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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El congreso de la Trade Unions

EL 3 de septiembre comienza en Brighton el congreso de los sindicatos británicos (Trade Unions) en una atmósfera de crisis social profunda motivada por la ya larga y dura huelga de los mineros del carbón y agudizada por la de solidaridad con ellos emitida por los estibadores de importantes puertos, que podría, a su vez, ser continuada por la de los transportistas; todo ello en una situación general económica grave en la que aparece una reducción en el ritmo de la producción industrial, un aumento creciente en el paro (las cifras oficiales lo sitúan en el 13% de la población activa; es decir, algo más de tres millones de parados; los cálculos privados, entre 3,5 y cuatro millones de parados). Los huelguistas presionan sobre este congreso para que les sostenga, e incluso para que amenace con una huelga general si el Gobierno de Margaret Thatcher no atiende sus reivindicaciones (esencialmente, la anulación del plan de remodelación de la producción del carbón, que incluye una reducción de la producción y, consiguientemente, la desaparición de 20.000 puestos de trabajo).Una parte de los sindicalistas británicos considera necesario el apoyo a la huelga e incluso la presentación de un ultimátum al Gobierno. Otra, en cambio, tiende a aceptar los principios de lo que en la actual semántica del vocabulario se llama reconversión, sobre la idea de que una negativa violenta pueda causar una crisis mayor y, por consiguiente, unas pérdidas mayores de puestos de trabajo para la actualidad y para el futuro. Los términos que se manejan son sensiblemente iguales a los de otros países de Occidente -aunque en cada uno tengan el valor relativo a sus balances reales-: el dilema entre un esfuerzo actual para una modernización de la industria y la pérdida del tren de las reformas. Este doble punto de vista de los que se llaman extremistas en las Trade Unions (Thatcher no vacila en acusarlos de infiltración comunista) y los moderados viene presidiendo desde hace años la lucha interna de los sindicatos en el Reino Unido y la del partido laborista, su brazo político. En el ánimo de los moderados -tanto de las Trade Unions como del partido laborista- está no solamente esa necesidad de modernización, sino el miedo a la impopularidad de las huelgas. El último éxito electoral de los conservadores está apoyado, como se sabe, por el ardor nacionalista de la aventura de las Malvinas, pero sería demasiado esquemático apuntar que únicamente a él: hay también un impulso conservador de las clases medias que Margaret Thatcher supo movilizar en su momento fente a lo que muchos definían como tiranía sindical y obrerismo sin correspondencia con las condiciones económicas de la nación. Es posible que la actual huelga del carbón pueda repercutir también en ese sentido en el momento en que el tirón del invierno se encuentre con la escasez; y con las inmensas dificultades para la vida diaria que podría ocasionar la huelga de los estibadores, cuyos recuerdos anteriores ponen escalofríos en los británicos. Pero no se sabe hasta qué punto podrá invertirse la ola de impopularidad hacia un Gobierno duro e inflexible, que no puede permitirse el lujo de perder esta huelga porque supondría la pérdida de todo su plan de reformas económicas y una apariencia de vulnerabilidad frente a todos los sectores que están sintiendo cada vez más la realidad de la crisis. El tema de las Malvinas se puede incluso reconvertir en el sentido de acusar al Gobierno de cargar sobre los trabajadores el inmenso peso de la factura de una victoria de escasa utilidad.

Por tanto, el congreso de las Trade Unios se va a encontrar con la necesidad de tomar decisiones inmediatas en el plazo de cuatro días que va a durar; mezclado todo ello con la lucha por el poder que se plantea en todo congreso y que en éste puede tener caracteres dramáticos, y con la difícil actitud del partido laborista, forzado a tomar actitudes que le favorezcan ante el núcleo electoral; es decir, no demasiado extremistas y que, sin embargo, ayuden a desmontar la política. económica y social de los conservadores; que no le haga perder ni el malestar obrero actual ni la recuperación que necesita de la clase media que se le deslizó en las dos elecciones parlamentarias anteriores.

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