Ir a la guerra
JOAQUIN VIDALLa corrida de ayer en Las Ventas, con trapío, con romana, con sentido, era la guerra. A los tres espadas los mandaron, a la guerra, y a Pepe Luis Vargas, de avanzadilla, para que la ganara él solo. Pero ni con una bomba atómica en el bolsillo del chaleco la habría podido ganar.
No había quien pudiera con aquel gigantesco quinto toro que le salió, el cual pesaba 622 kilos de carne y otros 622 de mala uva. Se quedó sin picar, porque escapaba del castigo. Para bien del caballo, por cierto, pues una vez que no escapó, en terreno de toriles, le pegó tal meneo que le hizo bicarbonato sódico todas las costillas del lado derecho. También se quedó sin recibir el castigo de las banderillas negras, como, merecía, porque el presidente, muy pagado del buen nombre del ganadero, en vez del pañuelo rojo sacó el blanco. Lo de blanco es un decir, pues tenía un color indefinible. Ese pañuelo no ha entrado en la lavadora desde que debutaron Fuentes y Minuto.
Plaza de Las Ventas
2 de septiembre.Toros de Lamamié Clairac de gran trapío y romana, broncos. Manili. Tres pinchazos, estocada, y cuatro descabellos (palmas y saludos). Media atravesada delantera caída, pinchazo y media (silencio). Pepe Luis Vargas. Media delantera (ovación y salida al tercio). Dos pinchazos, media, otro pinchazo, estocada corta baja, tres pinchazos más, otro bajísimo y atravesado, tres descabellos - aviso- y once descabellos más (gran ovación y salida al tercio). César Rincón, que confirmó la alternativa. Estocada caída (ovación y salida al tercio). Tres pinchazos, estocada corta delantera y seis descabellos (aplausos)
También se quedó sin torear el quinto torazo de mala uva. Claro que a ver quién lo hacía. Cada vez que Pepe Luis Vargas intentaba doblarlo por bajo, se le escapaba del engaño y cuando no se le escapaba, le arrebataba la pañosa de un derrote asesino. En cuanto el torazo se dio un respiro en sus oleadas mortíferas, Vargas entró a matar. Y se encontró con que tampoco podía hacerlo, ya que la fiera le esperaba echando arriba las astas. A pesar de las precauciones que, lógicamente, tomaba, el pequeñín Vargas salió una vez por los aires, otras rodando por la arena. Mató a la última y, a pesar de ello, se ganó la ovación de la tarde.
En su otro toro, había estado muy torero Vargas, ya desde los lances a la verónica, juntas las zapatillas, que remató conmedia muy fina y una larga afarolada. Con la muleta consintió cuanto había que consentir, aguantó serenamente las medias arrancadas, instrumentá bonitos muletazos a dos manos y un molinete.
Los tres espadas hicieron la guerra con mucha valentía y serenidad. César Rincón, nuevo matador en la plaza, sorteó con ejemplar estoicismo los acosones de su primer toro, y los violentos derrotes del último, y pese a las evidentes muestras de mala críanza que le hacían, exhibió un estimable conocimiento de los cánones en el toreo al natural. Manili también aguantó muchos parones del primer toro y al cuarto, bronco incierto y de media arrancada, lo trasteó por la cara, según procedía.
En el fragor de la guerra, los tres espadas contraatacaron me diante quites surtidos. Vargas hizo uno de infarto, por faroles de rodillas. Rincón salió voltea do en otro. Estuvieron bien. Y aunque hubieran estado mal, ya tenía méritó ponerse frente a aquellas moles feroches; más aún estos toreros, que son de corte pitufo. Terminaron la guerra cansados, sudorosos y maltrechos, pero ahora pueden contarlo; hasta escribir una novela pueden, como Hemingway.
Babelia
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