Fidelidad española a una organización en crisis
La llamada crisis de la UNESCO ponía sobre el tapete un plexo de interrogantes de gran calado: ¿se había desviado sustancialmente la organización, sometida a una deriva de politización creciente, de los fines y planteamientos que legitimaron su creación y aparecen re cogidos en su Acta Constitutiva de 1945? Tal acta dice, en definitiva, que una paz duradera no puede fundarse, tan sólo, en acuerdos políticos y económicos, sino que debe establecerse sobre la solidaridad moral y la cooperación intelectual para un progreso real de todos los miembros de la comunidad internacional.¿Se había producido un proceso de burocratización e hipertrofia que condenaba a la Unesco a ser una ineficaz maquinaria, devoradora de recursos, sin proporción apreciable con sus logros? Lejos de propiciar cauces de acerca miento y cooperación activa, ¿se había convertido en un foro, dominado por uno o varios grupos de países, que ensanchaba y profundizaba aún más las líneas de fractura internacionales?
En realidad, no se trata de un debate nuevo, ni tampoco circunscrito a la Unesco. Se extiende, por el contrario, a lo largo y a lo ancho de los organismos que componen la familia de las Naciones Unidas y los factores generadores son ya perceptibles incluso en los años fundacionales.
Ahora bien, las aristas más específicas del problema comienzan a afilarse con la gran mutación iniciada a comienzos de la década de los sesenta, de la sociedad internacional producida por el pro ceso descolonizador y el acceso d decenas de nuevos países a la in dependencia y a la vida internacional. El número de Estados miembros pasó de 28 (en su mayoría occidentales, al constituirse la Unesco) a 161 en la última Conferencia General.
Los pueblos representados por estos nuevos Estados miembros abren, inevitablemente -en virtud de la diversidad de sus tradiciones y culturas, de sus situaciones económicas y sociales, de la percepción que ellos mismos tienen del origen de tales situaciones, de la variedad de sus regímenes políticos, múltiples vías por las que penetra en los organismos internacionales la riqueza de lo vario, pero también el entrarnado de enfrentamientos que configuran el mundo de hoy.
Sin embargo, por las razones antes apuntadas, la decisión de Estados Unidos hace que esta situación, más o menos generalizada, de dificiles y precarios equilibrios, adquiera en la Unesco unos perfiles particularmente acuciantes. La actitud del Gobierno español, en todo el trascurso de la crisis, ha sido inequívoca en el sentido de abogar, desde la premisa básica de la universalidad de los organismos internacionales, por la necesidad de articular un reformismo constructivo por la vía del diálogo y la conciliación, basado en acuerdos satisfactorios que propicien el restablecimiento del consenso entre los Estados miembros.
Y en esta perspectiva, la reciente reunión del Consejo Ejecutivo abre una puerta al optimismo. En línea con la actitud del Gobierno español, se han sucedido, a lo largo de ella, las iniciativas tanto del director general como de los países miembros para explorar los caminos, todos los caminos de reflexión y de acción que supongan una mejora. En la elección de los medíos radica la dificultad. Pero, en todo caso, se ha patentizado que la solución para hallarlos es sólo una: seguir trabajando en el seno de la organización para hacer de ella el instrumento flexible, abierto y eficaz que nuestro tiempo y sus problemas reclaman.
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