_
_
_
_
Tribuna:Historias de fin de siglo
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Conciencia de Jerusalén

Manuel Vicent

En la iglesia de la Ascensión, situada en lo alto del monte de los Olivos, puede verse una piedra con la huella del calcañar que dejó Cristo antes de subir al cielo. Junto a la marca hay un plato de aluminio lleno de dólares, iluminado con cirios, y en la penumbra de sebo los turistas echan divisas sin quitarse el gorrito de expedicionario. Cerca de aquí Mahoma también partió hacia las esferas cabalgando un caballo blanco, pero el punto elegido por el musulmán para abandonar este perro mundo es más esotérico. Él inició la galopada aérea desde los cimientos derruidos del templo de Salomón que ahora cubre la mezquita de Omar. En la vertical de su cúpula dorada se conserva la gran breña del despegue, y en este momento alrededor del túmulo, entre maderas de cedro labrado y vidrieras esmaltadas, sentados sobre alfombras persas, algunos corros de creyentes con chilaba comen en silencio huevos duros, garbanzos tiernos y pelotas de sémola al vapor.Un lienzo de sillares grises que sirve de contención por el lado de poniente a la explanada donde se asientan las mezquitas de El-Aksa y de Omar es cuanto queda del último templo judío, construido por Herodes el Grande encima del primitivo altar de Abraham y de las ruinas salomónicas. Estos sillares forman el muro de los Lamentos y allí, de cara al paredón, hebreos con tirabuzones en las sienes rezan o leen el libro de la ley basculando nerviosamente la cadera en un baile de san Vito.

-¿Por qué se mueven tanto?

-Es la tradición.

-Parece que se van a caer.

-Existen dos teorías. Unos creen que hay que hacer un poco de gimnasia para desentumecer los músculos en medio de la larga oración. Otros piensan que a esta gente la circuncisión le ha descompensado el equilibrio del cuerpo.

-¿Y de qué se lamentan?

-Nunca faltan motivos. Aparte de que su Mesías no acaba de llegar, ahora mismo Israel tiene el 400% de inflación al año.

Concentración de inmortalidad

En todo el planeta no se puede encontrar un kilómetro cuadrado que contenga semejante concentración de inmortalidad. Aquí los profetas vuelan por las cimas de yeso fulminado y los muertos esperan la hora en el osario de Josafat, aunque ser enterrado en este cementerio, regazo del monte Sión, constituye un lujo sólo al alcance de los multimillonarios semitas de Manhattan. Mientras tanto, soldados verde oliva observan el horizonte desde las barbacanas de la muralla de Solimán el Magnífico con un casquete en el occipucio, la metralleta bajo el ala y los ojos de alcotán.

Antes de comenzar el camino de perfección, el explorador se toma un refresco en el huerto de Getsemaní rodeado de turistas y árabes ambulantes que vocean rosarios con huesos de aceituna, estrellas de David, camellos, crucifijos, zumos de pomelo, botellines de 7up y pollinos de la huida a Egipto. En el tronco de un olivo centenario cuyo raigón tal vez presenció el beso de Judas hay ahora una cría de gatos. Enfrente está la antigua Jerusalén, de color oro sucio, puntiagudo de campanarios y minaretes con golondrinas, envuelto en una luz que posee la dureza del diamante. Sobre esta visión derramaron lágrimas los oráculos, sudaron sangre los redentores y todas las maldiciones se han cumplido. Hace 4.000 años el desierto de Judea era una tierra de patriarcas beduinos, pastores trashumantes de fauces secas, que confundieron el paraíso con la sombra de una higuera. Su rebaño de cabras estaba incrustado entre las civilizaciones del Nilo y de Mesopotamia. Tenían la geopolítica en contra. La costumbre de la esclavitud, unida a la terrible claridad de la sequía, les forzó a crearse un Dios puro y vengador, pero Egipto, Babilonia, Atenas, Roma, el islam, los caballeros cruzados, los turcos con el alfanje, han pasado sobre ellos y sus descendientes. La ciudad ha sido asolada setenta veces siete y algunos conquistadores llegaron a arar sus templos. Ahora sólo queda una mitología sagrada bajo unas piedras medievales, aunque a esta señora peruana de labios violáceos y collar de uvas eso no le importa. Acodada en el mirador de Getsemaní contempla el panorama de Jerusalén al fondo con todas las crestas perfiladas y de pronto exclama:

-¡Qué bonita es Italia!

-¡Camellos, oiga, rosarios, crucifijos! Un dólar.

-Me encanta Roma. ¿Esa cúpula es el Vaticano?

-Creo que no.

