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Carta a Pedro Laín

Querido Pedro: Ahora, en estas pequeñas vacaciones de Pascua, he leído tus artículos sobre la vertebración de España. En uno de ellos me aludes. Y lo terminas pidiendo respuesta a una acuciante pregunta: ¿cuál podría ser nuestro sugestivo proyecto de vida en común? Quiere decirse: ¿qué habrá que inventar para vivir perfectamente ligados unos con otros, en armónica y fecunda unidad? Los requisitos se cifran, según piensas, en tres palabras: calidad, ofrecimiento y recepción. Calidad del idioma castellano; calidad de la ciencia futura; calidad en la convivencia; calidad en el arte, en el deporte, etcétera. En todo. Ofrecimiento de lo que se hace. Recepción abierta "de todo lo que en España sea valioso", que no es poco, añado yo. Así, pues, de acuerdo.En Galicia -lo único que yo conozco con cierto detalle- se está en condiciones de elaborar calidad -de hecho, ya se elabora, aun cuando no sea en la medida deseable- Se está en condiciones de ofrecer. Y, por último, se está en disposición de abrir los brazos a todo lo que no sea específicamente gallego. Justo porque esto es así, es por lo que puede hablarse de comunidad autónoma.

Galicia ahí está. Con su propio, específico sistema de valores. O lo que es lo mismo: con su manera de entender la vida. O quizá fuese más exacto decir, con su manera de hacerla. Con su lengua, viva y operante. Y con algo que resulta decisivo, que no es fácil formular en palabras de concepto, que suena, como tú dirías, a ingenuidad, pero que vibra constantemente en el alma de cada uno de nosotros. Con algo que, en el fondo, oculta un enérgico y fabuloso tesoro de posibilidades realizadoras si se le encauza con exigencia y rigor. Es lo que yo, en cierto escrito, he llamado "el tirón de la tierra". ¿En qué consiste? En una adhesión incondicional y previa a todo razonamiento, a la tierra en la que uno nació, en la que uno se formó, la que uno heredó. Una adhesión que imprime carácter y deja huella ya para toda la vida. En último término es la misteriosa articulación de la persona con el paisaje propio. La conversión de la persona en paisaje, con todas las connotaciones de raíz que ello lleva consigo, como tú sabes muy certera y dramáticamente.

Se me dirá que tal articulación hombre-tierra es universal, quiero decir, que se da en todas partes. Pero yo sostengo, porque así lo siento -fíjate bien, porque así lo siento, no porque lo dilucide intelectualmente-, yo sostengo, repito, que la forma de ese tirón cambia de unos lugares a otros. No es lo mismo, no puede serlo, el tirón de la tierra en Cataluña, o en el País Vasco, pongo por ejemplo, que en mi Galicia. Muchas y muy sensibles cosas los diferencian.

Y ya estamos, querido amigo Pedro, hablando de diferencias, expediente que no me gusta nada. ¿Por qué? Pues porque generalmente para lo que sirve es para apartar, en lugar de servir para sumar. Es un expediente muy común en los tratos infantiles, pero de escaso poder aclarador en las conductas de los mayores. Lo nuestro es, insisto, la específica tabla de valores. La posibilidad de llevar a buen término la actualización de esa escala axiológica es lo que puede explicar, lo que puede dar cuenta del afán autonomista. Y no me detengo en exponerte la trama interna de nuestro sistema de preferencias y de rechazos, porque ello me obligaría a salirme un tanto de mi propósito inmediato y porque, además, ya lo conoces y con él siempre has tenido asentimiento.

