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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

En busca del centro

LA NOTA quizá más característica del año y medio de mayoría socialista es que el desgaste del Gobierno de Felipe González no ha redundado en beneficio de la coalición de derechas que preside Manuel Fraga. El Poder Ejecutivo ha cometido, a lo largo de este período, bastantes errores y considerables deslices, a la vez que algunas de sus medidas -en sí mismas elogiables o necesarias- le han enajenado los apoyos de sectores de su electorado, tanto por la derecha como por la izquierda. Mientras la política de contención salarial, la pérdida de nuevos puestos de trabajo y el giro gubernamental en la cuestión de la OTAN ha producido descontento y zozobra en medios tradicionalmente vinculados con el PSOE, la reforma de la enseñanza universitaria, la regulación del marco para la financiación de los colegios religiosos, la despenalización limitada del aborto o el reforzamiento de las garantías procesales en las causas penales han causado serias inquietudes en votantes del PSOE procedentes del centrismo. Pero, a diferencia de lo que está ocurriendo en Francia, lo sorprendente de esta situación es que la menor asistencia al Gobierno socialista no se refleja en un crecimiento de los apoyos a la alternativa conservadora.Quienes patrocinan la reconstrucción de un espacio de centro-derecha atribuyen ese singular fenómeno a un calculado diseño de los socialistas, orientado a eternizar como alternativa a un adversario que nunca podría alcanzar la mayoría en unas elecciones democráticas. Según esa interpretación, el bipartidismo tendencial de nuestro sistema político, frenado por la fuerte implantación de los nacionalismos moderados en Cataluña y el País Vasco, sería la trampa tendida por los socialistas a una derecha cuya mitomanía ideológica contrasta con su incapacidad para obtener en las urnas los sufragios necesarios para privar al PSOE de la mayoría -absoluta o relativa- en las Cortes. El eventual reforzamiento a través de la futura ley electoral de los mecanismos bipartidistas conseguiría, de acuerdo con esa versión, la perpetuación en el poder de los socialistas.

En ese contexto, el anunciado fichaje de Carlos Ferrer Salat -hasta hace pocas semanas presidente de la CEOE- por Alianza Popular recuerda demasiado los estilos de política por arriba imperantes durante los últimos tiempos del franquismo o las primeras etapas de la transición. Esa repesca simbólica para fines políticopartidistas del antiguo dirigente de la patronal parece vincular de manera mucho más estrecha con Alianza Popular a la organización empresarial, al estilo de los nexos que unen a UGT con el PSOE. Sin embargo, Carlos Ferrer Salat, que ganó su popularidad y su prestigio como presidente de la CEOE, cargo actualmente ocupado por José María Cuevas, difícilmente puede transferir los beneficios de su representatividad perdida al partido político que lo acoja en su seno. Nadie está en condiciones de excluir que el ex-presidente de la patronal alcance notables éxitos en el ámbito de la política como resultado de sus dotes para esos menesteres. Pero es harto peligroso para la CEOE misma y para los empresarios en general la tentación de Alianza Popular de hacer creer que la adhesión de Ferrer significa el matrimonio entre los empresarios españoles en su conjunto y la oferta electoral que preside Fraga. La politización a ultranza de la organización empresarial, con su irrupción como caballo en cacharrería en algunos procesos electorales, es de las peores cosas que le podía suceder a una patronal moderna dispuesta a defender los intereses de todos los empresarios, cualquiera que sea su ideología o su opción, política. A la inversa, un partido centrista o conservador que se presente como alternativa al PSOE vería entorpecida su carrera por la suposición de que se trata del partido de los patronos, y -no de una opción mayoritaria y seria, interclasista, que se ofrece a la sociedad española.

La búsqueda de un líder nuevo para la alternativa de poder, e incluso de una alternativa diferente a la diseñada por Fraga, viene justificada por la conclusión de que dicha alternativa exige una estrategia de alianzas y de pactos que Fraga nunca podría dirigir, dados los rechazos que suscita en algunos de sus potenciales socios. Aunque ha llovido desde la década de los sesenta o desde 1976, no resulta fácil imaginar un pacto electoral liderado por Manuel Fraga y en el que los nacionalistas vascos del PNV, los nacionalistas catalanes de CiU y los reformistas encuadrados por Miquel Roca aceptasen las tesis centrípetas y maximalistas que sobre la construcción del Estado mantienen los defensores de la sagrada unidad de la patria. El caracter federal, o federado, de la derecha democrática de este país parece imponerse en cualquier experimento que trate de derrotar a la mayoría de izquierdas. Y el bagaje político de Manuel Fraga se da de bruces con un proyecto así. 0 sea que si sumamos, las carencias autonómicas de la opción fraguista y las adherencias discutibles que pueden dar a esa opción el carácter de un partido de empresarios -de solo un tipo de empresarios, dicho sea de paso, entre los que los vascos y catalanes se encontrarían bastante incómodos si no hubiera un acuerdo con Convergencia y PNV- está bastante claro que este es un juguete oxidado que vale bien para desempeñar la leal oposición, pero mal para presentarse como alternativa real y posible al poder de los socialistas.

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