El nuevo Gobierno francés
LA CONSTITUCIÓN del nuevo Gobierno, encabezado por Laurent Fabius, abre una nueva etapa en la política francesa. Sin embargo, si el análisis se limitase a la composición del nuevo equipo, se escaparían aspectos fundamentales para comprender lo que está ocurriendo en el país vecino. Francia tiene un sistema político en el que el presidencialismo se engarza de modo complejo con el parlamentarismo; y Mitterrand juega en los dos tableros. Elegido con una mayoría aplastante en 1981, con un programa que prometía una salida de la crisis basada en el estímulo de la economía por el Estado, elevando a la vez el nivel de vida de los ciudadanos, Mitterrand ha tenido que reconocer el fracaso de tal proyecto; ha encaminado el país por un camino de rigor, restricciones, reconversión industrial, con el precio de altas cotas de desempleo. La decepción ha sido muy fuerte, precisamente en una parte considerable del electorado que había votado a la izquierda. En las recientes elecciones al Parlamento europeo, los socialistas, y aun más los comunistas, han sufrido un serio revés; la oposición, la derecha, ha obtenido una mayoría holgada de los votos.El problema que Mitterrand necesita resolver ahora es el de cómo seguir gobernando en estas condiciones. Su mandato no concluye hasta 1988, lo que podría parecer un plazo aún muy largo. Pero en 1986 habrá elecciones parlamentarias, efectivamente partiendo en dos lo que le queda de septenato. No tiene, pues, más que dos años para invertir la tendencia del favor popular. Para ello, ha puesto en marcha una operación doble: ha preparado un recurso a las urnas en un plazo casi inmediato, en septiembre próximo, sobre una reforma de la constitución que permita al presidente una utilización más amplia del referéndum. Es la faceta presidencialista de la operación, con la que trata de desconcertar a la oposición, ofreciendo algo que ésta en cierto modo viene pidiendo. El segundo acto ha sido el cambio de Gobierno, sustituyendo la veteranía socialista, con tintes populistas, de Mauroy, por Laurent Fabius, joven, superdotado, colocado fuera de las fracciones que constituyen el Partido Socialista Francés, símbolo de modernidad y de eficacia tecnocrática, y dotado de las cualidades más adecuadas para competir con la imagen que, en ese terreno, la derecha francesa quiere dar de sí misma. A la vista del margen de tiempo escaso de que dispone, Mitterrand, que podría verse obligado a gobernar entre 1986 y 1988 con una mayoría adversa, podría haber sentido la tentación de tomar distancias con respecto al nuevo Gobierno, preparándose ante una eventual derrota en 1986. Ha hecho exactamente lo contrario. El Gobierno Fabius es, antes que nada, y empezando por éste, el Gobierno de los hombres del presidente. Los cargos decisivos están ocupados por personas cuya carrera ha estado muy ligada a la de François Mitterrand. Se confirma que éste tiene temperamento de luchador; se ha lanzado a fondo; el éxito o el fracaso de este Gobierno recaerá directamente sobre él. Otra clave para comprender la composición del Gobierno es la necesidad de agrupar en él todas las fracciones del partido socialista. La de Mauroy está representada por su brazo derecho, Michel Delabarre. Rocard sigue de ministro de Agricultura. El CERES, el sector más a la izquierda del partido, ha vuelto al Gobierno con Chevenement en la cartera de Educación, una de las más polémicas; lo que indica que en ese problema el enfrentamiento con la oposición no se va a dulcificar. Lo decisivo será en cualquier caso la política económica, y, en ese orden de cosas, la personalidad misma de Fabius indica que se llevará adelante la política de austeridad practicada en el último período del Gobierno Mauroy. El nombramiento de Beregovoy aumenta la capacidad de diálogo con los sindicatos.
La salida del Gobierno del partido comunista no ha sorprendido a nadie. Probablemente Fabius no la ha buscado, porque puede significar mayores dificultades en el terreno sindical en una etapa de fuerte conflictividad. La decisión ha sido tomada en función, sobre todo, de las contradicciones que se manifiestan actualmente en el seno del partido comunista. Recordemos que lleva tres años de participación en un Gobierno con algunos de cuyos principales postulados -en política exterior y económica- no estaba de acuerdo. Ha hecho un intento de ganar credibilidad, por un lado, con su presencia en el Gobierno, y a la vez de capitalizar sus críticas entre las capas sociales más descontentas. El resultado de esa táctica ha sido catastrófico. En las elecciones europeas ha obtenido el 11 % de los votos, su nivel más bajo desde hace 60 años. La necesidad de una revisión profunda se ha puesto al orden del día entre los comunistas franceses; su dirigente máximo, Marchais, empieza a ser criticado. Aunque el PCF ha anunciado que sigue en la mayoría, sin ministros, es previsible una creciente oposición por su parte, sobre todo en cuestiones sociales.
En las cuestiones que afectan de modo más directo a las relaciones entre España y Francia, la continuidad está asegurada; en política exterior, en política europea, en agricultura, en comercio, en justicia, siguen los mismos ministros: la sustitución de Defferre por un ministro más joven en Interior, Pierre Joxe, tampoco alterará el proceso de evidente mejora de las relaciones entre los dos países, cuya importancia no cabe subestimar.
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