Cuba, preceptiva e información
"Sean los orientales tan ilustrados como valientes"
Miguel Artigas
Con la admirable claridad de un maestro de escuela que explicase a un niño reluctante y díscolo los cartesianos rigores de la disertación, el autor oriental Mario Benedetti, domiciliado en la corte, ha amonestado en estas páginas al novelista español Juan Goytisolo, domiciliado im pártibus infidelium, a propósito de la inconveniencia de salirse del tema previamente impuesto. Tengola certeza de que Goytisolo no olvidará la memorable lección. En ésta, el maestro se centra a su vez en el tema siguiente: Cuba y la información. Procurará el autor de estas líneas no salirse del tema para no incurrir en crimen de lesa disertación.
Sabido es que los más agudos donaires sobre el Vaticano se oyen en el Vaticano mismo. De análogo modo, la más airosa agudeza sobre el estado de la información en Cuba la he oído en los propios medios oficiales de cubanos con destino en el exterior.
Cuentan, en efecto, que, invitado Napoleón a Cuba por Fidel, manifestó un absoluto desinterés por todas las maravillas armamentistas y militares que éste le mostraba, hasta que cayó sobre un número de Granma, órgano oficial, único y máximo, de la información cubana. El emperador, súbitamente maravillado, exclamó: "¡Si yo hubiera dispuesto de una cosa así, de lo de Waterloo no se entera ni Dios!".
Valga la cubana agudeza como introducción. Por vía de desarrollo, me referiré a las supuestas aclaraciones informativas -el tema es, según queda dicho, la información- que el maestro oriental propina a Goytisolo a propósito de dos personas con las que yo mismo mantuve una sostenida y privilegiada relación.
La primera de ellas es el escritor cubano Calvert Casey. Si Goytisolo escribe que Casey acabó suicidándose", lo hace -contra lo que su reprensor supone- con pleno conocimiento de causa. En efecto, el autor de El regreso -regreso a Cuba, regreso imposible- no se suicidó en la isla, sino en Roma un día del mes de mayo de 1969. Sin embargo, cuantos conocimos a Calvert sabemos que éste llegó de Cuba irrevocablemente suicidado. Después de su frustrado regreso al medio originario, del que huyó aterrado por la implacable persecución que el Gobierno desencadenó contra los homosexuales, Calvert sabía -y así solía repetirlo- que sólo le mantenía en vida la existencia de su madre en la Cuba del retorno imposible. Apenas fallecida su madre, Calvert llevó al acto lo que en el interior de sí ya estaba consumado: la muerte.
Recuerdo de esos tristes días el comentario que, a propósito de ese suicidio, me hizo el embajador de Cuba en Ginebra, el infausto García Incháustegui: "Es lógico, se veía demasiado con Cabrera Infánte". Tal fue el réquiem pronunciado por el oficial personaje. Rememorando la siniestra frase escribí años ha, en un texto dedicado a Calvert Casey que figura en El fin de la edad de plata (Seix Barral, 1973), el siguiente fragmento': "Estoy de pronto ante el obeso heroico funcionario que da una explicación crasa, y correcta, y general, y obvia, y aplicable a cuanto caso hubiere como éste para evitar equívocos siniestros. Bienaventurado el que todo se lo explica, el recto, el ortorrecto, el rectodoxo, porque de él será el reino de las tapias, la ordenación feliz de lo empotrado, la apoteosis de la gran sordera".
A fuerza de tragar culebras, ¿no seremos víctimas, admirable maestro, de la misma sordera apoteásica?
La segunda persona a la que el maestro oriental se refiere es Lezama Lima. Basta con examinar los datos que nuestro preceptista aporta sobre la publicación de obras de Lezama en Cuba para comprobar que desde 1970 hasta después de la muerte de Lezama Lima nada se publica de éste en la isla. A partir del deplorable proceso Padilla, Lezama fue desterrado de toda publicación, y se hizo en tomo a él un terrible cerco de vacío y de silencio. El autor de estas líneas dispone de cartas (del propio Lezama; de su viuda, María Luisa, y de otras perso-
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das: "La Guía espiritual, que usted tuvo la gentileza de enviarme, fue decomisada, según comunicación que recibí. Parece que, al leer la palabra espi4tual, se entendió que hacía referencia a la metapsíquica, vulgo espiritismo, y que era una obra para los numerosos discípulos de Allan Kardec" Gulio ole 1975).Algunos meses antes, los decomisadores de la dictadura militar chilena se habían incautado de Iibros sobre el cubismo por suponer que trataban de Cuba. Los decomisadores cubanos se incautaban ahora de libros espirituales por suponer que trataban de espiritismo. El fenómeno era el mismo. En ambas latitudes triunfaba, en definitiva, la internacional ignara y soez de los censores.
Por último, y a guisa de conclusión, contaré que hacia 1970, en una reunión de la Sociedad de Amigos de Cuba, en Ginebra, una distinguida señora oriental, discípula del maestro cuya lección aquí comentamos, nos leyó con, voz hagiográfica una carta escrita por Mario Benedetti desde La Habana en la que éste explicaba cómo tenía callos en las manos a fuerza de cortar caña en el trabajo voluntario. La señora estaba visiblemente emocionada y lloró sobre mi solapa. Yo protesté porque me había mojado y dije, como Tomás el incrédulo, que no creía en los callos de Benedetti. Hubo un revuelo. Fui, desde luego, acusado de ser partidario de Batista. Llegué incluso a declarar que, más que los callos de Benedetti, me preocupaba el estado en que hubieran podido quedar las cañas presuntamente cortadas.
En efecto, si el corte de la caña es demasiado alto se desperdicia azúcar, que queda en el tocón. Si el corte es demasiado bajo, la caña no renace. El arte del machetero tiene toda la secreta precisión del arte zen del arco o del sable. Mejor, amigo Benedetti, no profanarlo. Ni ese arte ni otras cosas.
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