Días de gloria para el piel roja Sendero Luminoso
"Nuestro Dios es una inexpugnable fortaleza", cantan con fuerza 4.400 voces. Es el himno luterano que precede a un breve sermón del pastor real, reverendo Oscar Aehfeldt. Tras unas palabras del príncipe heredero, presidente del Comité Olímpico Sueco, el rey Gustavo proclama la apertura de los Juegos, en los que participan 28 naciones.Antes de llegar a la ceremonia de apertura se han tenido que salvar múltiples dificultades, principalmente políticas. Corren vientos independentistas e imperios como Rusia y Austria no están dispuestos a tolerarlos. Los rusos desean que los finlandeses compitan bajo su bandera y lo mismo intentan los austríacos con húngaros y bohemios. Tras hábiles negociaciones de Pierre de Fredy, barón de Coubertin, se llega a un pacto: en el caso de que Bohemia y Finlandia alcancen algún lugar de honor en las pruebas finales, serán izadas las banderas de Austria y Rusia, respectivamente.
En el aspecto meramente deportivo también han existido problemas, que quedan finalmente subsanados. El boxeo, deporte que le gusta practicar al barón de Coubertin, es suprimido en virtud de una ley sueca que lo prohíbe. Por primera vez se incluyen pruebas femeninas, de natación -pueden nadar con bañadores hasta las rodillas, más una pequeña falda encima- y se utiliza el cronometraje eléctrico en atletismo, además de la foto-finish.
El marco de la mayoría de las pruebas es un bonito estadio, diseñado por Torben Grut, con capacidad para 32.000 espectadores, construido en el barrio residencial de Oestermaln y con una puerta de entrada parecida a la de un castillo medieval. Pero tiene un error: su pista, que debía tener 400 metros de cuerda, sólo mide 380.
Oro para el hawaiano
El mismo día de la apertura, en la dársena portuaria de Djurgardsbrunnsviken, convertida en piscina de agua salada, se inician las competiciones de natación. Allí surge la primera sorpresa de estos Juegos. El protagonista es un hawaiano, descendiente de una familia real indígena, que representa a Estados Unidos. En una de las pruebas eliminatorias de los 100 metros lisos, Duke Paoa Kahanamoku, que así se llama el campeón, deja a todos boquiabiertos. Toma la salida mal, pero su estilo es diferente al de los demás, ya que bate los pies en seis tiempos. Al paso por los 50 metros ya se ha situado en cabeza y llega el primero, muy destacado, batiendo los récords olímpico y mundial.
En la final, con un tiempo de 1 minuto, 3 segundos y 4 décimas, logra la medalla de oro, por delante del australiano Cecil Healy y su compatriota Kenneth Huszgagh. Kahanamoku acababa de inventar para los atónitos espectadores el primitivo crawl, un estilo practicado por los nativos de la isla de Hawai.
La australiana Fanny Durak fue la primera vencedora olímpica, en 100 metros libres. Fanny, de complexión robusta, nadó con un pañuelo de seda en su cabeza y un traje de lana que le llegaba casi hasta las rodillas. Había que ser recatada para no enojar al barón de Coubertin, que aceptó a regañadientes la participación de las mujeres en las pruebas de natación.
Pero fue el atletismo la especialidad que acaparó toda la atención. La prueba de 100 metros lisos, por su espectacularidad, es esperada por todos. Cinco de los seis finalistas eran norteamericanos y entre ellos estaba el favorito, Howard P. Drew. Éste no se presenta a la cita y corren los rumores. Oficialmente está lesionado, pero en el estadio se insinúa que no ha participado porque sus entrenadores se lo han prohibido. "Es negro y no quieren que gane una medalla".
La derrota de Jean Bouin
La carrera de los 5.000 metros pasará a la historia. Las pruebas de fondo eran nuevas en el programa olímpico y había interés por presenciarlas. Aquel 10 de julio no lo olvidaron los espectadores que se dieron cita en el estadio. Muy pocos conocían al finlandés Kolhemainen. Por el contrario, el francés Jeán Bouin no necesitaba presentación. Él era el favorito.
Son las dos de la tarde cuando se da la salida para cubrir algo más de 13 vueltas. A partir de la cuarta, la carrera se ha convertido en la lucha titánica de dos hombres: Kolhemainen y Bouin. Ambos, con un ritmo frenético, se alternan en la cabeza. Ninguno puede despegarse del otro. Dos, tres metros de ventaja, pero nuevamente juntos. Suena la campana de la última vuelta. Los espectadores están prácticamente levantados de sus asientos. Bouin intenta un nuevo ataque. Están en la recta final. El francés cobra una ligera ventaja, pero Kolhemainen, por la parte exterior de la pista, hace un último esfuerzo y llega a la altura de Bouin; echa el torso hacia delante y es el vencedor.
En la tribuna surgen como por encanto banderas finlandesas, que permanecían ocultas para evitar problemas políticos. Kolhemainen es llevado a hombros por sus compatriotas. Su tiempo, 14 minutos, 36 segundos y 6 décimas significa un nuevo récord mundial. El atletísmo, que hasta entonces había tenido una lenta progresión, resurgía en Estocolmo. El finlandés conseguiría dos nuevas medallas de oro, en 10.000 metros lisos y en 8.000 campo a través.
Thorpe, el más grande
Si el finlandés Kolhemainen logra apasionar a los suecos, un norteamericano deslumbrará al mundo entero. Mide 188 centímetros y pesa 84 kilogramos. Es un piel roja, de la tribu Sac y Fox, bisnieto del famoso jefe Halcón Negro. Se apellida Thorpe, pero su verdadero nombre es Wa-Tho-Huck (Sendero Luminoso). La prueba de pentatlón la domina a placer. Salta 7,7 metros en longitud (primero); lanza la jabalina a 46,71 metros (tercero); corre los 200 metros lisos en 22.9 segundos (primero); lanza el disco a 35,37 metros y, finalmente, vence en la prueba de los 1.500 metros con un tiempo de 4.44.8 minutos. Es el mejor.
Avery Brundage, un estudiante de ingeniería de 25 años, se clasifica en sexto lugar. Brundage no destaca como atleta, pero sí como dirigente. En 1952 será elegido quinto presidente del COI.
La actuación de Thorpe ha impresionado al rey Gustavo, que por la noche le invita al palacio. Thorpe no acepta, prefiriendo la compañía de una jarra de cerveza. "Dígale al Rey que estoy muy ocupado levantando pesas", dice al emisario real. Este entrenamiento no le impedirá ganar en decatlón por un gran margen de puntos, 8.412, contra los 7.724 del segundo, el sueco Hugo Wieslander.
Cuando el rey Gustavo coloca sobre la cabeza de Thorpe una corona de roble y le entrega las medallas de oro, le manifiesta la admiración que siente por él. "Señor, es usted el atleta más grande del mundo". Thorpe, emocionado, responde: "Gracias, Rey". Nuevamente es invitado al palacio real. No puede acudir. Esa noche celebra la victoria encerrado en su camarote del barco Finlandia, que ha transportado a los atletas estadounidenses. Acaba completamente embriagado. Y pronto acabará completamente olvidado.
Ya no será "un ejemplo para la juventud de los Estados Unidos", según rezaba el texto que le envió su presidente William Howard Taft. Era la primera víctima de un amateurismo a ultranza. Los Juegos Olímpicos de Estocolmo, calificados como "los más grandes del siglo", fueron dominados por Estados Unidos, que consiguió 26 medallas de oro. Suecia, el país que los acogió, quedó en segundo lugar, con 23.
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