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LAS VENTAS

Salieron protegidos por la policía

Se iban los dos, serios y dignos, cruzando lentamente el ruedo hacia el portón de cuadrillas. Allí los esperaba la Fuerza Pública, con los escudos en ristre, para protegerlos de la lluvia de almohadillas que caía de los tendidos. Lluvia que se hizo diluvio cuando llegaron al umbral de la puerta, mientras Curro Romero, con gesto altivo rechazaba la protección y afrontaba la tormenta a cuerpo limpio. La iracunda despedida era un tanto exagerada, porque los dos toreros no se habían inhibido tanto como otras veces.Curro Romero tuvo un primer toro que se le quedaba muy corto. Con él estuvo decidido, cerca, que dándose quieto. Tal vez no supo o no quiso hacer la faena que requería ese toro, una faena con adornos, como se vio al final, en un torerísimo ayudado por bajo rodilla en tierra y unos muletazos por la cara.

Plaza de las Ventas

Madrid, 8 de julio. Cuatro toros de Montalvo, con problemas. Dos de Benjamín Vicente, para rejones, bien presentados, mansos. Curro Romero: división. Bronca. Rafael de Paula: bronca. Bronca. Alvaro Domecq: ovación. División. Lleno total en la plaza.

En su segundo, quiso y no pudo ser. Era un toro astifino y veleto que salió de las varas con la cara muy alta. Lo castigó Curro por bajo y el toro quedó a la defensiva. Como no le tomaba la muleta, lo mató de un pinchazo y un bajonazo y allí empezó la ira del público, con los primeros rollos de papel higiénico por el ruedo y las inevitables almohadillas.

Rafael de Paula exhibió menos capacidad lidiadora. No la tiene, pero en el sexto salió con muchos deseos y hasta consiguió un pase con la derecha con su inimitable estilo lánguido y desmayado. Las cosas se habían puesto ya muy feas y el público no se satisfacía con nada, por lo que, a pesar de las buenas intenciones del gitano, la tormenta, al final de la corrida estalló en los tendidos, dando lugar al insólito espectáculo de ver salir a dos toreros envueltos en la protectora muralla policial y cubiertas sus monteras con el tejado de los escudos antidisturbios.

Álvaro Domecq estuvo por bajo de sus posibilidades, dejándose enganchar los caballos muchas veces y clavando de forma desigual, si bien hay que decir en su descargo que le tocaron dos bueyes casi ilidiables.

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