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Crítica:DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un nacimiento afortunado

El bello espectáculo de presentación del Ballet Nacional Español tiene tres partes esenciales: la primera es italianizante; la segunda, como de Broadway, la tercera, bizantina. Todo esto es valioso, interesante y podría decirse que renovador: en el sentido de que España ha sido siempre capaz de recibir y absorber influencias y traspasarlas a su cultura, o impregnarlas de sí misma, como no cabe duda tampoco de que: todo este espectáculo, al representar esas influencias (probablemente sin proponérselo así, sin una deliberación), está usando de la tradición de las escuelas españolas: el no quedarse en ellas de una manera pacata, purista o conservadora y el no negar las raíces es en sí valiente, y puede abrir caminos.Es indudable que el siglo XVIII madrileño y, cortesano es italianizante, como lo era el padre Soler, tan apegado a nuestro tanto tiempo invitado Scarlatti; y que la visión del nocturno madrileño de Boccherini venga también de un visitante italiano. La excelente versión sinfónica de Antón García Abril, sobre todo en la transcripción del clave, respeta lógicamenteese fondo aunque le añada su sello personal actualísimo al orquestar.

Ballet Nacional Español

Danza y tronío. Coreografía de -Mariemma. Música de fray Antonio Soler y Luigi Boccherini. Versión sinfónica de Antón Garcia Abril. Figurines de Gutiérrez Reyriolds. Solo. Coreografía de Victoria Eugenia. Música de Adela Mascaraque. Ritmos. Coreografía de Alberto Lorca. Música de José Nieto. Figurines de Pin Morales y Román Arango. Medea. Coreografía de José Granero. Música de Manolo Sanlúcar. Guión y vestuario de Miguel Narros. Escenografía de Andrea d'Odorico. Intérpretes: Compañía del Ballet Nacional de España, dirigida por María de Ávila. Primeros bailarines: Manuela Vargas, Paco Romero, Conchila Cerezo, Victoria Eugenia, Lola Greco, Cristina Hernando, Ana González, Antonio Alonso, Juán Mata, Paco Morales y Juan Quintero. Solistas: Maribel Gallardo, Aida Gómez, Javier García y Paco Morell.Estreno en el Teatro de la Zarzuela el día 13 de julio de 1984.

La coreografía de Mariemma para este Danza y tronío no evita que muchas veces pasos y conjuntos se vayan por ese camino, aún manteniéndose asida a la escuela bolera. Algunos desplantes, algunos ornatos, algunos madrileñismos, no impiden una cierta sosería, un cierto aburrimiento por un ballet que se prolonga más allá que la inventiva. Todo dentro de la elegancia, de la delicadeza y de la sabiduría de su coreógrafa.

Como primer contacto con el conjunto del Ballet Nacional de España, sirvió para apreciar notablemente una mejora considerable en el trabajo de conjunto, en la preparación de todos y no sólo de las primeras figuras. El Solo, de Paco Romero, con coreografía muy simple de Victoria Eugenia y música anodina de Adela Mascaraque, permite apreciar las cualidades personales del bailarín, pero no va más allá.

Brío y espectacularidad

Ritmos tiene brío y enorme espectacularidad. La música de José Nieto, quien, aparte de su conocimiento del fondo de teatro y cine tiene un gran entronque con el jazz, bate con fuerza, mantiene continuamente el ritmo que le da título y que motiva una coreografía espléndida de Alberto Lorca; que haya resonancias de Bernstein en la música o de Bob Fosse en la coreografía no impide la permanente adhesión a los pasos españoles y a ese supuesto calor racial de lo español. No cabe duda de que actualmente estamos impregnados de esas formas y de esas sonoridades, y que es un acierto no rehuirlas, y más acierto darles un color español.Una vez más se advierte que lo importante es la enseñanza, la disciplina del conjunto y, dentro de esa disciplina, una sensación de libertad, un concepto muy moderno -o muy actual- del sentido del grupo. Tuvo tal éxito que hubo de hacerse una repetición del final entre el entusiasmo del público que irrumpía en aplausos antes incluso de terminar la danza.

Elegancia trágica

Medea se pliega a unas líneas también actuales de una teatralización del ballet: el guión sobre el mito teatral, es de un hombre de teatro, Miguel Narros, con una considerable sensibilidad plástica -los figurines son estéticamente suntuosos- y eso parece imponerse excesivamente sobre la coreografía que es más mímica que bailada; el mismo tratamiento de la gran figura de Manuela Vargas parece limitado. Quizá limitado no sea la palabra exacta, porque en la sola presencia de la elegancia trágica de Manuela Vargas, en el más sencillo movimiento de brazos y manos o el paseo de su figura por el escenario, hay una belleza conmovedora y enorme. La música de Manolo Sanlúcar ha buscado unas raíces bizantinas; hay trozos que parecen arrancados de un cafetín de Chipre, pero tratados con cultura y también con modernidad: si brilla en estos casos especialmente el cuarteto de guitarras amplificadas -porque es el instrumento del compositor, muchas veces tratada como salterio, la orquestación resulta enormemente acertada, aunque a oídos poco afinados en esa música pueda sonar como extraña. Otros trozos tienen la evocación de los pasos de Semana Santa, y son menos afortunados, más anclados en, por ejemplo, Turina.La orquesta dirigida por Jorge Rubio ayudó poco a los compositores, y menos a los bailarines. Hay que ensalzar el regreso a la música en vivo, fuera de las grabaciones que no solamente son insuficientes musicalmente, sino que terminan mecanizando la danza, y se sabe que hay que pagar por esa espontaneidad. Hay que pagar con arranques desafinados, con pérdidas de batuta, con un exceso de protagonismo que se sobrepone a la noción de foso y abulta el volumen innecesariamente. Todo eso sucedió en la presentación, y probablemente se corregirá en representaciones posteriores.

La sensación general es la de que es un excelente espectáculo. Un poco sin hacer del todo, un poco en trance de nacimiento; pero de nacimiento feliz en el que están inscritos rasgos de un futuro que puede ser espléndido si se sabe perseverar. En todo ello está la mejor labor de María de Ávila, que si dejó que se le fuera de las manos hasta ahora el Ballet Clásico, ha demostrado todas sus posibilidades en el Español. Aun tal como es en este momento, con alguna timidez, con asombro ingenuo de sus propias pequeñas audacias, con la valentía que supone el estreno total de coreograrias y de partituras, es perfectamente presentable en cualquier lugar del mundo, donde tendrá el éxito asegurado.

Aún descontando del éxito una parte de política interna -política cultural, política de banderías y de administración- y una parte de predisposición, se puede medir el entusiasmo sincero de los espectadores por este feliz nacimiento del Ballet Nacional Español.

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