título francés, en París, 1963), pero sin la ironía del autor irlandés. Escuchando ahora el gran texto se encuentran bastantes vestigios de optimismo: una capacidad de resignación; la magnífica condición plástica del ser humano para adaptarse; el amor y la compañía de los dos seres residuales -Winnie, la enterrada; Willie, el reptante-; una idea bastante consistente de Dios -la regulación del tiempo en forma de señal, la sensación del personaje de ser visto desde algún sitio, de existir en un ojo, la brizna de plegaria con que comienza la obra-; una cierta repetición de la frase "no puedo quejarme"; en el cariño por los pequeños objetos y su posesión... Quizá hoy desde el punto de vista del pensamiento, de la ideación de la estancia del ser en la tierra, sea todo un poco peor, y Beckett aparezca menos trágico, incluso como optimista. Habría que contar con los progresos de la Nada para saber si lo que ha ido sucediendo es un desarrollo mismo de lo que Beckett in tuyó; o si la escritura en una situación mundial de posguerra, cuando todavía sobrenadaban algunos vestigios de la doctrina de esperanza que movilizó la segunda guerra mundial, era menos lúgubre que la de esta situación de preguerra o de prólogo de la tercera guerra mundial. Pero todo ello excede el campo de una modesta crítica de teatro, en la medida en que Beckett excede de una simple obra de teatro.
Qué hermosos días, de Samuel Beckett
Traducción de Sanchis Sinisterra. Intérpretes: Rosa Novell y Luis Miguel Climent. Escenografia: Noguera y Ramón Simó. Vestuario: Ramón Ramis. Producción del Centre Dramátic de la Generalitat de Catalunya. Estreno: Teatro María Guerrero (Centro Dramático Nacional), 10 de octubre de 1984.
La castellanización
La representación dada ahora por el Centre Dramátic de la Ge neralitat de Catalunya, invitado del Centro Dramático Nacional, presenta algunos problemas. El de la castellanización del texto es uno de ellos: la traducción -de Sanchis Sinisterra- está demasiado adherida a modismos franceses No se dice en castellano "a pelo" por "desnuda" ("á poil", en francés), ni se traduce "bolsa metetodo" del original "sac fourre-tout". Beckett es, además de todo, un poeta, un hombre de limpia y bella escritura, y requiere ser vertido con la misma o parecida calidad de idioma. La molestia aumenta con la prosodia: la actriz -excelente por muchas razones- canta el castellano con la música -no con el acento, que es otra cosa- del catalán.
Lo supera con una magnífica capacidad de expresión de los matices, de las frases, de la introducción del miedo metafisico en el lenguaje de lo cotidiano, y con un rostro flexible y una aguda y parlante mirada continuamente cómplice del texto. En la escenografia -de Noguera y Ramón Simó- se percibe cómo molesta la limitación de la duna en la que están los personajes: se pierde la noción del espacio infinito a la que se refiere el texto. Se compensa con la belleza de contraste de arena y el azul, por la encontrada inquietud de la forma del montículo y los objetos medio enterrados y por el encuentro con los colores y el diseño del vestuario -de Ramón Ramis-.
Sobre todo esto puede decirse que es una buena representación, que Sanchis Sinisterra -como director- ha descifrado muy bien la lección de austeridad, de economía y de humor de Samuel Beckett y que ha dado con acierto el paso de la reconstrucción a la cotidianidad. Todo ello muy apreciado por el público, muy bien recibido y muy bien recompensado con los aplausos.
Babelia
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