Ablación del clítoris
Es perfecto que doña Lidia Falcón (EL PAIS, 17-5-1984) denuncie la sustitución de la condena de una mujer en Abu Dabi: de lapidada, a sólo azotada por adulterio. También lo es que proteste por la clitoridectomía o la excisión (que Lidia Falcón confunde como una misma cosa, vid. La sexualité en Islam, de A. Buhdiba, página 216), pero a lo que esta señora no tiene ningún derecho es a mentir: "la mutilación sexual, mediante la ablación del clítoris, se practica en todos los países musulmánes...". Todos los países musulmanes. Ahí es nada: de Indonesia y Filipinas a Marruecos, un tercio de la humanidad (repárese en que musulmanes son Albania, parte de Yugoslavia o la Unión Soviética, etcétera, países en los cuales ni de broma puede hablarse de tal cosa). Y, sin duda, es una costumbre execrable contra la que debe lucharse con todas las armas, menos con la falsedad o la generalización frívola. Sólo se practica en proporciones apreciables, de países árabes, en Egipto y Sudán, por tratarse de un uso más nilótico-africano que árabe-musulmán. Y ya es bastanle grave el asunto como para añadirle confusión, mezclando la condena por adulterio, según la Sharia (que se aplica en contados países árabes), con el uso de la clitoridectomía, extrapolación que en nada contribuye a resolver el problema y cuyo único objetivo, de hecho, es la condena en bloque de musulmanes e Islam. No es un precepto normativo islámico, aunque se practique, entre otros muchos, en países de mayoría musulmana (¿es culpable el cristianismo de que la bomba atómica haya sido utilizada por un país cristiano?). Y aclaro que tengo que ver con el Islam -como creencia o fe religiosa- lo mismo que con las demás religiones, es decir: nada.Se han encontrado momias faraónicas egipcias a las que se había extirpado el clítoris, en vida, claro. Este solo dato serviría -si es que lo conoce- para hacer reflexionar a la señora Falcón antes de lanzarse a incrementar la desinformación sobre algo injusto y complejísimo, cuya desaparición efectiva va a costar tiempo y mucho sufrimiento, pues pensar que se puede abolir por ley es sencillamente ridículo. La solución -si es que la hay a corto plazo- no consiste en que doña Lidia venga descubriéndonos el Mediterráneo documentándose, nada menos, que en el viejísimo -y periodístico- libro de Y el-Masri, entremezclando distintos fenómenos sociales, con el designio visible de demostrar cuán brutos son los moros.
No puedo extenderme aquí sobre el tema, pero estimo conveniente hacer dos observaciones: sería sabroso dar a conocer en Occidente -si la libre Prensa europea lo considerase oportuno- la opinión que merecen las Lidias Falcón que en Europa ofician de defensoras de su sexo, por ejemplo, a las mujeres palestinas asesinadas enlos campos de refugiados u obligadas -por hambre- a vender, en Israel, hasta sus ropas a los turistas, y comprobar, en fin, que la libertad de expresión sirve, entre otras cosas, para que quienes, como ella, tienen acceso directo -directísimo- a los medios dé comunicación difundan cuantas tergiversaciones y descargas de adrenalina les vengan en gana. Eso sí: sin ningún afán de protagonismo. /
Profesor titular, gabinete de Antopología, departamento de Árabe e Islam.
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