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La División Azul

Suele ser en noches de luna llena. De pronto, lo veo todo muy claro. La luna llena es un rayo equis o zeta que se mete en las zonas privadas de la conciencia y encuentra sentimientos e ideas preconcebidas y predichas que uno tiene más remedio que asumir. Fue en una noche de luna llena cuando tuve la revelación de la fatalidad que guía el destino histórico de España desde la guerra de la Independencia. Invadidos o aislados, sabemos expulsar al invasor con o sin ayuda, pero no sabemos utilizar bien el aislamiento. El teniente general Diez Alegría, Don Manuel, le ha contado estos días a Camilo José Cela que ni siquiera sacamos partido del aislamiento neutralista de la guerra del catorce. Al parecer Europa nos despreciaba porque ni moríamos ni matábamos, y luego no supimos sacar provecho de las ventajas materiales del aislamiento.En la expedición a la Conchinchina, canto del cisne de un imperialismo con cara y ojos, ya hicimos un papelón risible. Fuimos pero no fuimos, conquistamos pero no conquistamos, y al final fueron los franceses quienes se quedaron con la parte del león, con el caucho, y con el tiempo sacaron los neumáticos Michelín, cuando, que yo sepa, ningún neumático español ha conseguido dejar las huellas de España por las carreteras del mundo. Perdidas las colonias americanas, nos vamos a África y nos quedamos con los desiertos y algunos oasis siempre duramente conquistados, perdidos y reconquistados, batalla imperial que sólo sirvió para que se foguearan varias promociones de oficiales y consiguieran años después vencer en la Cruzada de Liberación.

La vocación occidental de España impone, al parecer una toma de decisión sobre el aislamiento. Hijos de las mismas Lecturas Graduadas y de la misma Enciclopedia Grado Superior, un vasto espectro de cuarentones de centro derecha y centro izquierda tratan de imponer un alineamiento internacional que haga verdad aquellos poemas que nos inyectaron en la infancia con jeringuillas para vacunar yeguas.

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También la novela de Julio Verne Miguel Strogoff ha influido mucho en la formación de esa conciencia occidentalista de nuevo tipo. Obsérvese que cada vez que los programadores culturales detectan un debilitamiento en el fervor occidentalista de las masas, programan cualquier versión de Miguel Strogoff en la tele, y al día siguiente una buena parte de los españoles amanecen con los tártaros en el galillo. Alinearnos con los enemigos de los tártaros significa romper el aislamiento y como consecuencia que se nos tenga más respeto y cariño que el hasta ahora demostrado. En segundo lugar, la alianza occidental nos hará respetables ante los tártaros, sabedores entonces de que tocarle un pelo, aunque sólo sea un pelo, a una de nuestras madres, esposas o hijas significaría un desafío a todo Occidente. Y en tercer lugar, si los tártaros, desde su maldad congénita, pasan por encima de esta propuesta implícita y explícita de disuasión y avanzan sobre el Vaticano, Constantinopla o Santiago de Compostela, un millón de pechos españoles saldrían a defender la civilización occidental, mientras otro millón de españoles con posibles se refugiaría en sus madrigueras antiatómicas para que en el mundo del futuro no desaparezcan las corridas de toros y las mantecadas de Astorga. Y una vez cumplida su victoriosa misión, aplastados y enjaulados los tártaros, España podría reivindicar cualquier cosa tártara que le apetezca, porque las guerras sin botín serían gratuitas capulladas sangrientas que sólo interesan a los tenientes románticos y a algunos poetas en alejandrinos. Además, en un mundo tan vacío como el resultante de la próxima guerra mundial, las fecundas entrañas de la madre España pueden estar al servicio de una repoblación galopante del mundo posnuclear, un mundo rellenable de morenitos y morenitas que cantarían Asturias patria querida o Desde Santurce a Bilbao cada vez que fueran en autocar a ver las ruinas de París o de la Giralda.

Pero si a pesar de las indudables ventajas que nos reportara la unión occidental contra los tártaros, prospera esa desidia popular ante los grandes objetivos de la Historia, de imponerse la vocinglera falacia pacifista y verse obligado el actual gobierno español a vivir un exilio interior occidental, convendría que sacara lecciones de la Historia, y ¿por qué no?, de la más inmediata, sin despreciar la enseñanza por su origen, sino apreciándola precisamente por su intención. Y de todos los males menores que España ha asumido para compensar el nada espléndido aislamiento internacional en el que vive, no fue escaso el que representó la coartada histórica de la División Azul. Malo es que un gobierno imponga un alineamiento occidentalista y antitártaro sin el refrendo del pueblo, pero malo sería enquistar las naturales tendencias occidentalistas que se dan en la sociedad española y convertirlas en tumores futuros de signo incluso maligno. Bueno sería, pues, que de confirmarse algún día la vocación neutralista de los españoles de a pie, los hidalgos de la Historia puedan disponer de una División Azul de nuevo tipo en la que se integrarían voluntariamente todos los que arden en deseos de partir en la cruzada contra Tartaria y que dieran ejemplo las cabezas visibles del occidentalismo progresista, siendo los primeros en las colas de las oficinas de reclutamiento. Corriprendo que no es lo mismo un compromiso atlánticonuclearizado que un compromiso atlántico desnuclearizado, y que sucedáneo de estos caviares sería esa simbólica División Azul antitártara, que de hecho perpetuaría el espíritu de aquella División Azul de Muñoz Grandes que tenía parecidos objetivos de cruzada contra el oso bolchevique.

Lástima que las noches de luna llena escaseen y los aullidos de licántropo tengan poca audiencia en ua humanidad que ya nace con los audifonos puestos. Pero yo trato de aprovechar la lujuriosa plenitud de la luna para ver más nítidos los contornos del cementerio terrestre, oculto de día por la obscena falsificación de la luz solar. A contra luz de esa luna llena he visto esa División Azul potencial que cohabita con nosotros, esa vocación de cruzada que nace de la mala pata histórica de que mientras Occidente tenía que recorrer kilómetros,/ kilómetros para pelearse con el infiel, nosotros lo teníamos en casa, nos contagiábamos de él, nos decapitábamos al decapitarle. Tal vez en el futuro, de confirmarse el estallido de la tercera guerra mundial, esa División Azul consiga al menos, al menos una medalla de bronce.

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