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La 'cumbre' de Fointainebleau

La CEE debate la creación de una Europa a 'dos velocidades'

Andrés Ortega

La respuesta al contencioso británico sobre su contribución al presupuesto de la CEE se formulará con toda seguridad el martes próximo, al término de la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad Económica Europea que se inaugura mañana en Fontainebleau, Francia. Pero lo que en el fondo se debate es la misma interpretación de cómo ha de ser la CEE: si una sola Comunidad Económica Europea, fuerte en su dimensión y atribuciones, o bien una Comunidad que funcione a dos velocidades, donde únicamente los Estados miembros que lo deseen financiarán el lanzamiento de nuevos proyectos. En cualquier caso, el futuro de la CEE depende del aumento de los recursos financieros.

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El presidente francés, François Mitterrand, se propone dar una inyección de adrenalina a la unidad europea en la cumbre de dirigentes de los miembros de la CEE. Para ello dedicará, si lo consigue, el mayor tiempo de la reunión a los proyectos de futuro. Con ello, lo que se plantea es lanzar auténticas políticas comunitarias en los campos de la investigación de punta (electrónica y biotecnología), el medio ambiente, los transportes, la cultura (con el proyecto de creación de una cadena europea de televisión y un fondo de ayuda a la industria cinematográfica).Tras el impulso experimentado a raíz de la creación de la Unión Aduanera en los años sesenta, la CEE ha sufrido en la década siguiente un frenazo en su integración económica. La creación de un verdadero mercado interior en la CEE, con un potencial de 320 millones de consumidores, es urgente, pues su inexistencia puede ser una de las causas por las cuales la creación de puestos de trabajo en Europa en los últimos años ha sido casi nula en comparación con Estados Unidos. Para ello hay que superar las trabas técnicas que implican la diversidad de reglamentaciones en los distintos Estados miembros y la supresión de los controles en la fronteras. La vía quedaría entonces abierta a una auténtica industria europea.

Mitterrand se propone, así mismo, debatir el reforzamiento de unas instituciones comunitarias que dejan mucho que desear. Fundamentalmente, la discusión ha de versar sobre la necesidad de volver a las decisiones por mayoría y no por una unanimidad habitual que implica el derecho de veto. El proyecto del Tratado de Unión Europea está implícito en el orden del día, tras el apoyo personal de Mitterrand, que quiere, además, potenciar la cooperación política entre los diez creando un secretariado permanente con este fin. El papel de la Comisión de la CEE y del Parlamento Europeo se vería así reforzado. Y es en este punto donde los británicos, recelosos de la supranacionalidad, pueden plantear más problemas.

Sin embargo, no se trata de renegociar el Tratado de Roma, fundacional de la CEE. Los franceses son tan opuestos a ello como los otros Estados miembros, pues hay demasiados intereses creados. Cualquier nuevo desarrollo tiene que partir del mismo Tratado o al margen de él. Mitterrand se propone asimismo hablar del espacio social europeo y de la política económica. El ECU (unidad de cuenta europea) ya ha empezado a cotizarse en la Bolsa de París. El Banco Central de la RFA, en cambio, se ha negado a ello.

Dos tipos de Comunidad

Existen dos formas de interpretar Europa: a dos velocidades o a geometría variable, según se solucione o no el terna británico. Según la primera interpretación, que apoya el primer ministro holandés, Ruud Lubbers, o el ex primer ministro francés Raymond Barre, junto a un cuerpo general de políticas comunitarias -agrícola, pesquera, siderúrgica y otras- se puede pensar en lanzar nuevos proyectos en los que participarán, y financiarán, los Estados interesados. El barco más lento no fijaría de este modo la velocidad de todo el convoy. Así, por citar el ejemplo más radical del momento, no habría por qué obligar a Grecia a entrar en el proyecto lanzado por Mitterrand de crear una estación orbital europea. Y es esta Europa la que ha comenzado ya.

La segunda interpretación sería la de una completa cerrazón británica si la cumbre fracasara en este punto. Los otros nueve (o eventualmente once, con España y Portugal), dada la estrechez del presupuesto comunitario, podrían embarcarse en proyectos comunes financiados a través de un presupuesto de los mismos nueve. Ésta podría ser la jugada maestra en caso de fuerza mayor.

Es poco probable, sin embargo, que de esta cumbre salga la CEE con una multa por exceso de velocidad. Incluso resolviendo el problema británico, el aumento de los recursos financieros de la CEE, que está sobre la mesa (de 1 a 1,4 puntos del impuesto sobre el valor añadido recaudado por los diez), es sumamente escaso para proyectos de gran envergadura. Pero, al menos, Europa se habrá vuelto a poner en marcha.

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