Buscando a los bárbaros
Uno, que respeta la letra impresa quizá porque vive de ella, ha leído mucho los últimos días, y con firmas importantes y admiradas, sobre la corrida de toros; ha leído mucho y ha descubierto que se trataba de un mundo vesánico y brutal, algo reñido totalmente con Europa, con el Renacimiento e incluso con el Mercado Común.Por eso hoy uno ha acudido a la plaza con ojos distintos, explorando, más que el ruedo, los tendidos, la mirada deteniéndose en los rostros esos que siempre se han llamado espejos del alma. ¿Qué tipo es el que va a los toros? ¿De qué caverna surgen esas gentes que, según los taurófobos, sostienen con su asistencia, con su dinero, con sus olés el triste espectáculo que pone al español al margen de la civilización?
Voy subiendo por las escaleras y mirando lentamente a mi alrededor. Luego, ya sentado sobre la alquilada almohadilla que me separa del duro y mojado banco, sigo observando , viendo a ambos lados y aun, al volverme, distinguiendo varias filas detrás de mí... Aunque hoy los paraguas enmascaran, puedo apreciar las fisonomías..., y me asombro. Sólo distingo caras aburguesadas, las caras de unos hombres y unas mujeres que han decidido asistir a algo distinto de su vida diaria y normal. No noto en ellas ni en ellos los cráneos deformes que, según Lombroso, eran característicos del criminal profesional y del aficionado, del activo y del pasivo. Tampoco los ojos tienen los matices sombríos de quien se alegra del sufrimiento ajeno, ni noto en sus labios el temblor del sádico que procede a relamerse voluptuosamente ante la sangre que se va a derrarnar en la arena. Me desconcierto.
¿Dónde está el público?, preguntaba Larra, y yo lo repetía, al hablar del fútbol. ¿Qué clase de público es éste? Hemingway escribió una vez una serie de artículos para, Life titulada "El verano sangriento", en la que quería describir la rivalidad de Dominguín y Ordóñez a lo largo de una temporada. El intento fue un desastre, y tengo entendido que su viuda, con buen criterio, decidió que ese trabajo no viera la luz en forma de libro. En una de sus entregas, Hemingway contaba cómo su héroe, Antonio Ordóñez, fue abucheado en Toledo, y para, justificarlo el autor norteamericano soltaba una frase increíble, parecida a ésta: "No me extrañó, porque a todos los que entendían de toros los mataron en Toledo los dos bandos durante la guerra civil".
¿Hay, públicos más crueles que otros? Los antitaurinos, que son generalmente de izquierda, pueden deleitarse recordando que durante esa guerra civil antes mencionada hubo corridas de toros en la zona nacional, incluida la humana de Badajoz, y no en el republicano, lo que podría significar, según ellos, que eran más bestias los fascistas que los rojos. Eso podría ser una prueba si no fuera por la circunstancia de que los toreros buenos, como ricos, eran conservadores y estaban, en su mayoría, en el lado franquista; dándose, además, el pequeño detalle de que las ganaderías andaluza, salmantina y navarra quedaron desde los primeros meses en la zona donde mandaban los militares. Ahí no se pueden calibrar bondades, me temo, y por un Badajoz salta enseguida a la memoria un Paracuellos.
Vuelvo a mirar al público, que se agita; veo los paraguas ennegreciendo los graderíos a medida que se ennegrece el cielo. Empiezan a sonar silbidos... El presidente ha pedido unos minutos de reflexión, como tras las elecciones, para decidir si se celebra o no la corrida, y por el callejón corretean los mensajeros dando las últimas noticias. Pasa un vendedor ofreciendo whisky importado en lugar del coñá característico de siempre. Hierven los comentarios. Un novelista contrario a la fiesta, y que se llamaba Blasco Ibáñez, terminaba así Sangre y arena: "Rugía la fiera, la verdadera, la única", cuando un clamor acogía la presencia del toro. En la puerta de cuadrillas aparecieron los tres toreros; miraban el terreno encharcado y comentaban entre sí con aire dubitativo. Yo empecé a temer lo peor. Empecé a temer que cuando rehusaran lanzarse al ruedo, sin metáfora en este caso, la fiera de Blasco Ibáñez iba a saltar como movida de un resorte al verse despojada del festín del toro sangrando por el morrillo. ¿Cómo iban a privarles de este gusto a los aficionados? .
Pues los privaron. Uno de los toreros, Teruel, me parece, hizo un gesto conminatorio señalando los charcos y se retiraron. A los pocos segundos, una voz majestuosa surgió de las alturas, volando sobre los paraguas y aguando las esperanzas: "La corrida de hoy queda suspendida".
Ahora se arma, pensé. Miré a mi alrededor otra vez, dispuesto a ver la salibilla de la ira en las comisuras de los fanáticos de la violencia, de los amigos de la carnicería. Y no pasó nada. Los silbidos cesaron y dijo uno: "Claro, han hecho bien". "Naturalmente", contestó el otro, "con el estado del ruedo es una barbaridad..., se juegan la vida..., y con la cornamenta de los de hoy, ¿la has visto?". "Impresionante", intervino otro. "Han tomado la decisión acertada. Bueno, otro día será". Y fueron desfilando tranquila y suavemente hacia la salida.
No comprendo nada. Tendré que volver otro día a ver si hay suerte y encuentro a los espectadores que me describen los antitaurinos.
Babelia
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