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Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA
Tribuna
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El endeudamiento internacional

José Luis Leal

El reciente informe sobre la situación económica mundial del Banco de Pagos de Basilea contiene una serie de datos sobre la que merece la pena reflexionar. El documento, de carácter esencialmente financiero, contiene también información que puede servir para analizar la situación de los países más endeudados en el mundo.En 1983 la situación financiera internacional estuvo dominada por los problemas de la deuda de los países en vías de desarrollo. Algunas negociaciones de carácter espectacular marcaron la pauta para el difícil peregrinaje de los dirigentes de los países endeudados a los centros financieros mundiales. Por regla general, la situación se tensaba -y se tensa- al acercarse los fines de cada trimestre, por razones de orden técnico: los bancos norteamericanos deben clasificar como morosos aquellos créditos cuyos intereses no son pagados a su vencimiento, con lo cual la falta de pago de un plazo cualquiera repercute inmediatamente sobre la cuenta de resultados, que también se da a conocer trimestralmente. De ahí las frenéticas negociaciones al final de cada trimestre entre deudores y grandes bancos norteamericanos.

De prestamista a deudor

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Pero estos episodios, y los avatares de las negociaciones país por país, no fueron los únicos acontecimientos de 1983. En este año se produjo también un cambio sustancial en la posición financiera de Estados Unidos en relación con el resto del mundo: de prestamista por 46.000 millones de dólares pasó a ser prestatario por 25.000 millones, lo cual no se producía desde la crisis del petróleo. Salvo que, a diferencia de lo sucedido entonces, los fondos necesitados por Estados Unidos hubo que buscarlos en otros lugares que en los países árabes, es decir, esencialmente en Europa y Japón. Este cambio de la posición financiera norteamericana ha llevado a algunos a pensar que, de continuar las cosas al ritmo actual, Estados Unidos podría encontrarse con un problema de deuda exterior de aquí a unos años. La afirmación es probablemente exagerada, por cuanto que, externa o interna, la deuda norteamericana está denominada en dólares, lo cual confiere a sus dirigentes la posibilidad de determinar el valor del principal de la misma (al fijar la tasa de inflación interna) y de sus intereses (determinados, en última instancia, por la Reserva Federal), amén de carecer de problemas de ajuste exterior por servir el dólar de monera de reserva entre los restantes países. Demasiados privilegios a la vez si no se ejerce el liderazgo mundial que estos beneficios procuran con prudencia y generosidad. Porque, de no ser por el dólar, el déficit interno y externo de Estados Unidos estaría ya apelando la visita de un equipo del Fondo Monetario Internacional (FMI) para iniciar las consultas sobre la mejor manera de ajustar su economía.

Volviendo a la situación de los países endeudados, es preciso realizar algunas constataciones que ayuden a establecer un mejor diagnóstico del problema como primer paso para la búsqueda de soluciones realistas. Sólo así podrán evitarse tanto el repudio más o menos formal de las deudas como la situación de hambre y miseria que comportaría un ajuste brutal de sus economías.

Los que no tienen petróleo

La primera constatación se refiere a la relación real de intercambio entre los países en vías de desarrollo no productores de petróleo y el resto de mundo. Como es sabido, la relación real de intercambio resulta de comparar el precio de las exportaciones con el de las importaciones, y su deterioro significa que se compra más caro de lo que se vende. Pues bien, la relación real de intercambio de los países antes mencionados se deterioró en los últimos cinco años en un porcentaje del orden del 20%.

Esta evolución resulta del juego de un doble mecanismo. Por una parte, el aumento de los precios del petróleo implicó, en. una primera fase, un deterioro de la relación real de intercambio de todos los países importadores de petróleo. Pero luego, en una segunda etapa, los programas de ajuste de los países desarrollados provocaron una disminución de la demanda de materias primas que a su vez redujo el valor de las mismas en un momento en que los precios de los productos manufacturados iniciaron su ascenso, lo cual produjo un nuevo deterioro de la relación real de intercambio, a pesar de haberse estabilizado primero y descendido después, a partir de 1982, el precio del petróleo.

Esta dificultad adicional motivó la inoperancia en la práctica de los mecanismos habituales de ajuste. Para los países en vías de desarrollo, la devaluación de sus monedas nacionales apenas incide en las exportaciones porque la demanda de los productos que exportan no depende esencialmente de su precio; sucede más bien lo contrario. De ahí que la única vía que en la práctica permanece abierta para este grupo de países sea la de reducir sus importaciones, que es lo que han hecho en los últimos años. Los países latinoamericanos las redujeron, en términos reales, en un 20% en 1982 y en un 19% en 1983, mientras que sus exportaciones aumentaron, siempre en términos reales, en un 2% cada uno de estos años. No Puede decirse, pues, a menos de ofender gravemente la objetividad y el sentido común, que estos países no estén realizando un esfuerzo. Ningún país occidental ha llevado a cabo una reducción semejante, de sus importaciones durante dos años consecutivos desde la segunda guerra mundial.

De esta manera, y como quiera que el pago de intereses por el endeudamiento exterior permaneció prácticamente estancado, los países latinoamericanos disminuyeron su déficit por cuenta corriente de 34.000 millones de dólares en 1982 a 17.000 millones de dólares en 1983. Un paso importante en la buena dirección, pero insuficiente para poder devolver parte de la deuda, porque, a pesar del esfuerzo, el déficit permaneció y su financiación requiere, precisamente, un aumento del endeudamiento.

Llegamos así al tercer gran problema que está complicando los 9os anteriores, y que no es otro que el de los tipos de interés. Éstos, como es sabido, han aumentado en los últimos tiempos, encareciendo así la financiación de una buena parte de la deuda latinoamericana, que está contratada a tipos de interés variables.

