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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa,en dos frentes

LA REUNIÓN extraordinaria celebrada anteayer por los ministros de Asuntos Exteriores de los países de la Comunidad Económica Europea (CEE) ha significado un notable paso en favor de la integración de España y Portugal en las estructuras comunitarias. Con independencia de la negociación sobre las cuestiones pendientes, los ministros europeos han dejado patente que, al lado o incluso por encima de los complejos problemas económicos que aguardan sobre la mesa, existe una clara voluntad política por parte de los diez para. que la larga navegación española hacia la CEE llegue a buen puerto.Parece conveniente, ante la negociación técnica que se avecina, y teniendo en cuenta ese impulso político recibido en Dublín, reflexionar sobre las actitudes que desde el lado español deberían animar y orientar la culminación del proceso de nuestro ingreso en la CEE. Tanto el Gobierno como la oposición están obligados a prescindir de cualquier tentativa de manipular como instrumento electoralista esa decisiva cuestión nacional. La detestable costumbre de invocar al Estado o a los intereses patrióticos para justificar encubridoramente la adopción de decisiones partidistas ha terminado por desgastar el valor de las palabras y por despertar el recelo ante las utilizaciones de los grandes principios. Las negociaciones para el ingreso de España en la Comunidad Económica Europea constituyen una auténtica cuestión nacional ante la que deben plegarse las estrategias partidistas y las ambiciones de los profesionales del poder.

El objetivo de nuestra entrada en la CEE, tan largamente esperado por la opinión pública española, se halla por vez primera al alcance de la mano. Sin duda, el Gobierno que consiga asociar su imagen al logro de esa meta se beneficiará de las repercusiones de tal conquista. Pero la subordinación de cualesquiera otras consideraciones al éxito formal de la negociación, el tratamiento atropellado de cuestiones técnicamente complejas o el empleo triunfalista del tratado de adhesión serían inadmisibles por parte del Gobierno. La oposición puede sentir, por su lado, la tentación de minimizar el éxito o de exigir imposibles contrapartidas económicas a fin de privar a los socialistas del protagonismo en ese acontecimiento. De entrar en ese camino, la propia negociación se vería dificultada, y los intereses españoles, perjudicados, pues el Gobierno no podría librar una guerra en dos frentes, uno interno y otro externo, sin perder la legitimidad y la representatividad para culminar un diálogo áspero y duro con las autoridades comunitarias.

La otra conclusión que se desprende de la reunión de Dublín -pese a los desesperados y definitivamente ridículos esfuerzos del ministro Morán para demostrar lo contrario- es la conexión que los países comunitarios han establecido implícitamente entre la permanencia de España en la Alianza Atlántica y su incorporación a la CEE. Los portavoces británico y alemán occidental han hecho una referencia apenas velada a esa vinculación al expresar su propósito de evitar que la dilación de la entrada de España en la CEE entorpeciera, las tareas que aguardan a Felipe González -en su doble condición de .presidente del Gobierno y secretario general del PSOE- para justificar su política exterior en el 30º congreso socialista. Dadas las extendidas resistencias de amplios sectores de la militancia y del electorado del PSOE, y de la sociedad española en general, respecto a la permanencia de España en la Alianza Atlántica, el binomio CEE-OTAN puede operar a favor de la política del Gobierno de permanencia en ésta a condición de que se consiga el ingreso de España en la Comunidad. Felipe González ha expresado ya en varias ocasiones, y de manera pública, que eso equivaldría a contemplar la integración europea de España en los dos frentes, en el del disfrute de las ventajas económicas y politicas y en él de la participación en el sistema defensivo y de seguridad de. la mayoría de los países europeos.

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Así planteada la cuestión, es preciso reconocer que la negociación España-CEE se plantea en algunos aspectos casi como un trágala, y muy concretamente en el de la permanencia en la Alianza, por más que estas cosas no se digan a las claras. En similares circunstancias, una comparecencia del presidente del Gobierno parece necesana, puesto que lo que se juega es el futuro de nuestras relaciones exteriores, nuestra política económica, la de seguridad y defensa, y la revisión de actitudes que los socialistas tuvieron en el pasado. Por todo ello, ya no tiene ningún sentido, además, que la constatación de los hechos apuntados coincida de nuevo con unas declaraciones del negociador oficial español con la CEE, Fernando Morán, que pretenden desmentir ingenuamente a los representantes del Gobierno alemán y británico, al tiempo que el propio Morán expresa su opinión de que España debeabandonar el comité militar de la Alianza, opinión que hay que interpretar como decisión gubema mental mientras el portavoz del Gabinete no desmienta al ministro de Exteriores. La actitud del Gobierno, y de Fernando Morán, con respecto a la Alianza comienza a distanciarse así de la tan acusada ambignedad para instalarse en las características del engaño. Desgraciada mente para nuestro ministro de Exteriores, no es él quien define la política de los países comunitarios, que insisten en ligar ambas cuestiones, y desgraciadamente para nosotros, es él quien pretende dirigir la política exterior española, negando hasta lo que un ciego ve y no escuchando lo que sus colegas europeos dicen en público y en privado.

Hay, desde luego, motivos para tanta tribulación por parte del Gobierno socialista enel caso de la Alianza y el prometido referéndum en torno a nuestra participación en ella. Aunque algunos dirigentes del PSOE se declaren ahora atlantistas de toda la vida, sobran los testimonios abrumadores de que la actual valoración por el Gobierno de la cuestión atlántica difiere sustancialmente de las posturas defendidas por los socialistas -bajo la consigna: "OTAN, de entrada, no"- mientras permanecían en la oposición. En un libro concluido en septiembre de 1980, Fernando Morán trató con despectiva superioridad el argumento "que podría denominarse defensa de la congruencia". Los lectores comprobarán que, esa descalificada defensa de la congruencia, que señala la interconexión entre la integración europea y la OTAN, es exactamente el argumento que los ministros reunidos en Dublín. han defendido y que el Gobierno de Felipe González está dispuesto a suscribir. Morán quiere, sin duda, ser congruente consigo misnio y con su libro, pero a costa de no ser congruente con el Gobierno al que pertenece y con las decisiones políticas que éste toma.

Esta insistencia en tratar a los españoles como si fueran menores de edad ha tenido su corolario en la aseveración por fuentes oficiosas de que la visita que el comité militar de la OTAN realiza ahora a España es ni más ni menos que turística -durante este viaje de placer, los generales se enterarán de que Morán quiere retirar el representante permanente de España en el comité- Pero los ciudadanos tienen derecho, en el momento de la recta final de negociación con la CEE, a saber cuáles son efectivamente las posiciones de su Gobierno frente a los condicionamientos políticos que parecen alzarse en este terreno. Tienen derecho exactamente a eso, no al burdo hurtar el bulto de este ministro de Exteriores, que no ha tenido el valor de dimitir cuando se ha visto obligado a aplicar una política diferente a la que delineó, ni tampoco ha aceptado lisa y llanamente que ha cambiado de mentalidad. Y que pretende -ya inútilmente- convencer a todo el mundo, dentro y fuera de España, de que sólo él conoce la realidad de las cosas, mientras que son todos los demás, absolutamente todos, los que están equivocados.

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