Las lecciones de una huelga (en la RFA)
A LO largo de los últimos meses y hasta fecha muy reciente, la República Federal de Alemania ha vivido una insólita primavera caliente, con el espectáculo, casi sin precedentes en el país, de huelgas y enfrentamientos dialécticos, con palabras que parecían definitivamente desterradas del lenguáje público, como explotación capitalista o lucha de clases. Los tradicionalmente dóciles sindicatos de la RFA fueron a un conflicto, en el sector de la metalurgia y las artes gráficas, que desbordó las reivindicaciones clásicas de los últimos tiempos, centradas en unas décimas más o menos de subidas salariales. En esta ocasión los sindicatos IG Metal y el IG Druck plantearon la reivindicación de la semana laboral de 35 horas sin disminución de salario, y justificaron su exigencia con la vieja teoría -defendida por numerosos ecónomistas socialistas- de que menos horas de trabajo significan mayor número de empleos potenciales. El paro afecta en la RFA a dos millones de personas, un 8,5% de la población activa, con perspectivas oscuras ante el próximo invierno.Un elemento importante en las huelgas de la RFA ha sido su componente política. Desde octubre de 1982 gobierna el país una coalición de centro-derecha, democristianos (CDU/CSU) y liberales (FDP), y ya no mandan en Bonn los socialdemócratas (SPD), aliados tradicionales del movimiento obrero organizado sindicalmente. La política de recortes sociales, impuesta por el Gobierno de Helmut Kohl (CDU) y Hans-Dietrich Genscher (FDP), encorajinó a los dirigentes sindicales, que se lanzaron a las barricadas (en el sentido clásico del término), tras la descarada toma de postura del Gobierno de Bonn a favor de las posiciones empresariales y contra la semana de 35 horas, que Kohl llegó a calificar de estupidez.
El Gobierno de Bonn rompió con uno de los clásicos principios de la lucha laboral en la RFA al tomar partido por una de las partes enfrentadas, y con ello se ató las manos para poder intervenir de forma mediadora en la huelga. Kohl tomó la huelga como un desafío personal y coqueteó con unas ciertas posturas, que le hicieron aparecer como una Margaret Thatcher en edición de bolsillo, lo que abrió al Gobierno un frente de lucha innecesario, porque los patronos del metal y la imprenta cuentan con armas suficientes para hacer frente al desafío sindical sin necesidad de ayudas, como se vio en los estragos causados en las cajas de resistencia del sindicato por los cierres patronales, que afectaron a mayor número de trabajadores que la huelga en sí.
La solución de la crisis, en la que algunos sindicatos metalúrgicos y el de artes gráficas obtuvieron la semana de 38 horas y media a contar desde el 1 de abril de 1985, y el martes pasado los trabajadores del acero han logrado la de 38 horas a partir del próximo 1 de octubre, fue posible tras la mediación de un veterano político, ya retirado, Georg Leber, ex ministro de Defensa con el canciller Helmut Schmidt y ex dirigente del sindicato de la construcción, un socialdemócrata moderado, avezado en los entresijos de la lucha tarifaria.
El modelo Leber abre unas perspectivas inusitadas para el futuro de la lucha laboral en la RFA. Los sindicatos se salieron con la suya: romper el tabú de la semana de 40 horas, que la patronal se negaba a rebajar de forma categórica. Con la nueva jornada laboral se ha puesto un primer hito en el camino hacia las 35 horas. Sin embargo, el acuerdo incluye un elemento de flexibilidad, exigido por los patronos, que puede dar un nuevo giro a las luchas laborales del futuro en la RFA. Según el modelo Leber, a nivel de empresa se podrá negociar la semana laboral en un margen entre las 37 y las 40 horas, de acuerdo con las necesidades de la producción. Esto supone una descentralización de la negociación tarifaria, en definitiva, una pérdida de control por parte de la dirección central de los sindicatos, y deja en manos de los comités de empresa la organización de las horas de trabajo por semana.
Tampoco está tan claro que la victoria conseguida vaya a suponer un alivio para el mercado laboral de la RFA. Las primeras reacciones de la industria, aunque puedan estar motivadas por una rabieta momentánea, indican que los empresarios se inclinan, tras la huelga, a liquidar puestos de trabajo en vez de a crearlos.
Por otra parte, en algunos sectores, como el de artes gráficas, la huelga puso de manifiesto que hoy, con las modernas tecnologías, es posible producir un diario o un semanario prácticamente sin impresores o linotipistas. Varios periódicos salieron a la calle a pesar de que sus talleres permanecían en huelga, y el sindicato de artes gráficas tendrá que replantearse su estrategia y aprender la lección si quiere sobrevivir.
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