Llegamos así a la realidad profunda de la autonomía. Mas la autonomía no resuelve, por sí sola, todos y cada uno de los problemas que la colectividad presenta. Tampoco, por supuesto, el centralismo. Éste, menos aún. Lo que pasa es que la autonomía labora -debe laborar- en la dimensión honda de la existencia colectiva, y el centralismo a ultranza se queda en la superficie. La autonomía camina -debe caminar- siguiendo las vetas de autenticidad que determinados aconteceres pretéritos deformaron hasta ocultarlas. La autonomía arranca -debe arrancardel tirón de la tierra. Atenerse a él. Pero, al tiempo, tiene que racionalizarlo. (El tirón de la tierra, esto por descontado,no es, claro está, lo folklórico.) El tirón dela tierra tiene que acomodarse a la realidad de lo que ya no es él mismo. Dicho de otra manera: lo diferencial habrá de integrarse en lo general. ¿Cómo? Evitando el enquistamiento y la insolidaridad.

Siempre me ha preocupado -y tú eres testigo de ello, porque esta mi preocupación hace pareja con la tuya- el problema de la unidad de España. ¿Cómoentenderla? En su sentido más directo, como un mosaico dotado de sentido en un proceso dinámico y, por ende, creador. La palabra España despierta en nosotros algo que vibra como un sentimiento de identidad. Y por doble inodo. Ante los de fuera, como un vocablo que expresa algo que nos pertenece -lengua y cultu-

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Carta a Pedro Laín

Viene de la página 11ra-. Y, ante nosotros mismos, ante nuestra propia especificidad, expresa algo de lo que formamos parte. Mas este nivel emotivo tiene que ser, por fuerza, trascendido, como ocurre con el caso de Galicia. Necesitarnos acceder a la altura de la conciencia reflexiva. La realidad española es pluritaria y, a la vez, y sustancialmente, unitaria. La unidad viene dada por la conciencia de la diversidad objetiva de las formas espirituales que integran a España. Por eso la unidad de España, la magnífica unidad de España, se manifiesta en su trascendencia desde su legítima pluralidad. Pues sólo lo plural fundamenta la unidad, lo único.

La realidad honda de España es una configuración total. El mosaico llevado a efectividad, "la mutua ayuda en los trabajos que el destino nos traiga", según tus propias palabras. "La conllevancia", o "el conllevamiento" -son neologismos tuyos- con nosotros, con to dos nosotros elevados a nuestra nobleza y dignidad dentro del sen tido trascendente que nos une. Si' somos realistas, es decir, si somos sensibles y hacemos justicia a lo que nos rodea y nos conforma, habremos de reconocer que la unidad no supone la uniformidad. El centralismo absoluto agosta toda la riqueza española.Y de esa esterilidad van a surgir, como malos demonios, el escepticismo y la abulia. Hay, pues" que indagar en la manera de sumar la variedad para que la melodía hispana no se extinga. Sin alardes demagógicos por ninguna parte. Sin volver la espalda. Y, sin duda, sirviendo a la emoción, pero sin dejamos arrastrar por ella. A la tierra de uno se la sirve mediante el conocimiento riguroso. O lo que es lo mismo: mediante la exigencia. Y con el valor -nada cómodo- de admitir, con sus virtudes, sus fallos y sus desnortes. Vayamos, pues, a la España realizable: la de la colaboración y el buen entendimiento. ¿Recuerdas, querido amigo, la fórmula existencial? "Hacer, y haciendo, hacerse". Tus artículos hacia eso señalan, con honestidad y rigor. Con ellos me identifico plenamente. Y, si me apuras, no sabría decirte por qué te escribo esta carta.

Quizá -quién sabe-, quizá, únicamente por el deseo de transmitirte algo ya por ti escuchado dé mis labios en ocasión significativa. Algo que es, en definitiva, lo que de siempre bulle en el cogollo de mi corazón. Y que mutatis mutandis va parejo con tu demanda de pluralidad, nivel, ambición y sentido. Esto: del mismo modo que sentirnos el tirón de Galicia así sentimos el tirón de España, con sus miserias, con sus páramos, con sus casas de adobe, con sus palacios, con su buen decir popular, con su lengua maravillosa, con su magnífica humanidad y sus duras cerrazones históricas que también son las nuestras. Con todo. Allá en lo más profundo de nuestra conciencia recoge savia y alimento la raíz gallega. Y en idéntico misterio absorbe vida la raíz española. Las raíces en la oscuridad se funden. Un abrazo.

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