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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La adormecida Asamblea de Estrasburgo

EL CARGO político europeo más próximo al de vicepresidente de EE UU es el de presidente de la Asamblea de Estrasburgo. Se dice de la vicepresidencia norteamericana que es el oficio más insignificante del país, con la salvedad importante de que se halla a un latido de la presidencia, porque en caso de desaparición del primer magistrado su titular le sucede automáticamente. Ni siquiera esa cláusula de salvaguardia cabe invocar en el caso del segundo, presidente de un organismo que se titula Parlamento Europeo, pero que vive totalmente desconectado no ya de cualquier poder ejecutivo sobre los Estados miembros de la CEE, sino incluso de las propias instancias de la Comunidad.Para ese cargo los parlamentarios enviados a la ciudad alsaciana han elegido a un respetable anciano, el democristiano Pierre Pflimlin, cuya carrera política en la IV y V repúblicas francesas había dado ya legítimamente- el universo mundo por largamente concluida.

Con todo, en el tira y afloja que es la laboriosa pero nada tenaz construcción de Europa, la elección de altos funcionarios, como es el caso del presidente del Parlamento Europeo, tiene siempre un significado, de forma que lo que importa en ocasiones no es tanto el peso de la magistratura como el hecho de que se haya elegido a éste y no al otro. Con la designación del ex ministro de Economía francés Jaeques Delors para presidir la comisión europea a partir de enero de 1985, y la reciente elección de Pflmilin, nos hallamos ante la singular circunstancia de que dos franceses coincidan en puestos de tan visible representatividad. En esa aproximación al tema se diría que se reconoce a Francia una responsabilidad preeminente en la impulsión de una identidad política europea, como sin cesar reclama el presidente Mitterrand. Pero, al mismo tiempo, la elección de Pflimlin lo ha sido tanto en contra de la otra alternativa, como a favor del propio personaje. Y la alternativa era la del italiano Altiero Spinelli.

Spinelli tiene unas credenciales considerablemente más actualizadas que las del elegido para representar la idea de la nueva Europa, puesto que fue el creador del proyecto de Unión Europea que, precisamente, trataba de relanzar la idea de un parlamento con auténticos poderes, que permitiera avanzar en el camino de la unidad política. Pero el italiano es un político independiente elegido en las listas del partido comunista, lo que le sitúa demasiado a la izquierda de una cámara que; si tiene como minoría más numerosa a la formada por los diferentes eurosocialismos, cuenta, también, con una mayoría de miembros de partidos derechistas, conservadores o democristianos. Desde este punto de vista, la elección de Pflimlin, facilitada por el acuerdo a última hora de los conservadores británicos, es un compromiso que se desentiende de consideraciones especialmente elaboradas acerca del futuro de Europa.

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Finalmente, cabe ver en la elección del ex primer ministro de la IV República un sentido plenamente vinculado a la actualidad política francesa. Enzarzado Mitterrand en su postrera operación de relanzamiento político, tras los malos resultados de la mayoría de gobierno en las elecciones europeas, la designación de Pflimlin parece destinada a robar cámara a Delors y a subrayar que por cada francés comunitario de la izquierda, el país está presto a colocar a uno equivalente de la derecha.

El nuevo presidente del Parlamento Europeo deberá desempeñar su cargo durante la mitad de la legislatura, es decir, dos años y medio, entendiéndose que, por corresponder ese período a las formaciones políticas conservadoras, será la británica lady Elles quien deba sucederle para completar el tramo de los cinco años. Sin embargo, hay que notar que dentro de dos años y medio España y Portugal ya deberán haberse integrado en la Comunidad y la composición del Parlamento de Estrasburgo podría ser bastante diferente a la actual, con una clara mayoría de izquierdas. En 1987 será, por tanto, un tema a replantear quien asuma la dirección del sistema parlamentario europeo, con lo que podría no mantenerse ese decorativo equilibrio derecha-izquierda entre la presidencia de Estrasburgo y la de Bruselas al frente de la comisión europea.

En cualquier caso, la modesta institución parlamentaria de la CEE no parece que vaya a echar los dientes bajo la presidencia Pflimlin y que su papel seguirá reducido al de encordio vagamente folklórico a la hora de aprobar o paralizar el presupuesto comunitario.

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