Este hecho dificulta enormemente el ajuste, pues los tipos de interés que sirven de referencia para el pago de la deuda de estos países se forman en Estados Unidos y son consecuencia de la necesidad de financiar el enorme déficit público norteamericano en unas condiciones que vienen determinadas por la escasa capacidad de ahorro de las familias de aquel país. En términos de contabilidad nacional, el déficit público y el ahorro de las familias son equivalentes -aproximadamente un 4%. del producto interior bruto (PIB)-, lo cual provoca una permanente presión al alza sobre los tipos de interés de los bonos del Tesoro norteamericano. Algo parecido a lo que sucede en España (el déficit público del 6%. del PIB equivale a la tasa de ahorro familiar), con las consecuencias de todos conocidas.

Explosión corporativista

De ahí las quejas de los países latinoamericanos, que ven perderse en una mañana, cuando los bancos norteamericanos aumentan su tasa preferencial el esfuerzo de muchos meses. Un punto de aumento de los tipos de interés en Wall Street representa para este grupo de países un encarecimiento de su deuda del orden de los 2.000 millones de dólares o un 4% de sus importaciones.

Endeudamiento internacional

Cabe entonces Interrogarse sobre las razones que han llevado a una situación de este género, puesto que los tipos de interés reales son ahora más elevados que hace 10 años, cuando tuvo lugar el primer reciclaje, que afectó esencialmente a los países industrializados. Éstos tuvieron, pues, que pagar menos por su deuda que los países pobres, situación a todas luces paradójica. No es difícil, sin embargo, encontrar las razones: el aumento de los tipos de interés reales ha coincidido con el aumento de los déficit públicos en todos los países occidentales, que a su vez no reflejan otra cosa que el rechazo del ajuste por parte de las poblaciones afectadas. La prosperidad económica universaliza y facilita la redistribución; la crisis económica segmenta las reivindicaciones, rompe la solidaridad y apela al corporativismo, ese viejo enemigo del espíritu universalista que hace posible el progreso. El resultado de la explosión de los corporativismos son los déficit públicos que han proliferado por doquier. Y para financiarlos ha sido preciso ir a buscar un ahorro escaso por el que el precio a pagar ha sido y es excesivamente alto.Presupuestos y elecciones

Puede hablarse entonces de la mala suerte de los deudores de hoy y de la buena estrella de los de ayer. Tanto más cuanto que en realidad lo que mide el riesgo no es el tipo de interés, sino el llamado spread, que equivale a una especie de prima de riesgo. Ésta ha sido muy pequeña, pues en la mayoría de los casos apenas ha alcanzado el 1% sobre los fondos prestados. El problema de los tipos de interés reales no es imputable a los intermediarios financieros, ni tan siquiera, salvo en determinados casos, a las autoridades monetarias. El fondo de la cuestión se encuentra en la dificultad de los Gobiernos de los países industrializados para llevar a cabo unos ajustes presupuestarios que, cuando se producen, suelen terminar en catástrofes electorales. Si hay una lección que extraer de las elecciones en Occidente en los últimos años, ésta consiste en que gana casi siempre el que no está en el poder, cualquiera que sea su signo. A pesar de lo cual, y como veíamos antes, el rigor de los ajustes en los países desarrollados palidece cuando se le compara con la dureza de lo que están intentando algunos Gobiernos latinoamericanos.

El problema es, pues, parcialmente político en el sentido más noble del término, pues se trata de la capacidad de los regímenes democráticos para administrar la crisis en un doble sentido. Primero, dentro de sus propias casas, haciendo frente a los repetidos asaltos del corporativismo y a la tendencia a la segmentación de los problemas económicos. Éste y no otro es el sentido de la lucha por reducir los déficit en nombre de unos intereses generales que reclaman mayor dureza frente a las situaciones de privilegio de donde quiera que éstas provengan. Luego, dentro de su propia esfera de influencia económica, política y cultural. En el caso de los países en vías de desarrollo, y muy especialmente en el caso de los países latinoamericanos, estamos ante un conjunto de naciones que tiene con nosotros unos vínculos que las hacen acreedoras, al menos, a la comprensión de sus problemas. Tanto más cuanto que muchas de ellas luchan por consolidar la democracia en medio de la crisis económica, algo a lo que nosotros, españoles, deberíamos ser particularmente sensibles.

Soluciones técnicas

A partir del reconocimiento del hecho político será más fácil encontrar soluciones técnicas. No se trata, ni nadie lo pide, de borrar la deuda de la noche a la mañana, como no se trata, no puede tratarse, como algunos parecen desear, de que paguen lo que deben en unos pocos meses. Las soluciones técnicas existen, y deben partir de un diagnóstico compartido sobre la naturaleza y orígenes del problema. De ahí la importancia de deslindar esos tres ámbitos: relación real de intercambio, dificultades, del ajuste de la balanza de pagos y tipos de interés. El análisis detallado de cada uno de esos tres aspectos puede ayudar a encontrar soluciones realistas, aunque su encaje dependerá de la mayor o menor aceptación por parte de los principales países acreedores (en este caso Estados Unidos) de su papel de liderazgo mundial, entendido éste en un sentido más amplio que el puramente económico. España también puede y debe desempeñar un papel positivo en esta crisis. Muchos países latinoamericanos han puesto sus ojos en nuestra democracia, y dada la fuerza moral que nos proporciona el ejercicio cotidiano de la libertad debemos ayudarles a conquistar o conservar la suya.

fue ministro de Economía (1979-1980).

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