El explorador debe atravesar el pedregal del torrente Cedrón para entrar en el recinto amurallado por la puerta del Estercolero, que da al muro de los Lamentos. Una multitud de judíos de levita y sombrero negro da cabezazos con la nuca rígida frente a los sillares, haciendo bailar las trencillas a ras de las orejas y algunos japoneses toman fotografías. Una pasarela vigilada por gendarmes, que registran los bolsos de los creyentes, conduce a la explanada del monte Moria, donde hoy están las grandes mezquitas y antiguamente se erguían el templo y el pretorio de Pilato. Desde allí parte la Vía Dolorosa, un callejón de zoco lleno de gritos. Tercera estación. Cristo cae por primera vez. En el salón de recreativos unos árabes ahumados juegan con máquinas de marcianos bajo unos carteles de los Beatles y en torno al murmullo de un cura albino, que explica la pasión del Señor a un grupo de canadienses, se produce un ruido brutal de comecocos y otros seres espaciales. Pasan algunos jumentos con la albarda cargada de verduras, un carromato con media vaca descuartizada y un rabino en bicicleta avanza entre el cúmulo de turistas y vendedores tocando el timbre. En las paredes del angosto pasaje hay colgadas ristras de pistolas dé plástico, tarjetas postales, látigos para la flagelación, chilabas, jaulas con canarios, candelabros de los siete brazos, coronas de espinas y gafas manoletinas. Quinta estación. La Verónica enjuga el rostro de Jesús. Al lado se asan pinchos morunos y mazorcas. Un ciego bíblico con la mano extendida canturrea una plegaria en medio de un fragor de voces y perfumes de comino. Entre las reatas de devotos viajeros en pantalón corto se abre paso un pelotón de soldados con metralleta, un pope ortodoxo de barba hasta el ombligo y gorro de cocinero negro, un niño musulmán que tira de un cabritillo, clérigos de tipo abisinio y hay árabes estáticos o repantingados tomando café turco con la mirada turbia. Una carreta cargada de limones baja apartando el gentío, seguida de otra que transporta tres borregos degollados. Muchachas israelíes con uniforme militar y el fusil en la cadera se mezclan con frailes capuchinos, con viejos que devoran pan de higo y armenios levitas con un cucurucho de frutos secos. En los comercios se expenden camisetas estampadas con paisajes de la ciudad, estrellas de David, ruinas de templos, cristos y héroes cinematográficos. Cincuenta pasos más allá Simón el Cirineo ayudó al Redentor a llevar la cruz.

-¡Camellos, camellos! Un dólar.

-Gracias.

-¿Italiano? -No.

-Diez rosarios un dólar.

En este preciso lugar donde Jesús cayó por tercera vez medio novillo desollado cuelga de una maroma y desde la carnicería sale una luz impúdica de salchichas. La casa de discos truena en el espacio con música de guitarra eléctrica y sus vitrinas se adornan con pasquines de galanes macarras con cinchos y actrices un poco sultanas con bigote difuminado. La calle huele a la manera medieval. La unión del almizcle y la boñiga se apodera de todo y se hace salsa junto con los gritos y los colores chillones, que escuecen. Pero a medida que la Vía Dolorosa asciende hacia la iglesia del Santo Sepulcro el callejón se hace más elegante e incluso silencioso. El Gólgota está lleno de joyerías y anticuarios. Allí se puede comprar una alfombra persa, una vasija lagrimera o tomarse un solomillo occidental con cocacola en medio de una suavidad algo decente, aunque dentro de la basílica hay un jolgorio aterrador. Ciudadanos de Texas, con el sombrerazo incluido, se hacen fotografiar entre risotadas, sentados en la losa de la unción.

Religiones a gusto del creyente

En este templo los cristianos latinos, griegos, abisinios, coptos, armenios, nestorianos, georgianos y maronitas se reparten los altares según los propios ritos y en ocasiones todos ejecutan a la vez una liturgia, una salmodia desigual, y en ese momento el Santo Sepulcro parece una jaula de grillos. Unos venden botellines de aceite, otros ofrecen cirios, reclaman limosnas, firman certificados a los peregrinos o tienen la exclusiva del tenderete de los recuerdos, y entre estos clérigos polvorientos, que suelen andar a garrotazos, se agitan las caravanas de devotos, turistas capitaneados por el guía y simples curiosos con la cámara de fotos o el vídeo a la altura del hígado.

Junto a la basílica del Santo Sepulcro, en la cima del Calvario, hay una mezquita y ahora mismo, al mediodía, bajo un sol tórrido comienza el alarido ritual del muecín. Sólo existe Alá. Él es el más grande. A la sombra de un muro de la plazoleta soldados israelíes de ambos sexos, espatarrados en el suelo con la metralleta en la barriga, dormitan o juegan a los dados como aquella guardia pretoriana que echó en suertes la túnica de Cristo en este mismo lugar. Un pope ortodoxo con gran majestad cede el paso a un pollino cargado de refrescos de 7up y musulmanes de cabeza baja se ladean al atravesar el cordón militar mirando de soslayo.

Este Jerusalén antiguo, rodeado de murallas, habitado por árabes, es parte del territorio que los judíos tomaron al asalto en 1967 durante la guerra de los Seis Días, y hoy mismo, 31 de mayo, se cumple el séptimo aniversario. Por la puerta de Jaffa penetran ahora sucesivas expediciones de niños de colegio con el casquete en el cráneo para conmemorar la fiesta. Desde las barriadas de la ciudad moderna suben también reatas de hebreos de barba rubia, levita negra, sombrero y trenzas en los parietales, sudando a chorros bajo el calor del desierto. En el muro de los Lamentos hay una aglomeración de llorones con la Tora en la mano agitando la bisagra. Desde los minaretes cantan los mahometanos llamando a la oración y las campanas de algún convento tocan a misa. Todos piensan en la inmortalidad, pero los soldados vigilan las calles. Desde una azotea del casco viejo, donde un árabe riega una maceta de hierbabuena y da alpiste a un jilguero, se ve el horizonte de Judea. Montañas de yeso fulminado coronadas por las piedras grises del Nuevo Jerusalén, barraricadas pedregosas con cipreses, manchas de olivos en las laderas calcinadas y al pie de la muralla del valle de Josafat una hoya deslumbrada llena de fosas calcáreas, de sepulcros ya entreabiertos, muy apta para esperar el juicio final.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_