El quinto verano de la guerra
DESDE HACE más de tres semanas, una progresiva acumulación de hombres y material aguarda en las zonas fronterizas de Irán con el vecino Irak la presunta ocasión de lanzar la ofensiva final, aquella con la que el imán Jomeini dé fin victorioso a la lucha que entrelaza mortalmente a los dos países asiáticos, y que se halla a punto de entrar ya en su quinto verano de hostilidades. Los servicios de información occidentales y, notablemente, los ojos de Washington en la zona, los satélites espaciales, que circunvuelan esa parte del mundo incesantemente, temen el desencadenamiento de las masas iranies sobre algún sector de un frente que, en sus 300 kilómetros de extensión, difícilmente puede ser protegido por las fuerzas de Bagdad. Pero ¿a qué aguarda el ejército de la fe islámica para lanzar su asalto?Dos teorías principales, no excluyentes, se barajan en las cancillerías occidentales. De un lado, el poder iraní estudia una última propuesta de arreglo del conflicto, fundamentalmente originaria de Egipto y Yugoslavia, conspicuos miembros del grupo político de los no alineados, que en sus líneas esenciales preconizaría un alto el fuego inmediato, el regreso de los contendientes a sus puntos de partida fronterizos anteriores al conflicto, la creación de una comisión para que investigara y atribuyera responsabilidades en el desencadenamiento de la guerra, y el establecimiento de un fondo, financiado por los países petrolíferos del mundo árabe, destinado a la reconstrucción de las zonas devastadas de ambos países. De otro lado, se especula con que Jomeini desea que el tema de la guerra y de la paz, la reanudación de la ofensiva hasta el final o el inicio de conversaciones de alto el fuego, sea materia a debatir por el Majlis, Cámara iraní recientemente elegida, cuyas sesiones no comenzarán hasta el 8 de junio. Este calendario remitiría cualquier decisión, al menos, a bien entrado el verano.
Ambas teorías son compatibles y de alguna manera vendrían a anticipar un posmodernismo, en la medida en que trasladarían un tema de tanta trascendencia a un ente colectivo, como posible globo sonda de lo que será en un día, necesariamente no muy lejano, la sucesión del anciano ayatollah.
El plan de paz en su versión conocida parece de dificil aceptación para Irán, en la medida en que no contempla mecanismo alguno de indemnización directa a Teherán, como siempre ha solicitado el régimen iraní, a guisa de sanción a los presuntos agresores iraquíes. De otro lado, Bagdad, en todo interesado en aceptar una paz honrosa, difícilmente asimilaría una investigación en la que con un cierto grado de inevitabilidad sería condenado por haber iniciado, al menos formalmente, la guerra. Con todo, no habría de ser imposible hallar fórmulas que pudieran salvar la cara a ambos contendientes, caso de que el cansancio de la batalla hubiera mermado la agresividad iraní, haciendo aconsejable una solución negociada. En este sentido, el fondo de reconstrucción no sería difícil de vender a la opinión de Teherán como una reparación de guerra, y el lenguaje en el que se condenara la agresión iraquí podría ser lo bastante esotérico como para que nadie tuviera que enrojecer de vergüenza, salvo, quizá, sus propios redactores.
Los mencionados ojos de Occidente en la zona, por otra parte, han variado sustancialmente en las últimas semanas en su apreciación estratégica del conflicto. Si hasta fecha reciente se sostenía unánimemente que Irak estaba en condiciones, por su superioridad de material y el hecho de combatir en defensa de su territorio invadido, de seguir absorbiendo la inundación de irregulares iraníes sobre sus líneas, parece ahora genuino el temor de Washington a que Irán se halle esta vez en posición de romper el punto muerto de la guerra. Para ello se aduce el ca nsancio de los defensores, su evidente incapacidad de recuperar los islotes de Majnun, la impunidad con que Irán construye un vasto puente de aprovisionamiento hasta sus líneas avanzadas en esta zona pese a la amenaza de la aviación de Bagdad, y la formación de un cuerpo de ejército iraní en el que las unidades esenciales están formadas por tropas regulares y no por los fanatizados voluntarios con que Irán ha visto estrellarse hasta ahora todos sus esfuerzos contra las líneas árabes. Aunque en favor de la paz juega también la preocupación de Siria y Argelia de que se produzca una victoria aplastante de Teherán en momentos en que el régimen de Jomeini aparece como invasor de un país árabe, parece probable que la guerra irano-iraquí tenga todavía por delante, al menos, un gran asalto por disputar. Y nadie puede predecir cuánto tiempo más de eventual estancamiento atrincherado si Bagdad rechaza a los atacantes.
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