Humanista y ciudadano
Han pasado 32 años desde que, en 1952, escuché las primeras lecciones de don Manuel de Terán en el aula de Geografía General de la facultad de Letras. Con ellas se iniciaba una relación personal que ha cubierto las tres cuartas partes de mi vida y que no sólo por su duración, sino por las condiciones personales de don Manuel y por las circunstancias históricas de España en esos años, ha tenido para mí, como para muchos de sus discípulos y alumnos, una trascendencia que va mucho más allá de lo meramente científico o profesional, porque Terán, creo que sin proponérselo de un modo explícito, nos enseñó geografía, pero a la vez difundía humanismo y ciudadanía.Para empezar, quienes pasamos por las aulas de la sección de Historia en la década de 1950. tuvimos en Terán a uno de los pocos profesores que dejaaron huella en nosotros.
Detrás de ese saber de Terán me parece ver a mí toda una tradición, acaso personal, pero también colectiva: la de nuestros naturalistas finiseculares que no hacían antitéticos los términos ciencia y humanismo y que se caracterizaron, como otros científicos de su generación, por un perfecto dominio del idioma. El habernos transmitido en vivo esa herencia es, para mí, nuestra primera deuda intelectual con don Manuel.
Pero dentro de esa tradición científica, y aunque nosotros no lo supiésemos entonces, Terán representaba y nos transmitía algo muy concreto: el espíritu que alienta desde Francisco Giner hasta el Instituto Escuela. Un espíritu que no conocimos explicitado a través de las palabras de don Manuel, pero sí a través de su modo de ser y de vivir, y que al cabo de los años creo ver también en las personas de su entorno amistoso o afectivo: don Luis Solé o don José Tudela de la Orden, por ejemplo. La flexibilidad, la tolerancia presentes en su trato y que, no fueron en él rasgos de carácter tan sólo, sino norma deconducta, quedaban bien distantes de la intransigencia, la intolerancia, el dogmatismo y la acritud de las que había entonces tantas muestras en nuestra vida pública, y de las que aún quedan no pocos resabios en nuestra vida universitaria.
Pero la flexibilidad o la tolerancia no han sido nunca en Terán adaptación cómoda a las circunstancias, sino convicción profunda plasmada en el comportamiento diario respecto a sus alumnos, y aún más, respecto a sus discípulos, de los que nunca ha tenido interés en conocer de antemano sus ideas políticas o religiosas y a los que, conocidas, nunca discriminó por diferir de las suyas.
Sin embargo, Terán no fue tolerante con todo: no lo fue, por ejemplo, con la desvergüenza, personal o institucional, ni con el cerrilismo, ni con la arbitrariedad o la prepotencia ejercidas desde el póder, grande o pequeño. En un período de nuestra historia reciente esto significó una toma de postura política, una conducta cívica, siempre incómoda, cuando no costosa, pero con valor de ejemplo. La firma de don Manuel al pie de algunos escritos (recuerdo, por ejemplo, el referido a las vejaciones sufridas por las mujeres de mineros asturianos durante la huelga de 1962), su actitud en el claustro de la facultad de Filosofía y Letras con motivo de la represión universitaria de 1965, sus razonamientos acerca de los hechos o actitudes que apoyaba o rechazaba, contribuyeron en aquellos años a que muchos comprendiéramos mejor el significado real de la Espada en que vivíamos y a enlazar con aquella otra que entonces sólo se nombraba en público para denostarla. Todo eso también forma parte de lo que don Manuel ha dado a quienes hemos convivido con él.
En fin de cuentas, don Manuel nos ha dado no sólo un modelo de quehacer científico, sino también, y en plano no menor, un modelo ético. Con Manuel de Terán no se usa, pues, en balde el título de maestro, y siento como privilegio el haberle tenido por tal.
Francisco Quirós Linares, es catedrático de Geografía de la Universidad de Oviedo.
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