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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Playas peligrosas

UN AÑO más se hace Pública la lista de las playas mediterráneas cuyas aguas contaminadas pondrían en grave riesgo la salud de quienes incurrieran en la tentación de darse un chapuzón para aliviar los calores. La comparación con los datos de años anteriores muestra que apenas se ha progresado en las operaciones destinadas a combatir la catástrofe que amenaza el equilibrio ecológico del litoral, consecuencia, en,buena medida, de la salvaje explotación de la industria turística que la irresponsabilidad triunfalista de las Administraciones del anterior régimen toleró o favoreció en la década de los sesenta. Una posible razón del fracaso es el elevado coste del mecanismo que se necesitaría poner en marcha para luchar con éxito por eje objetivo. Pero también resulta obligado recordar que esta cuestión, al igual que otros procesos desencadenados en un mundo cada vez más interdependiente, posee dimensiones supranacionales.Algunas de las agresiones sufridas por las playas españolas se originan en otras orillas y en el mismo mar. Desde hace años, las conferencias internacionales acerca de la polución en el Mediterráneo engendran un enjambre de comités, comisiones y subcomisiones, los cuales, a su vez, emiten millares de páginas de informes y recomendaciones que mueren generalmente antes de que llegue la oportunidad de ejecutarlos. La presión de España, país para el que el problema resulta vital, no puede llegar más allá de nuestra reducida capacidad de influencia en los foros internacionales. Por lo demás, preciso es confesar que nuestra Administración no ha ido nunca a la zaga de otros Estados y de algunos organismos internacionales a la hora de nombrar abundantes subcomités y de producir toneladas de letra mecanografiada con el sano propósito de aplazar las soluciones de año en año y de ir peloteando las responsabilidades entre diferentes centros de decisión.

Sin embargo, tampoco cabe exagerar las dimensiones internacionales de ese grave problema. Si existen agresiones contra nuestras playas que proceden del mar, otras vienen de tierra y resulian mucho más peligrosas por su proximidad. En la década de los sesenta, la moda europea que definió. el veraneo como la búsqueda de calurosas playas con sol asegurado y la oferta española de un litoral adecuado y precios baratos desencadenaron en nuestro país uno de esos típicos movimientos espontáneos de rapiña que sólo buscan la ganancia inmediata, que desprecian las iinplicaciones negativas de cualquier decisión y que arruinan el futuro. La corriente turística interna de años posteriores no hizo sino reforzar la tew dencia puesta en marcha por los visitantes foráneos. Bordeando la privilegiada costa mediterránea, aparecieron ciudades-champiñón de asombroso crecimiento y con apresuradas industrias de ocio como apoyo. La creación de esos hacinados centros turísticos se debió a los esfuerzos de una iniciativa privada que combiné una encomiable capacidad de empresa con una voracidad ilimitada. A los altos edificios que ensombrecían las propias playas y a las apretadas aglomeraciones que reproducían los peores rasgos de las urbes de las que los veraneantes teóricamente huían se añadieron graves carencias de infraestructura y de servicios colectivos. La inexistencia o la insuficiencia de alcantarillado, traídas de agua y estaciones depuradoras, la falta de vigilancia sobre las industrias y sus vertidos y la ausencia o pobreza de servicios sanitarios dieron a esa insensata galopada algunas de las características de insalubridad y riesgo que todavía perduran en zonas del litoral mediterráneo.

La Administración pública apenas intervino en ese enloquecido desarrollo, que hubiera exigido instancias de poder -municipal o estatal- más preocupadas por la protección del medio y por la salvaguardia del futuro que por los negocios fáciles y la especulación inmobiliaria. Los favoritismos, la corrupción y el tráfico de influencias en beneficio de algunos santones jubilados del régimen dieron lugar a todo tipo de anomalías y a numerosas tropelías. Se creó así una red de aglomeraciones veraniegas que resultan inmanejables para los ayuntamientos porque las enormes diferencias estacionales de población -y su condición de aluvión, de no entrañada con la ciudad- dificultan cualquier esfuerzo para, hacerlas gobernables.

Este mecanismo hereditario traba seriamente la adopción de soluciones y eterniza los viejos problemas. De esta forma, no sólo se pone en apuros la supervivencia de los pueblos y ciudades con playas prohibidas, sino también esa riqueza española que es la exportación invisible del turismo. A los males concretos de la polución -que las autoridades correspondientes no pueden más que medir y eventualmente prohibir- se añaden la difusa propagación del miedo y el deterioro de la imagen de España como lugar de vacaciones. El turista es especialmente sensible a ese tipo de preocupaciones: cada cual soporta el destino ineludible -,la ciudad donde se reside-, pero rechaza aquello que, siendo voluntario y optativo, ofrezca cualquier sombra de sospecha.

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