_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El obrero en la cadena

Un trabajo rutinario, y monótono preside la jornada laboral de las grandes fábricas

Tres aguás, tres cagás y tres comías, y ¡adiós, día! Pero éste era un proverbio del campo. En la fábrica es otra cosa. Algo más duro. Ya se sabe cómo funciona la cadena. Un trabajo que no para y contra. reloj. Que se lo pregunten a Emilio Martínez, de 33 años, casado y todavía sin hijo ni el Fiesta que vende la empresa con un 16% de descuento: "En menos de 45 segundos tengo que poner el tubo de escape, apretar tres tuercas con la pistola de aire comprimido, colocar dos gorritos de plástico en el amortiguador delantero y pintar los tornillos del semipalier". Y esto hay que hacerlo durante ocho horas seguidas, con dos pausas de 10 minutos y media hora para corner.En esta nave de montaje hay 2.000 obreros, de los 9.000 que tiene la plantilla. Empuñan las pistolas neumáticas y apuntan a esos pajarracos que vienen en el carrusel y van cayendo para que cada operario les pegue un tiro de gracia. Pero de pronto el operario tiene ganas de mear. Y se oye un grito: "¡El salvador! ¡Que venga el salvador!".

Entonces llega el salvador y pregunta qué coño pasa. El salvador de este turno es Pedro Cabrera, de 33 años, casado, pero con tres hijos y, por tanto, con experiencia en pañales y orinas. Pregunta: "¿Qué quieres, mear?".

Emilio Martínez quería mear. Todavía no ha educado sus reflejos al programa del ordenador según los parámetros de Detroit, donde quizá se mea menos que en Almusafes. Y no podía esperar hasta la pausa. "Cuando estás ocho horas con un tubo de escape en la mano, un tubo detrás de otro, no sé que pasa, la vejiga mueve".

El salvador de apuros se mete en la cadena y suple la ausencia del obrero, que va corriendo al lavabo con esos ojos de quien teme una eyaculación precoz. Por 70.000 pesetas (neto) al mes, que es lo que se saca Emilio de jornal por estar encadenado, no puede quejarse en las circunstancias actuales.

Cabizbajo y sonriente, Henry Ford tiene a un lado del vestíbulo un arado romano, y al otro, un Fiesta de color calabaza. El arado lo dejó aquí un labrador de Almusafes para simbolizar el feliz tránsito de la era agrícola a la era industrial. Y el Fiesta, producto de la primera cosecha, es obra de los 8.000 empleados fundadores de la fábrica en España. Para conocimiento de la posteridad, sus nombres han sido microfilmados junto con esta frase de Isaías: "Decid al justo que le irá bien porque comerá de los frutos de sus manos".

Fábrica desmontable

Pero algunos se preguntan ahora: ¿le irá realmente bien al justo? ¿Comerá lo justo o algo menos? ¿Valen más las manos de un robot que las manos de un hombre que empujaba un arado?

Todos están preocupados. No lo pueden ocultar. La producción ha caído y sigue cayendo. Lo dice el director gerente: "Tenemos que despedir a 350 obreros para que los restantes tengan seguro el puesto de trabajo; otro remedio no hay".

El director se llama Klaus Diegle. Es alemán. Aunque parece turco o egipcio. Tiene las facciones muy afiladas y cetrinas. Pero nadie sabe cuál es su origen. Podría ser un alemán puro, un turco germanizado o un egipcio teutónico.

Y hoy, después de rodear con su automóvil el césped de las oficinas (cada día el director utiliza un coche distinto para controlar calidad), Klaus Diegle se ha encerrado en su despacho de papeles y teléfonos sin mirar hacia el arado romano ni hacia la calabaza histórica.

¿Y si esos obreros a los que se invita al despido voluntario no se despiden? ¿Qué va a pasar? La multinacional aprieta sus tuercas. La multinacional también es una cadena. Y esta fábrica, se recuerda ahora, es perfectamente desmontable. La frase, tal vez apócrifa, se la atribuyen al magnate del pistón cuando tuvo noticia de conflictos laborales en su negocio de España. Dijo: "Si se ponen tontos, desmontamos todo y nos lo llevamos a Seúl".

Ahora entraban las enormes bobinas de acero alemán (el español se gasta poco por falta de calidad y exceso de precio) y eran desplegadas como un hilo de coser. Una máquina cortaba la plancha y el acero pasaba a las 11 prensas de Krupp (1.000 toneladas) dispuestas en batería. Al pie de cada prensa había dos obreros que eran como dos enanos con guantes hasta el codo: "Se cortan, se hacen tajos con el acero, y por eso hay que llevar guantes", dijo el encargado de línea Antonio Santiago. El estruendo era ensordecedor. Avanzaba el lateral izquierdo del Fiesta y el panel exterior del capó, luego de un proceso en el que el brazo del operario y las ventosas del robot luchaban por disputarse estas piezas.

Fue por este tramo cuando un ejecutivo dio cifras: «Nuestra factura de electricidad sube a 1.000 millones de pesetas al año". Y algo más adelante añadió: "Consumimos 8.000 metros cúbicos de agua al día". Y luego: "Fabricamos un coche al cabo de 20 horas, y al día salen 1. 120 unidades, de las que un 80% son para la exportación".

