Funcional y simbólico
José Luis Alonso ha situado Fidelio entre una ciega pared de cárcel que ocupa el lugar del telón al comenzar la obra y un espacio abierto y luminoso al final, en el que el coro de los prisioneros canta la alegría por su libertad. La acción, en Sevilla. ¿Qué prisioneros, qué época, a qué turbia situación histórica corresponden, quién los encierra y quién los excarcela? No parece que al autor original del drama, Jean Nicolas Bouilly -su obra fue aprovechada por otros tres compositores de opera entre el final del XVIII y los primerísimos años del XIX: debió estar de moda-, ni a los libretistas de Beethoven, ni a Beethoven mismo: se situó la acción en España, indudablemente por no referirla a situaciones más inmediatas, para despistar a las censuras y las represiones posibles; y hay que admitir que España, antes y después, ha sido el lugar común de las tiranías y la lucha contra ellas. Mala, pero bien ganada fama. Lo que importa en Fidelio es una situación de injusticia y una liberación, una historia de amor bastante corriente en la literatura -la mujer travestida en hombre que trata de rescatar a su amado- y unas cuantas situaciones de contraste.
Funcionar
No siendo un libreto genial ni excepcional, ni una trama demasiado intrincada, José Luis Alonso ha entendido muy bien la dirección de escena, con la escenografía abrumadora correspondiente de Wolfgang Burmann, realista al mismo tiempo que simbólica y con los severos trajes sin época precisa de Elisa Ruiz: se trataba de servir la ópera y, aparte de sus siempre cuidadosos hallazgos de movimientos secundarios, José Luis Alonso ha dejado que los cantantes se sitúen ante el público, que el coro se componga según sus necesidades de voces, que todo esté, en fin, en función de la partitura y la música pueda funcionar sin dificultades. Y todo, en efecto, funcionó a gusto del público de la primera de abono de la Zarzuela.
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