Viájes a Moscú
DESDE QUE a finales de 1983 se inició la instalación de los primeros Pershing II y misiles de crucero en varios países de Europa occidental, la URS S adoptó una actitud cerrada de negativa a proseguir negociaciones de alto nivel con EE UU, y las conversaciones que se venían desarrollando en Ginebra quedaron interrumpidas. Ante numerosas gestiones, propuestas, ofertas, el niet de los representantes soviéticos fue rotundo. Yuri Andropov antes de su muerte, y Konstantín Chemenko cuando ya asumió su sucesión, definieron en términos muy semejantes la condición que los soviéticos ponían para reanudar las negociaciones: que los norteamericanos retirasen de Europa los misiles de alcance medio que habían empezado a colocar. Era una condición cuya aceptación no era verosímil; la política soviética parecía adaptarse a un período de carrera de armamentos sin control, sin acuerdo ni sobre la cantidad ni sobré la calidad de las armas producidas e instaladas de un lado y de otro.Tal actitud soviética no correspondía a las previsiones que del lado de la OTAN se habían hecho; Reagan había declarado que los euromisiles servirían para convencer a los soviéticos de que debían negociar. La preocupación suscitada por esta nueva situación en Europa se manifestó incluso en el seno de los gobiernos más inclinados a una política firmemente atlantista, como los de la RFA y Reino Unido. Prueba de ello han sido los numerosos viajes de ministros de Asuntos Exteriores occidentales a Moscú en los últimos meses; el último, el del secretario del Foreign Office, Geoffrey Howe. Si bien en ellos los soviéticos han tratado temas bilaterales, cuestiones de política general, lo cierto es que se ha puesto de relieve su inoperancia para abordar el tema vital del armamento nuclear que angustia hoy a la humanidad; los europeos únicamente podían pedir a los soviéticos que se sentasen a hablar con los norteamericanos. Como tales europeos, triste es reconocerlo, poco podían aportar en ese terreno. Por otra parte, cada vez aparece más evidente que la URSS está interesada en el cómo de ese sistema bilateral; lo que de verdad le interesa es discutir con EE UU; lo demás es secundario. Simultáneamente, el presidente Reagan, empujado por las exigencias de una campaña electoral que pesa cada vez más sobre todo lo que ocurre en EE UU, ha realizado una política sistemática de oferta de negociaciones a los soviéticos. Con ese fin ha modificado su anterior lenguaje de acusaciones y anatemas contra la URSS, calificada de imperio del mal. Ha puesto en primer plano la verdad elemental de que los diversos sistemas existentes en el mundo de hoy necesitan encontrar la manera de coexistir sin destruirse mutuamente. Este nuevo estilo de Reagan fue interpretado por Moscú como burda maniobra electoral, y todas las manos tendidas fueron rechazadas. Todo parecía indicar que, al menos hasta las elecciones presidenciales de noviembre, seguiría el bloqueo.
Sin embargo, hechos nuevos acaban de surgir que permiten abrigar la esperanza de un cambio en ese diálogo de sordos; de que quizá se anuncia cierto deshielo. El viernes 29 de junio, la URSS propuso que se abra en Viena, el próximo mes de septiembre, una negociación sobre la prohibición del uso militar del cosmos. Eso podía ser un gesto más de propaganda, ya que repetidamente Reagan ha venido insistiendo en que no es posible llegar a un acuerdo en esa materia, puesto que no habría forma de verificar su cumplimiento. Por otro lado, la gran idea de Reagan consiste en prometer la invulnerabilidad futura del territorio de EE UU gracias al desarrollo de los métodos más sofisticados de la guerra en las estrellas. Cabe, pues, imaginar que los soviéticos se encontraron sorprendidos por una respuesta básicamente favorable de la Casa Blanca, si bien con un añadido en el sentido de que EE UU iría a Viena pero propondría que se discutiese también de cómo reanudar la negociación sobre el armamento nuclear. La primera reacción de la Prensa soviética ha sido agarrarse a ese tema suplementario pedido por EE UU para decir que éste rechazaba la oferta. En todo caso, el embajador soviético en Washington, Anatoli Dobrinin, ha tenido conversaciones directas con Reagan; y ha viajado a Moscú portador de un mensaje del presidente de EE UU. Una larga experiencia demuestra que cuando aparece Dobrinin en una negociación, es señal de que algo serio se está preparando. Dos razones podrían aconsejar a los soviéticos modificar su cerrazón de los meses pasados, al menos en este tema: de un lado el temor a una carrera armamentista en el cosmos, en la que se acusaría su inferioridad tecnológica; por otro, la convicción de que la reelección de Reagan es segura; en cuyo caso podría tener interés para ellos aprovechar las sonrisas de la etapa electoral para iniciar una negociación. Por parte de EE UU, es fácil imaginar lo conveniente que sería para Ronald Reagan la inauguración de una nueva negociación con la URSS dos meses antes de que se abran los colegios electorales; incluso si se refiere a un tema en el que está decidido a no aceptar el tipo de acuerdo que los soviéticos desean. Estos condicionantes dejan bastante claro que entre la eventual apertura de una negociación URSS-EE UU y los intereses reales de la paz la distancia puede no ser pequeña.
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