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Los sótanos de la Zarzuela

Rosa Montero

Mi labor de aguerrida reportera me ha proporcionado, entre otras cosas, la posibilidad de conocer exóticos grupúsculos humanos, asociaciones variopintas, agrupaciones salerosas y todo tipo de tropillas u hordas sociales empefladas en un destino común, por muy enigmático que a veces tal destino parezca. Pues bien, todos ellos, sin excepción, habían mandado en alguna ocasión un regalo conmemorativo al rey Juan Carlos: estatuillas informes, rimbombantes placas de bronce, medallones horteras, pergaminos genuinamente sintéticos, cursilísimos archiperres de porcelana, cruces, condecoraciones y chorreras.Esto respecto a las asociaciones. Porque si dejamos el terreno colectivo y nos adentramos en el individual, desmaya el imaginar la cantidad de regalos indeseados e indeseables que debe de recibir nuestro monarca. Jarrones, escapularios o manteletas lagarteranas, que todo cabe. Y qué decir de los cuadros: Juan Carlos de perfil, de escorzo, de cuerpo entero. Decenas de retratos reales, obras horribles, producto de pintores espontáneos. Algunos de ellos amarán al Rey rendidamente, de eso no hay duda. Pero me temo que muchos lo inmortalizan en sus lienzos para ver si cae algo, por si cuela, para ampararse en el prestigio real, para conseguir, cuando menos, una fotito en alguna revista, sección Ecos de Sociedad. Penoso.

Yo no sé cuantos regalos serán estéticamente soportables de entre todos los que se reciben en palacio, pero témome que pocos. La dignidad real tambien se manifiesta en la impavidez con que Juan Carlos recibe y agradece públicamente alguno de esos obsequios espantables. Los sótanos de la Zarzuela estarán finos. Supongo que es ahí, en esas salas subterráneas, en donde mueren los cachivaches honoríficos. Ahí se acumularán, polvo con polvo, esculturas agobiantes y bibelots de pesadilla. Un museo del horror, un fantástico almacén de lo grotesco.

Ser rey es tarea dura, desde luego.

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