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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Los terribles nazis

Narrando sus propios recuerdos, el protagonista de esta tan inesperada como irregular película sumerge al espectador en la Varsovia dominada por los nazis. Hijo de judíos, entiende que su supervivencia depende de su propia capacidad para el engaño. Aprendiendo primero las oraciones cristianas y dedicándose más tarde al contrabando en inseguras fugas al otro lado del gueto, logra al menos que su familia no perezca de hambre. Gracias a la espléndida interpretación de Jacques Penot, es fácil que el espectador entienda como suya la vida de ese muchacho cuyo padre (Michael York) vive con claro sentido militante la situación política que sufre, pero sin acabar de entender la nueva impronta de su hijo. Éste, con astucia y alegría, domina siempre el ingenio preciso para no morir ni ser hecho prisionero. Sólo cuando ve que los suyos parten detenidos en ese tren sin retorno se alía con los perdedores, sufriendo en su propia carne los horrores del campo de concentración.

En nombre de todos los míos

Director: Robert Enrico. Guión: Martin Gray y Max Gallo. Música: Maurice Harre. Intérpretes: Michael York, Jaques Penol, Macha Merill, Helen Hughes. Drama. Francocanadiense, 1984. Local de estreno: Rialto.

Aunque la película vaya zigzagueando entre géneros sin que el espectador logre imaginar fácilmente el desarrollo posterior de las imágenes, las peripecias del joven judío leo dejan prendido de la pantalla. Muy especialmente en las secuencias situadas en ese campo de concentración, cuya dureza rara vez ha sido presentada dramáticamente con la energía de Robert Enrico. Las imágenes, o mejor las situaciones, llegan a ser feroces. La crueldad de los militares nazis es palpable en cada secuencia, sin necesidad de trucos melodramáticos ni fáciles complicidades.

Lástima que el último apartado del filme caiga en la precipitación, abandonándolo a una suerte confusa e innecesaria. Es obvio que el personaje sobrevivirá a sus espantos, ya que los narra en primera persona y en tiempo pasado, pero también que para insistir en la idea central del filme -hay que sobrevivir para poder contarlo a las generaciones futuras- no era necesario prolongarlo tanto ni despreciar con ello la emoción acumulada anteriormente: los nuevos personajes de esos postreros episodios carecen de auténtica significación, arruinando así cuanto en la hora y media anterior había interesado por su capacidad documental y emoción dramática.

Michael York, en su doble papel de padre e hijo maduro, realiza, según su costumbre, un trabajo que rezuma sensibilidad a cuyo acorde actúan también las actrices en sus más breves cometidos. En cualquier caso, es Jacques Penot quien sostiene el filme en sus momentos esenciales, incluso cuando no es ayudado ni por el director ni el músico, que recurren a pasajes trillados.

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