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Un sábado dinámico en la feria de los fibros

Con la obligada pausa de dos a cinco de la tarde para almorzar -que a la mayoría de los libreros les parece innecesaria-, la Feria del Libro de Madrid vivió un bullicioso segundo sábado en el que se respiraba, amén del dinamismo que suponía la presencia de numerosos y brillantes autores, la satisfacción de haber vendido -hasta el día 31 de mayo, inclusive-, libros por 94 millones de pesetas.El Ministro de Cultura, Javier Solana, y el director general del Libro, Jaime Salinas, visitaron anteayer oficialmente la feria, y tuvieron palabras de elogio para la organización, y de esperanza para el destino de la manifestación que, en palabras de Solana, "sirve para acercar el libro a los españoles". Con todo, el sábado, un hombre de la talla de Gonzalo Torrente Ballester, que había firmado aproximadamente 300 ejemplares de obras suyas, sobre todo de la última, Quizás nos lleve el viento al infinito, hablaba de la lectura en estos términos: "Los españoles no leen lo suficiente. Es decir, el esfuerzo hecho en los últimos años para que los españoles lean tiene que continuar medio siglo más, hasta que la proporción de españoles lectores se triplique por lo menos. Una sociedad culta es una sociedad que lee. Y aquí se lee más que en los años treinta, porque a Pío Baroja se le hacían ediciones de 1.000 ejemplares, y eso ahora ya no se hace, como no sea en poesía, que es un género que se vende poco. Ahora se hacen ediciones de por lo menos 5.000, y ya es algo".

En una caseta, Andrés Amorós firmaba, para Cátedra, su edición de Rayuela, de Cortázar, que él mismo califica de "guía práctica para el hombre normal", y que le ha llevado años de su vida. "La empecé prácticamente la primera vez que leí Rayuela, y, posteriormente, hablando con Julio Cortázar, se la propuse. Accedió, siempre que yo la hiciera, porque él no tenía tiempo, y era una obra de cronopios locos".

Cerca de Amorós, el arquitecto Ricardo Bofill firma ejemplares de La arquitectura de un hombre, conversaciones con François Hébert-Stevens, un arquitecto -escritor amigo suyo que no trata de definirle enteramente. "Es un libro coyuntural", dice Bofill, "en el que no pretendo explicarme, porque soy contrario a ese tipo de cosas".

Dentro de la vorágine de autores, Severo Sarduy iba de dandi tropical con chaqueta rayada exquisita, firmando ejemplares de Colibrí y del resto de sus obras.

Sarduy no rechaza el firmar libros: "Yo escribo con la totalidad de mi cuerpo. Por eso, cuando lo hago, con frecuencia bailo, me emborracho, hago el amor, oigo a Celia Cruz... Para mí, escribir es como bailar, un poco como, para Mondrian, pintar el boogie-boogie era bailarlo. Hay que comprometer el cuerpo en el acto de escribir y en lo que sucede después de la escritura. Como firmar libros".

Y Julián Ríos firma ejemplares de Larva y afirma estar escribiendo la segunda parte -"que será tan divertida como la primera"-.

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