John Huston, el úItimo romántico
El director de 'Bajo el volcán' renuncia a ser un pirata que recuenta su vida como un botín
John Huston, el superviviente de una estirpe de directores que ha plasmado en el cine su admirable fascinación por la aventura, presentó en la pasada edición del Festival de Cannes su, hasta ahora, última película: Bajo el volcán. Y Cannes, con esa disculpa, premió al conjunto de su obra; una trayectoria , artística con títulos como La noche de la iguana, La reina de África, Fat City o Vidas rebeldes. A sus 78 años de edad, le es dificil admitir que es un anciano, "pero debo afrontar la evidencia: durante mucho tiempo yo era el más joven de todos, ahora soy el más viejo".
DIEGO GALÁN Dice John Huston que ha vivido varias vidas: "Contarlas me obligaría a ser como un pirata que realiza el inventario de su botín tras un largo viaje". No miente. Al borde del mar, en México, donde vive desde hace más de 30 años, ha revisado todas esas vidas y ha escrito un bello libro que, extrañamente, aún no ha sido traducido en España. "El mar", dice, "alivia las viejas heridas y estimula el espíritu".
Sólo un sueño frecuente perturba su serenidad: "Me veo sin un céntimo y sin atreverme a decírselo a mi padre. En la vida real, sin embargo, cuando efectivamente me he encontrado en esa situación, mi padre se precipitaba a ayudarme. De ahí que no entienda qué razón hay para que yo me encuentre en el sueño tan abúlico y desgraciado. Es un sueño absurdo..." Pero le inquieta. Como a Buñuel en su último suspiro, donde también le crecía en sueños la imagen de su padre, Huston, a sus 78 años, hace balance de su vida, recuperando aquella anécdota perdida, la vieja experiencia que en su momento no consideró trascendente, el tranquilo placer de saberse completo: "Soy feliz por haber llegado a este instante de eternidad, pero no tengo la menor idea de cómo ha ocurrido. He perdido la cuenta de los años. Me es difícil admitir que soy anciano, pero debo afrontar la evidencia: durante mucho tiempo yo era el más joven de todos, pero, de pronto, soy el más viejo".
Muchas vidas. Huston ha visitado su tiempo desde esquinas insólitas, sin orden ni profesión exclusiva. Boxeó y fue actor de teatro, "trabajo en el que apenas ganaba para pagar las cuentas del bar"; amó los toros y la tequila al primer golpe de vista; tuvo disputas que se transformaron en duelos a pistola; batalló en la guerra y filmó documentales que la censura luego le prohibió; cantó en las calles para obtener algún dinero; pateó grandes zonas de su país sobrecogiéndose con las injusticias que contemplaba; se casó y divorció
John Huston, el último romántico
varias veces, lo que le lleva ahora a aconsejar a los jóvenes que no se decidan hasta cumplir ciertos años y que nunca se casen más de cinco veces; colecciona animales como otros guardan sellos, transformando todas sus casas en espléndidos zoológicos, viviendo junto a esos bichos como con los mejores acompañantes de sus tan diversas vidas...En cualquier caso, siempre se ríe de cuanto le sucede. Y jugaba, sigue jugando. Cuando fue llamado a filas tuvo que interrumpir el rodaje de Across the Pacific, con Bogart como protagonista, y, entre bromas, cambió la secuencia en que trabajaba obligando a su sucesor, Vincent Sherman, a ingeníárselas para sacar al protagonista de la terrible encerrona en que él le había dejado. Huston sabe que en el cine hay que inventar, como hizo aquel Chaplin del que aún conserva un recuerdo entrañable: siendo niño y estando enfermo, recibió la visita de Charlot, que vivía en el mismo hotel...
Huston se ha empeñado en rodar sus películas por orden de guión. Confiesa que se puede sentir tan atraído por una improvisación que no le importa que crezca en la película, incluso transformando el conjunto de toda la historia. Pero fue del productor Henry Blake de quien recibió el consejo más preciado: "Rueda cada secuencia como si fuera la más importante de la película". Así lo ha hecho siempre.
Hoy es un mito: el superviviente de una estirpe de directores que ha plasmado en el cine su admirable fascinación por la aventura. "No hay nada turbulento en cuanto he hecho", dice cuando narra las grandes fiestas a las que acudió tras las que solía tener grandes dificultades para enfrentarse a los productores con la necesaria so briedad; pero aquellas fiestas no fueron más que reuniones de amigos en las que el alcohol y las car tas componían los únicos vicios "Como mucho", dice, "jugábamos al fútbol en el salón".
"De Huston se puede pensar cualquier cosa menos que sea un doctrinario o se haya convertido en un viejo", escribe Carlos F. He redero en el apasionado libro que sobre la vida y obra del director acaba de publicar en España: "No se siente marginado, ni perdedor ni maldito". No pide perdón por dirigir sólo por dinero: "Tan sólo sigue adelante buscando una nue va oportunidad para ser fiel a sí mismo".
Ahora, Huston ha concluido la adaptación cinematográfica de Bajo el volcán, según la compleja novela de Malcolm Lowry. Con esa disculpa se premió en Cannes todo el conjunto de su obra, menos interesante, según dice Orson Welles, que su propia vida. Apareció, pues, Huston por el festival de Cannes, con un evidente cansancio sobre los hombros, arrastrando a veces las piernas, poco obedientes ya al impulso que aún le brilla en los ojos. Buscaba con ellos la sorpresa de encontrar a alguien vivo como él, aunque sólo manifestara esa vitalidad "con un vaso en la mano y aburriéndose como yo", es decir, tal como conocíó a Errol Flynn y a Emest Heminghway, con quienes compartió múltilples emociones. Del escritor, concretamente, le fascinaba su placer por el trabajo: "Tiene orgasmos cuando escribe".
Cineasta legendarioQuizá las últimas películas de Huston, tras Fat City y Sangre sabía, no han respondido a la imagen de aquel cineasta legendario que nos sorprendió en muchas de sus obras maestras con el dinamismo de quien sólo aprecia a los seres humanos (y a los animales) desnudos, sin sofisticación. Al final, al parecer, le han podido. Y se le ve respetando las normas de la índustria consumista -Annie, entre otras- cuando todavía tiene tanto que contar de sí mismo y de cómo nos ve. Estas películas finales no contienen ya el nervio que inspiraba las noches borrachas de su vida, como aquella en que devolvió el cuchillo al negro drogado que le quiso matar: "En su mundo", dice, "necesitaba ese cuchillo". No le quita a nadie los atributos que necesita: contempla a las gentes tal como son, eligiéndolas como amigos si se aproximan a sus constantes. Está entero, vigilante, deseoso de imprevistos, como cuando rodó La Reina de África, Mobby Dick o Vidas rebeldes.
Es el eterno Huston que ahora, tras el paréntesis del festival de Cannes, ha vuelto al mar de México, donde se reconforta con recuerdos y el monótono, terrible sueño, en el que su padre aparece como el castigador de sus ruinas. Pero quiso y admiró tanto a su padre que en este libro autobiográfico le recuerda con orgullo: no en vano fue él quien le permitió ganar un oscar al contratarle como actor en El tesoro de Sierra Madre.
Babelia
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