Juan Pablo II hace en Toronto una apasionada defensa de Solidaridad ante 60.000 polacos
ENVIADO ESPECIAL,TorontoEn la madrugada de ayer, hora española, Juan Pablo II sorprendió a la opinión pública internacional con un discurso improvisado en polaco ante 60.000 compatriotas suyos en Toronto en el que hizo una apasionada defensa de lo que en 1980 había significado el sindicato libre Solidaridad. Dicho encuentro con los polacos canadienses en el Varsity Stadium ha representado hasta ahora el momento más intenso y humanamente emotivo de esta larga gira apostólica a través de Canadá. Ya desde horas antes de que llegara el papa Wojtyla los polacos de Toronto habían abarrotado las gradas y el estadio. Estaban todos. Nadie se había quedado en su casa, ni siquiera los enfermos, a pesar del tiempo inclemente que obligó al Papa a ponerse un jersei encima de la sotana.
El clima en el momento en el que entró Juan Pablo II en el estadio no era sólo de alegría, como, por ejemplo, entre los miles de italianos que ayer cantaban y gritaban vivas al Papa a su paso por las calles de Toronto, bajo una lluvia fría y pegajosa. Era algo más profundo e intenso. Se notaba hasta en la cara de Juan Pablo II, quien tenía una expresión particular, a veces imponente, real, casi dura, como si estuviera desafiando a algo invisible, a veces ensimismado como en un soliloquio, en meditación.
El encuentro duró algo más de dos horas. Eran ya las diez de la noche de una jornada que había empezado en Halifax, al alba, hacía 19 horas, y, sin embargo, el Papa polaco parecía no saber despedirse de la gente, ni sus compatriotas querían dejarle.
Cantó con ellos un viejo himno polaco. Lo entonó él mismo diciendo: "Espero que muchos de vosotros lo recordéis todavía". La voz de barítono del Papa destacaba sobre todas las demás. De cuando en cuando su inseparable secretario polaco, Estanislao Cziwisz, se acercaba para murmurarle al oído que había que acabar. Al anciano cardenal arzobispo de Toronto se le veía deshecho. Juan Pablo II respondía a su secretario con gestos muy significativos, que querían decir: "¡Qué podemos hacer!".
Por fin, Juan Pablo II buscó la excusa musitada por el referido cardenal: "Es muy tarde para él", dijo, "y mañana le espera un programa muy intenso".
Tuvo que acompañarle, ayer, hasta los bosques de los pieles rojas de Huronia con un programa que acabó ya muy entrada la noche.
Cuando el Papa se levantó y se dispuso a abandonar el estadio, los 60.000 polacos reanudaron sus cánticos. Juan Pablo II no resistió la tentación y, de pie, a mitad de los escalerillas que bajaban del trono que le habían preparado, se puso de nuevo a cantar con todas sus fuerzas. La gente se abrazaba incluso sin conocerse, llorando. "Un polaco es polaco siempre, se encuentre donde se encuentre", había dicho al Papa, en la presentación del acto, el presidente de la comunidad polaca de Toronto. Y dentro del estadio un anciano levantó un cartel que decía: "Gracias a Dios soy polaco".
Apoteosis polaca
El mismo Juan Pablo II, en su discurso leído, les había dicho que "sólo con un gran espíritu nacionalista" se puede ser fiel siempre a la propia identidad. Y añadió: "A los polacos nos ha mantenido siempre unidos, fuera y dentro de la patria, nuestra fe católica".Pero cuando el papa Wojtyla dejó los folios de su discurso escrito, en el que se exhortaba a los polacos de Toronto a ser fieles a los valores de la familia, y se puso a improvisar pro nunciando la palabra mágica Solidaridad, los 60.000 polacos presentes en el estadio explotaron de gozo. En el aire ondearon banderas, pancartas, muchas con eslóganes a Solidaridad, flores, crucifijos y rosarios como una inmensa bandada de gavilanes de mil colores en vuelo.
El Papa les dijo que en estos días, a través de toda Canadá, había visto por todas partes pancartas a favor de Solidaridad, y comentó: "Es ésta la mejor señal de que nuestra gente no olvida ciertas realidades importantes". Y explicó que en la entraña del concepto de aquel movimiento que significó Solidaridad en 1980 "se esconde la verdad de que los polacos queremos poner al hom-bre y a sus libertades en el centro de todo". Dijo que en aquella fecha Polonia había escrito una especie de carta de los derechos humanos, y que Solidaridad permanece como un símbolo y que indica que "seguimos reivindicando", dijo, "el derecho a ser y a vivir como hemos escogido". Afirmó también el Papa que la palabra Solidaridad "habla de otra historia de dolor de Polonia".
Antes, Juan Pablo II había recordado el terrible precio de sangre que sus compatriotas habían tenido que pagar en las dos últimas guerras mundiales. Acabó diciendo que el camino de Polonia ha sido muy duro también en los últimos tiempos, y que esperaba que los polacos puedan "añadir algo nuevo" al concepto de los derechos humanos.
Como para aliviar aquel clima casi dramático que se había creado en todo el estadio, con familias enteras que lloraban abrazadas formando un ovillo humano, grupos de danzas folklóricas polacas se exhibieron ante el Papa. Al Papa se le veía en ese momento feliz. Reía con ganas, se movía en su sillón imponente como un niño y aplaudía sin rebozo; hacía comentarios graciosos con los cardenales que tenía a su lado, y a veces echaba todo su cuerpo hacia adelante como para acercarse a los danzadores y después se volvía a echar hacia atrás en el sillón con gestos amplios de muchacho feliz.
Los polacos le hubiesen bailado durante toda la noche. El Papa les interrumpió diciendo: "La otra vez que estuve aquí como cardenal, ¿lo recordáis?, nuestra fiesta duró hasta las tres de la madrugada. Hoy no es posible hacerlo, pero os invito a venir a Castelgandolfo, en Roma: allí seguiremos, pues tendremos más tiempo".
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