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Cela elige una madera muy dura para titular su novela sobre la Galicia marinera

Escribe en Finisterre la continuación de su saga galaica

Manuel Rivas

La próxima novela de Camilo José Cela ya tiene título: Madera de boj. Una madera dura, muy dura, que sin embargo arde al final de la ruta narrativa. Será la saga de la Galicia marinera después de esa incursión desbordante por el universo campesino que fue Mazurca para dos muertos. El escritor pasa una temporada en Finisterre, en la costa da morte, donde ambientará la obra y donde le gustaría que un día un marinero manco esparciera sus cenizas. Cela se considera "un emigrante más" y manifiesta el deseo de que su legado y sus papeles queden en Galicia.

La carretera que va al fin de la Tierra, salpicada de jóvenes con mochila atraídos por un imán ancestral, tiene una desviación a la izquierda que lleva a la playa de Serra. La casa encoge las espaldas entre pinos bergantinianos y abre los o os al mar de Finisterre. "Quizá vuelva en invierno", dice Cela. Madera de boj es todavía un cuaderno de bitácora pendiente de la travesía del sueño. "Apenas unos apuntes. Sé lo que va a pasar más o menos, pero aún no hay nada escrito. Me he venido aquí sin dar tres cuartos al pregonero y hablo con la gen te, que es lo que los escritores han olvidado".Habrá balleneros, quillas legendarias surcando el mar tenebroso, y también, probablemente, alguna embarcación fantasma. Como ese mercante anclado a media milla de la entrevista "Lleva ahí más de un mes. Posiblemente espere un cheque del armador; no le habrán pagado a la marinería, y no se atreven a atracar porque se les escapan. No se sabe de qué bandera es; seguramente, de conveniencia Es un gran misterio frente a dos pequeños puertos, Corcubión y Finisterre". ¿Testimonio o ensoñación? "En la novela cabe todo, todos los días son *el primero. Fíjese usted en los casos que se presentan en Galicia, espectáculos dramáticos de una fuerza literaria tremenda: esa pobre mujer que se está autodevorando, esa otra a la que culpan de que enterró vivo al marido porque rezuma la tumba. La realidad desborda a la ficción".

El escritor se mueve trabajosamente entre las rocas. Tiene un pie dolorido, "porque me puse zapatos nuevos para ir a Coruña" y la anatomía ya no está para trotes, pero se leve más afable y feliz que en los actos piecociríados de la ciudad. "¿Sabía usted que cerca de Iría Flavia hay un pueblo que se llama Extramundi, fuera del mundo? ¿Conoce usted Nemiña? A esa playa, donde desemboca el Lires, llegan los restos de los naufragios. Es un paisaje surrealista. Los palos de la luz son robles' secos, troncos retorcidos, una maravilla".

Coger centollos

"Las centollas y los, pulpos", cuenta Cela con deleite, "los cogías entonces metiendo las manos en las rocas. Se pegaban, les dabas la vuelta por los collons, los mordías, escupías los collons y ya estaba. Después había que mazarlos bien mazados

Con el tiempo uno se vuelve más escéptico, pero más sabio ya no sé". Lo dice en tono de confidencia, con el mar a dos pies, cuando surgen los asuntos mundanos. "Reagan, el Papa, Chernenko, dan verdadera risa, a las personas normales como yo, claro". "La democracia, sin dudas, favorece la creación cultural; falta esperar que salga una nueva generación de escritores".

La pasada semana se levantó de madrugada para ver la final olímpica de baloncesto, pero se equivocó de noche. Cantaban los grillos y las olas. "¿Cultura audiovisual, muerte del libro? Hay libros que ya están muertos y enterrados, que ya nacen cadáveres, pero hay una literatura que no morirá nunca. Hoy vivimos en un mundo de incultura enciclopédica, eso sí, no de cultura audiovisual ni audipollas".

Se despierta a las nueve, pasea, descansa, come en casa y suele cenar en una buena taberna "donde todavía queda percebe". Ve arder los montes y le duele. "Yo lo contaba en Israel y no podían concebirlo: se quema el territorio del enemigo, pero no el propio. Yo les decía: 'Vayan a explicarlo a Galicia". El año pasado, por estas fechas, otras llamas arrasaron la casa de Iria llevándose al tío Jorge Trulock. El escritor la ha vuelto a ver ya reconstruida, y es como un símbolo de que el viejo Simbad vuelve sus ansias al puerto de partida.

"Al borde de la segunda infancia"

Camilo José Cela, el autor de La colmena, La familia de Pascual Duarte y Mazurca para dos muertos, entre otras, se confiesa "al borde de la segunda infancia". Y se le nota. En Villagarcía, otra villa marinera, no sólo leyó el pregón de fiestas invitando a "vivir con un cascabel sonando", sino que predicó con el ejemplo, bajó a la plaza y se marcó un pasodoble impecable. "Tengamos esperanza", dijo Camilo José Cela, "que las señales son buenas, y la ilusión, según Honorato de Balzac, es lo más hermoso de la vida".Este hombre gallego y de todo el mundo, con sangre cosmopolita en las venas y con raíces, por la rama gallega, en las siete provincias del antiguo reino, además de la de Pontevedra, olvidada por el cartógrafo, parece haber vuelto a subirse a los manzanos de su tierra de Iria Flavia para observar el universo.

Y en esa encrucijada de la localidad fronteriza de Padrón, que fue la cuna, las barcas se hacen piedra y los raíles se pierden en el mar. El almirante gobierna el arado, y el labrador tiene alma de nave nostálgica.

Todos esos trajes los viste el escritor de Izas, rabizas y colpoterras con la herramienta de la ensofiación. Y esa es la única apuesta que Camilo José Cela parece cruzarse con pasión. La que lo vuelve trascendente en una charla intrascendente. La literatura. La vida del literato. El mascarón de proa para una eterna travesía.

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