Teresa Monleón

Teresa Monleón, 27 años, vecina de Aldaya (Valencia) y esposa de Manuel Gala, corredor de rallies, presenta un aspecto extremamente saludable, lo que no es infrecuente en personas de su edad. Lo peculiar del caso es que lleva ya algo más de dos meses con un hígado trasplantado procedente de un joven de 22 años cuyo nombre no conoce. Es una de las seis personas que en nuestro país han salido con bien de un trasplante de hígado. De los nueve pacientes intervenidos desde principios de año en la clínica Príncipes de España de Bellvitge (Barcelona), tres no sobrevivieron.

"Yo me encuentro perfectamente" dice Teresa Monleón, "pero por el momento debo observar reposo y no acudir al trabajo". Es empleada de una fábrica de material escolar en Aldaya, a la que espera reintegrarse en breve plazo. Ahora pasa la mayor parte del día en casa, aunque algún día hace la compra o hace una escapada a Valencia. El reposo que hace en su domicilio es relativo, porque desde que volvió de Barcelona no deja de sonar el timbre de la puerta para anuncia continuamente la presencia de amigos y familiares que acuden a visitarla.El régimen alimenticio se reduce prácticamente a no tomar alcohol, lo que no le preocupa demasiado "Dicen que es malo hasta para los que están buenos". También se ve obligada a acudir a Barcelona a revisiones. "Al principio eran una vez a la semana y ahora lo son una vez al mes, para ver si hay síntomas de rechazo. Aunque ahora no aparezcan, se pueden producir al año o incluso a los cinco años de la operación".

Toma diariamente un medicamento, Ciclosporin, del que, según explica su marido con admiración, cada frasco cuesta 30.000 pesetas y que ha de ser traído expresamente desde la República Federal de Alemania, donde se fabrica. Tanto estos gastos como los correspondientes a la operación, que desconocen con precisión, pero calcula en torno al medio millón de pesetas, han sido pagados por la Seguridad Social.

Sin duda, el que la enfermedad que padecía anteriormente Teresa afectase únicamente a su hígado ha sido uno de los condicionante más decisivos para que su intervención tuviese éxito.

Todo empezó cuando a finales del pasado mes de febrero Teresa comenzó a notar dolores en el hígado. Ella lo relacionaba con otro similares que tuvo en el bazo a consecuencia de un desprendimiento que le produjo un accidente; pero esta vez no podía ser el bazo, porque en aquella ocasión le fue extirpado. En el Hospital General de Valencia descubrieron que se trataba de un caso infrecuente de quistes hepáticos. Tenía muchos y le crecían continuamente. "Cada 15 días", dice Teresa, "el hígado aumentaba de tamaño, en unos tres centímetros".

Los médicos valencianos la enviaron al doctor Sánchez Cruz, jefe del equipo que lleva a cabo los trasplantes de hígado. Viajó a Barcelona y, tras un estudio previo, se decidió el trasplante.

"Me vine a Valencia", dice su marido, "y empecé como un loco a intentar localizar un donante por todas partes. El donante fue hallado en Barcelona. Un joven de 22 años, al parecer fallecido en accidente, del que la familia no quiso facilitar el nombre. Después de la operación, que se realizó el 28 de mayo, Teresa hubo de permanecer 22 días en el hospital hasta ser dada de alta.