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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Una vez más, el machismo

alimentado en gran medida por la igno-Pasa a la página 10

Viene de la página 9

rancia, patalea en contra de un moderado intento de introducir reformas que tiendan hacia el trato de la mujer como ser humano y no pomo objeto sexual, inferior, carente de dignidad, que al hombre se le otorga sin cuestionarla. Me estoy refiriendo a la carta aparecida en EL PAÍS del jueves 13 de septiembre bajo el título La Academia y la mujer, en la que el autor pretende oponerse a un proyecto de reforma del Diccionario de la Real Academia Española en el sentido de revisar conceptos y acepciones vejatorios para la dignidad de la mujer.

Según el autor de dicha carta, cuando el Diccionario define mujer pública como ramera o mujer del partido también como ramera -valgan estos dos ejemplos entre otros muchos- "no hace más que reproducir el habla de nuestra comunidad". Pero ni el Diccionario se limita a reproducir ni el habla de nuestra comunidad es una realidad objetiva que pueda reproducirse en los límites de un diccionario. En primer lugar, el Diccionario, al reproducir, legisla. Esto lo sabían muy bien los señores académicos, que titularon a su primera edición Diccionario de autoridades, así como los usuarios del Diccionario, desde juristas hasta correctores de estilo. En segundo lugar, si fuera el habla de nuestra comunidad lo que el Diccionario reproduce deberían aparecer en él modalidades tan dispares como el habla cheli, los anglicismos, los catalanismos, los galleguismos, etcétera, así como las connotaciones de gran parte del léxico. Y es que el autor de la carta no distingue entre dos conceptos que ya desde los años veinte vienen siendo propiedad común de lingüistas y no lingüistas: lengua y habla. El Diccionario trata de definir los elementos de la lengua, es decir, del código lingüistico, y, como tal, pretende sentar las normas del habla correcta. Pero es que el mismo autor de la carta no quiere que el Diccionario recoja el habla de toda la comunidad hablante, puesto que, según él, "cualquier español que no sufra una fuerte deformación mental de origen político o profesional identifica a mujerpública con ramera y no con la que interviene en negocios políticos". Es decir, sólo los puros mentales tienen derecho a determinar las pautas para las definiciones léxicas, y hemos de suponer que uno de los rasgos esenciales de esa pureza mental es el más puro machismo.

La lengua en su conjunto, y el léxico como parte integrante de la misma, reflejan la ideología de la sociedad en la que aquélla se ha ido conformando. La sociedad española ha sido terriblemente machista, y ese machismo se refleja en la gramática y en el Diccionario. Pero a ello viene a sumarse el machismo de la mayoría de los señores académicos, que les llevó a definiciones que hoy en día deberían, en efecto, revisarse.

Este señor añade que la palabra hombre, "nos guste o no, sigue teniendo una acepción genérica, indicadora de la especie humana en su conjunto". Pues, no, señor; a las mujeres, que constituimos el 52% de la humanidad, no nos gusta, y proponemos que ese uso genérico se abandone y se sustituya por otras palabras de la lengua castellana,- como ser humano o persona, puesto que es sabido que el uso genérico citado conduce: a una mayor ocultación o silenciación de la mujer- Lingüista.

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