En esta planta de motores (77.000 metros cuadrados) trabajan 1.500 obreros y, salpicados entre los obreros, trabaja algún robot. Uno se llama Asea, y menos mal que nació en Barcelona. Su labor consiste en coger la corona dentada, ponerla en la máquina para ser encasquetada con el volante de inercia, enfriarla y colocarla en la cadena de esta línea de producción. Y la cadena se la lleva. Todo esto el robot lo hace en menos de un minuto, con la ventaja de que lo hace siempre en el mismo tiempo. El operario José García, que lleva nueve años en la fábrica, supervisa al robot y le rifle si se engancha y para: "Es un trabajo monótono. Antes, en la línea éramos 13, y ahora cinco, con los tres robots". Y es que la división robótica de la empresa está logrando la multiplicación productiva de culatas y bloques de cilindros. "En este otro robot hay ahora empleado un hombre (sordomudo), donde antes había, sin robot, tres hombres", comenta Javier León, de 34 años, encargado de línea de aluminio.

Pero la idea útil merece premio. La dirección de Ford pide mil ideas a los obreros en sólo 20 meses, según rezan los avisos en las paredes, siempre azules y blancas, de la fábrica. Y premia esta fabricación de ideas con un automóvil modelo Escort y 425.000 pesetas. Así que el obrero le saca la lengua al robot y piensa. Piensa cómo producir una idea genial para ganar un premio tan bueno. ¿Qué tipo de ideas? "Hemos dado premio a un obrero que nos propuso que los contenedores que vuelven del Reino Unido vacíos se aprovecharan para traer del Reino Unido mercancía que nos hace falta en la fábrica". O sea, que el obrero español relacionó la posibilidad de aprovechamiento de contenedores vacíos con ahorro considerable de dinero.

Por eso, de pronto, ve uno a un obrero ensimismado en una pausa. Ese obrero está ideando algo en favor de la empresa. "Nosotros les decimos que aporten ideas, y a cambio, aun no logrando el premio, les pagamos dos horas al mes", explica un ejecutivo.

En una nave de 12.000 metros cuadrados destinada a pintura han

El obrero en la radical

Viene de la página anterior secuestrado un automóvil en un área reservada. La química Teresa Monzó, de 33 años, detecta fallos: "Sí, les he pillado un fallo en el espesor de los bajos para que las piedras no perforen la carrocería; damos garantía de seis años", dice. A esta mujer le han ofrecido el despido voluntario con pago de tres años y plazo para que se acoja al plan hasta el 31 de diciembre. "Sin tener nada, ¿cómo nos vamos a ir?". Hay algún obrero que acude al trabajo desde lejos. Uno viaja diariamente desde Castellón (80 kilómetros), y ni aun así está dispuesto a despedirse.

Menos los naranjos y la alfalfa que se cultiva en la planta (100.000 metros cuadrados de huertas), todo es aquí desmontable y azul. En los comedores, donde se sirven casi 4.000 comidas diarias, son azules las paredes, la luz para ahuyentar insectos, las bandejas del autoservicio y el menú de 140 pesetas, elaborado por una empresa catalana que les da hervido valenciano, calamar y flan sobre mesas también azules. "El azul sosiega sin llegar a adormecer", dice un empleado de oficinas.

Ensalada de alfalfa

Luego de pintar o enfriar las carrocerías, el agua no va a perderse. Todo se transforma. Depurada, sirve para el riego del frutal y de los campos de alfalfa. Y las naranjas llegan a la mesa de Henry Ford como la alfalfa puede llegar a la ensalada de sus obreros. "La ensalada de alfalfa es recomendable, y creo que la vamos a introducir en breve", comenta el jefe de intendencia, que es de origen argentino. "Además, tenemos a dos laceros que vienen a cazar perros, porque no sabemos qué es lo que atrae a tantos perros a estos 2,5 millones de metros cuadrados que miden los terrenos de la fábrica".

El obrero Hilario Pinedo, de 25 años, soltero, prefiere cambiar de turno cada 15 días (mañana, tarde o noche) que seguir fijo siempre en el mismo: "Es demasiado monótono el trabajo mío, en esta máquina Milacron que cepilla caras de la culata, siempre lo mismo, delante del panel desde hace cinco años. Por lo menos, si cambias de turno, aunque sigas en el mismo sitio, te parece que todo cambia un poco". A Hilario Pinedo lo que le gustaría es otra cosa: "Me gustaría trabajar en electrónica y en informática, pero se ve que no hay forma". Su sueldo medio es de 80.000 pesetas al mes, netas.

Ya al final están los violadores de la doncella. Por la cadena van saliendo criaturas negras, mulatas, encarnadas, de color tostado, blancas. Les encienden los ojos en la última prueba, miden la altura de sus faros, les ponen un poco de gasolina, el trago para que se entonen. Y las monta el probador, mientras otro observa el acoplamiento desde el foso. "Monto 22 cada hora", dice uno. Oprime el pedal del acelerador sobre una superficie de rodillos y pone la máquina a 180 kilómetros por hora, sin dejarla mover, porque éste es un desvirgamiento perfecto. De sólo dos minutos.

Una mano dulce con guante blanco, la mano de la obrera Ana Rusmuy, aplica la pegatina que dice Laser como una caricia en el lateral más bajo de esta criatura reluciente. Ya es lo último, todo lo que se puede hacer antes de lanzarla a la vida. Y Juan Marchante, de 31 años, toca el pito: "Me paso la jornada tocando pitos, a razón de 180 pitos por día". Mientras que, a su lado, Juan Ciges, de 33 años, prefiere tocar pitos él que flautas el robot: "Yo pongo el plástico con el nombre Ford en el morrito; una cosa muy fácil de hacer".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_