La palabra de todos
La institución centenaria quiere recuperar el espíritu de los viejos tiempos
Desde que el duque de Rivas, en 1835, consiguió el decreto fundacional -aunque el Ateneo había venido funcionando, de modo embrionario, desde 1820- hasta que la guerra civil le puso una pistola en el pecho, el Ateneo sirvió de tribuna al progreso.Los nombres que hicieron el Ateneo son muchos y muy ilustres. Importa aquí referirse al Ateneo de hoy, a ese lugar umbrío al que se llega con la sensación de que a uno le están creciendo las barbas. Impresiona pensar en ese más de medio millón de volúmenes que convierten su biblioteca en una de las más importantes del país, la segunda en Madrid después de la Biblioteca Nacional.
El espíritu del Ateneo
César Navarro preside el Ateneo desde enero pasado, en que su candidatura ganó las elecciones tras una marejada bastante intensa. "Nuestro lema", dice, "era recuperar el espíritu del antiguo Ateneo, y en eso estamos". Navarro es psiquiatra, por las mañanas es director del Instituto Nacional de Medicina y Seguridad del Trabajo e investiga para saber cómo la nueva tecnología deteriora la salud del obrero. Pero lo más importante de César Navarro es que lleva 25 años de ateneísta empedernido, un cuarto de siglo que no ha sido fácil, un tiempo en que no resultaba sencillo mantener viva la antorcha del continuismo.Cuando estalló la guerra civil el Ateneo fue incautado, pero en realidad fue ocupado. Porque la fuerza política de los vencedores era tal que les bastaba con las pistolas de sus escuadristas. Así fue cómo la institución que había sido lumbrera del pensamiento progresista español pasé a depender del Ministerio de Información y Turismo y del director general de Cultura y Espectáculos; así fue cómo se convirtió, contra su voluntad, en órgano de propaganda de los temas y los conferenciantes que al régimen le convenía difundir. Sin embargo, los jóvenes ateneístas seguían en pie.
"Como decía Alberti", recuerda César Navarro, "los muertos de las guerras hacen crecer el trigo con sus manos en los campos y transmiten sus voces con el murmullo de los árboles. Muchos de nosotros, en los retratos de la Cacharrería -el salón de tertulias-, en los silencios de la biblioteca, en los viejos libros, en la conversación con los socios más antiguos, en las lecturas extranjeras, en los viajes de verano... íbamos captando el que había sido el espíritu del Ateneo, e íbamos incubando alguna resistencia, alguna idea sobre lo que antes había ocurrido".
Un cadáver en la sala de esgrima
Pero los de arriba mandaban e imponían, y así fue como, al filo de los años setenta, se produjo un hecho digno de maravillar a propios y a extraños. Hubo un follón muy grande entre la junta digital y los ateneístas de pro, que rechazaban las imposiciones. Entonces ocurrió que el ministerio de propaganda del momento -con Thomas de Carranza como director general de Cultura y Espectáculos y Demetrio Castro Villacañas como secretario del Ateneo- decidieron cambiar el nombre de la institución y convertirla en otra cosa, en una dependencia ministerial pura y simple. La cosa trascendió, los medios de comunicación ayudaron y la opinión pública se enteró, con lo que el costo político de la operación hubiera sido enorme.Por todo lo cual se decidió detener la historia: el Ateneo -oh solución- se puso en obras. Y fue en pleno trastorno, mientras los ateneístas contestatarios seguían reuniéndose en la cercana Cervecería Alemana, cuando fue descubierto un cadáver en la sala de esgrima.
El hoy presidente, César Navarro, en aquel momento catedrático de Medicina Legal, hizo todo lo posible para que el difunto -en forma de resto bastante astroso- pasara al depósito para analizarlo, "a modo de estudio científico-literario, como hizo Marañón con la biografía de Enrique IV". Pero las altas instancias decidieron que un cadáver -posiblemente de un socio asesinado por la tiniebla del tedio franquista!-, no convenía en absoluto a su imagen. Y lo hicieron desaparecer.
"Y nunca sabremos quién fue el pobre muerto". La historia no está muerta, sin embargo. Para José María Jover, historiador, cartagenero y tiemísimo observador del presente, el Ateneo fue un elemento único en la recepción y difusión de las nuevas corrientes: "En los tiempos de Narváez, de la centralización, todas las influencias francesas del doctrinarismo se recibieron aquí. Y cuando Cánovas del Castillo quiso hablar de los problemas contemporáneos, antes y durante la Restauración, lo hizo en el Ateneo. Y lo mismo hizo Emilia Pardo Bazán cuando descubrió el naturalismo".
"¿Ahora?", se pregunta el catedrático de Historia Contemporánea. "Ahora es un tiempo en el que todos nosotros necesitamos reflexión; hay que ver cuáles son las ideas a difundir, por dónde apunta el futuro, qué cosas verdaderamente interesan. Por decirlo con palabras de Ortega, muy conocidas, 'cuáles son los temas de nuestro tiempo'. Se nos ofrece ahora un bombardeo bastante amplio de información; pero para que sea fecundo tiene que ir acompañado de un esfuerzo de discernimiento y de reflexión, que es lo que ya no estoy tan seguro que se haga. Y, en este quehacer, el Ateneo puede ocupar un lugar muy importante".
Recuperar la palabra
El mítico Ateneo. Tribuna y difusor de ideas. Y también refugio de tantos amantes de las letras. Los hay que, han escrito, como Carmen Martín Gaite, gran parte de su obra entre esas paredes; los hay que lo han visitado insistentemente, que lo han hecho formar parte de su vida: Julio Caro Baroja -que se dio de baja en los malos tiempos y ha vuelto a apuntarse últimamente-, Antonio Buero Vallejo, Rafael Sánchez Ferlosio, Jesús Fernández Santos...Al Ateneo, ahora, le toca recuperar la palabra. "Que no es sólo de uno, sino de todos los esparloles, con tal de que la pida, se le conceda y de que muestren respeto. a sí mismos y a los demás". Para César Navarro se trata de retomar el antiguo Ateneo, no haciendo una burda imitación, sino reproduciendo el sentido que tenía, su forma de enfrentarse con la ética y la estética de su tiempo.
Desde que entró la nueva junta, mil socios se han dado de alta, incluido un señor nonagenario cuyo carné, firmado por Azaña, ha regalado al Ateneo para que lo enmarquen en plata. "Porque vuelve a imperar la democracia que yo conocí". Pero que quede claro: "El Ateneo es un centro progresista de cultura, no una plataforma política para nadie".
Es éste, para la institución, un año importante: su centenario, el de La regenta de Clarín, el del nacimiento de León Felipe... Todos esos actos van a tener un reflejo actualizado que afecte a la sociedad de hoy.
Babelia
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